Reseña: De Giorgi, Ana Laura (2020). Historia de un amor no correspondido. Feminismo e izquierda en los 80. Montevideo: Sujetos Editores

Valeria Grabino Etorena1

Fondo rojo y negro; la silueta ancha de una persona que nos da la espalda y muestra su pelo oscuro y ondulado (¿mujer?, ¿mujer cis?, ¿mujer blanca?); brazos alzados y camisa remangada; sostiene una cacerola burbujeante desde donde brota el título. Este libro es el resultado de la tesis doctoral de Ana Laura de Giorgi2 y analiza la relación (conjunción y disyunción, dice Elizabeth Jelin en el prólogo) entre el feminismo y la izquierda uruguaya hacia el final de la dictadura cívico-militar3 y de la transición. La autora propone que, para el caso uruguayo, “el distanciamiento del feminismo respecto de la izquierda fue resultado de una historia de encuentros y desencuentros, fundamentalmente de desencuentros” (pp. 20-21). La ilustración de tapa anticipa entonces elementos centrales del texto: la politización del espacio doméstico y la cacerola; esta última, como metáfora de lo cotidiano y también en su dimensión metodológica, por ser el nombre de una de las publicaciones que la autora toma como fuentes primarias y que reivindica el utensilio como símbolo de liberación –ya no de subordinación– y resistencia de las mujeres.

El texto se organiza en una introducción, seis capítulos analíticos y las conclusiones. En la introducción, De Giorgi nos cuenta que, en la búsqueda por estudiar a la izquierda durante los ochenta, se encontró con sujetos y luchas ausentes en los estudios clásicos sobre la transición política: “Mujeres que organizaban los paquetes de ropa y alimentos para los presos y recolectaban sigilosamente información sobre los desaparecidos” (p. 22). Luego vinieron las lecturas de otras mujeres contemporáneas de aquellas sobre estas prácticas políticas: las feministas. De Giorgi se propone recuperar una historia que, entiende, fue borrada y poco explorada. El objetivo del libro puede pensarse como la búsqueda de un relato sobre la izquierda y el feminismo juntos; no es, dirá la autora, “la historia del movimiento de mujeres ni del feminismo en general, sino del feminismo de izquierda” (p. 25), entendido como lugar de enunciación. La historia se narra a partir de las experiencias de estas mujeres. Las fuentes son archivos personales, que incluyen un corpus documental diverso, y “archivos de voces”, entrevistas realizadas por la autora, posicionada –inspirada en Haraway– desde una objetividad feminista.

El primer capítulo, “Adiós, Susanita”, inicia con la experiencia de Ana, quien encarna la subjetividad de “la mujer nueva”, y que después de leer a Simone de Beauvoir deja atrás una vida ligada a los mandatos femeninos: el novio, la pollera almidonada y un trabajo de secretaria. Plantea De Giorgi que quienes –como Ana– se incorporaron al feminismo en los ochenta compartían haber realizado su tránsito a la adultez en el pasado inmediato o en el contexto de salida de la dictadura, haber tenido hijos muy jóvenes y haber tenido pareja estable, y en su mayoría se reconocían como heterosexuales y con un nivel socioeducativo y cultural relativamente alto. La autora evidencia un proceso de transformación de la familia y la intimidad como telón de fondo; así, inscribirse en los preparatorios para la universidad o en la carrera de magisterio fueron señas de un nuevo horizonte de expectativas, el cual se vio tensionado aún más por las experiencias de las jóvenes en la izquierda. En el terreno de la sexualidad, las militancias habilitaron otros sentidos sobre la administración del deseo y las relaciones interpersonales, como la “pareja militante”, signada por el amor y el proyecto político. Sin embargo, en esta etapa, la autora afirma que no existió un proceso de politización de lo personal; el escape del espacio doméstico o de los mandatos de género se dio a través de la adopción de prácticas y valores del mundo público y masculino, entre ellos el coraje, la valentía y el sacrifico, lo que será interpelado desde la experiencia del exilio, el insilio y la cárcel, consecuencia del terrorismo de Estado. El exilio abrió la reflexión sobre la escisión entre vida cotidiana y gran política. En la cárcel, las mujeres desplegaron estrategias de resistencia al encierro y la tortura sobre la base del afecto, el cuidado y saberes “femeninos”. En el insilio, a partir de los inicios de los ochenta, las mujeres desarrollaron un activismo barrial y se organizaron en torno a tareas tradicionalmente femeninas, y fueron dotándolas de politicidad. La autora muestra cómo estas vivencias facilitaron el proceso de reconocerse como mujeres, en contraposición a la figura de militante que había sido construida bajo parámetros masculinos, y permitieron cuestionar el estatus jerárquico del mundo público e identificar la necesidad de construir un nosotras como espacio de lucha política.

En “Pero ustedes, ¿son feministas?”, la autora se ocupa de describir el mapa del feminismo de los ochenta, el cual, argumenta, se compuso principalmente de organizaciones sociales que emergieron entre 1984 y 1986, “muy vinculadas al campo de la izquierda, integradas en particular por dobles militantes y con amplios vínculos con la izquierda y los grupos de feministas en los espacios partidarios” (p. 76). En el proceso que De Giorgi denomina “devenir feminista”, estas mujeres tuvieron el desafío de poner en circulación el término feminismo y definir una versión propia, un feminismo de izquierda (adjetivado como tercermundista, latinoamericano, socialista o revolucionario), con el riesgo latente de ser acusadas de desviarse de la causa política principal. En este proceso, la autora recorre el valor que tuvieron las revistas (La Cacerola, Cotidiano), los boletines (Ser Mujer) y los espacios de formación como instrumentos centrales de difusión de ideas y consignas feministas, como la crítica a la división público/privado en clave local de autoritarismo versus democracia, o la necesidad de reflexionar sobre la democracia, también, en la casa.

“Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura patriarcal” es la consigna elegida por De Giorgi para describir dos perspectivas centrales del feminismo de la época: la denuncia del agobio doméstico y la interpretación marxista de la opresión de las mujeres. El espacio doméstico, según la autora, fue significado como alienante y funcional al mundo público. Este feminismo no leyó –como podemos hacerlo hoy– un territorio de reproducción de la vida, de cuidados o de disputa de sentidos, por lo que se focalizó en recuperar la libertad, para lo que, entre otras herramientas, se apoyó en el humor gráfico. La autora rescata el valor de la lectura particular que se realizó en el contexto de finales de la dictadura. La domesticidad, el matrimonio y la familia fueron pensados como espacios autoritarios que impedían la participación de las mujeres en la vida pública, en particular en la política, en contrapunto con el horizonte de la “familia democrática”. Además de los límites que la autora encuentra en los modos en que se representó a las mujeres y sus problemáticas en estos debates (en general casadas, heterosexuales, de clase media urbana y blancas), la autora identifica otros límites en la politización de la sexualidad: un esquema heteronormativo, la temática del aborto hegemonizando el debate o la invisibilización de las prácticas sexoafectivas entre mujeres, lo que será tematizado, fundamentalmente, a principios de los noventa.

El cuarto capítulo se ocupa del modo en que circuló localmente el debate sobre los diálogos teóricos entre feminismo y marxismo y la preocupación de estas feministas por consolidar ese matrimonio (in)feliz, colocando el foco en el fenómeno del trabajo y recuperando aportes de autoras latinoamericanas, entre las que ubica a Isabel Larguía y su conceptualización del trabajo invisible. La autora argumenta que las distintas organizaciones sociales y partidarias compartieron en sentido amplio la interpretación marxista de la subordinación de las mujeres; las diferencias se refirieron a modos de intervención y propuestas. Asimismo, identifica en este contexto una preocupación por entender la articulación entre las jerarquías de clase y género, que hoy podemos denominar interseccional, un alejamiento del feminismo radical estadounidense y del patriarcado como categoría analítica.

En “Un pensamiento propio: feminismo latinoamericano”, la autora da cuenta de los gestos que este feminismo de izquierda tuvo para alejarse de otros, especialmente del norte. A partir de la circulación de publicaciones, proyectos editoriales y de la participación en espacios de mujeres, las feministas uruguayas miraron a la región y se nutrieron de ideas, visibilizando las experiencias concretas de opresión de las mujeres latinoamericanas, atravesadas por la clase y la raza, así como las estrategias políticas. Aportaron reflexiones sobre la necesidad de ampliar la base del feminismo y se enfrentaron también a la discusión sobre la autonomía de las instancias partidarias, una acusación que no logró desordenar completamente al feminismo uruguayo en su doble militancia, en su convicción sobre el rol del Estado o en su valoración jerárquica heredada de ciertas prácticas consideradas no políticas, como la danza.

En el capítulo que cierra el libro, “Entre la hermandad y el partido”, la autora caracteriza este feminismo de mediados de los ochenta como un colectivo de feministas de izquierda, relativamente homogéneo, que transitaba por diferentes espacios sociales y partidarios. Si bien estas feministas señalaron las dificultades que existían en los espacios partidarios para la participación de las mujeres, no hicieron un llamado a abandonarlos; la apuesta al diálogo implicó el despliegue de un feminismo menos estridente, dice De Giorgi. La dedicación a la militancia truncó, en algunos casos, la politización de lo personal, lo que la autora identifica como una paradoja de este feminismo. Más allá de diferencias entre ellas, De Giorgi encuentra coincidencia en que el sacrificio realizado se tradujo en escasos resultados y fue desgastante. En un contexto de frustración con el proceso democrático, las feministas encontraron falta de escucha sobre temas como el aborto o la violencia machista, sanciones morales y burlas, y se replegaron a espacios de mujeres y, dice la autora, mostraron hacia fines de los ochenta y principios de los noventa “signos del cansancio de los buenos modales” (p. 215).

En las conclusiones, De Giorgi nos revela el porqué del título elegido al describir una escena de la campaña electoral del año 2014, en la que queda en evidencia que las tensiones entre la izquierda y el feminismo permanecen y se recrean.

Retomo la ilustración de tapa y la provocación de Jelin: “¿será posible captar y transmitir el coro y las polifonías de este presente?” (p. 16), y destaco la preocupación en De Giorgi por explicitar algunos límites de este feminismo (la politización de los cuerpos o el hecho de haber incorporado tardíamente la racialización como eje de opresión), al tiempo que deja entrever la heterogeneidad del movimiento y la producción de jerarquías, lo que requiere ser problematizado en el pasado reciente y hoy. A la recuperación de estas memorias se suman otras investigaciones que comparten período histórico o que miran el feminismo contemporáneo desde otras disciplinas o recortes que, como en “Historia de un amor no correspondido”, son necesarias para corporizar la lucha feminista en Uruguay.


  1. Departamento de Antropología Social del Instituto de Ciencias Antropológicas; Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República, valeria.grabino@gmail.com.↩︎

  2. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Instituto de Desarrollo Económico y Social, Argentina.↩︎

  3. La dictadura cívico-militar uruguaya se extendió durante el período 1973-1985.↩︎