Reseña: Torre, Juan Carlos (2021). Diario de una temporada en el quinto piso. Buenos Aires: Edhasa

Sebastián Pereyra1

Diario de una temporada en el quinto piso es el último libro de Juan Carlos Torre. La obra construye su argumento a partir de un tono absolutamente fascinante, como si se tratara de una novela de intrigas palaciegas, y ofrece además un análisis sociológico del Estado y de la producción de la política económica. El lector puede acceder a este universo a través del contacto con notas y cartas escritas durante los años en que el sociólogo participó del equipo de trabajo –liderado por Juan Vital Sourrouille– que estuvo al frente, primero, de la Secretaría de Planificación Económica y, luego, del Ministerio de Economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). Ello resulta en un ejercicio no programático –no tensado por la jerga académica– de análisis sociológico del Estado a partir del cual la intriga vincula dimensiones biográficas e históricas en el análisis y los grupos despliegan conflictos y compromisos y se mueven dentro y fuera de esa referencia omnipresente junto con los modos de adscripción partidaria, con los desafíos de la gestión de gobierno y las herramientas del saber profesional. Una sociología del Estado que, en definitiva, se inscribe en lo que el propio Torre llamó “el proceso político”.

Torre cuenta su experiencia en primera persona a partir del punto de vista privilegiado que le da su propio involucramiento en el equipo y en las altas esferas del gobierno. Y lo hace con el horizonte amplio de un cronista. De ese modo, la narración –anclada en el tema económico y construida, como dijimos, con fragmentos de notas y reflexiones personales registradas en el momento– cobra la altura de una pintura de época, de una crónica del viaje emprendido en esa temporada en el quinto piso del Palacio de Hacienda.

Como en las buenas novelas de intriga y misterio o como en las crónicas de viaje, lo importante no es el punto de llegada sino el recorrido. Sin que los avatares y el fracaso final de las políticas económicas del gobierno de Alfonsín sean una incógnita en sí mismos, la temporada está marcada por el vértigo de las marchas y contramarchas que moldean la negociación cotidiana, la adaptación y la confrontación a la que están sometidas las acciones y las omisiones en materia de política económica.

El libro de Torre sorprende, entre otras cosas, por la referencia a las experiencias de los personajes de esta narrativa. Estos personajes principales y secundarios están expuestos a dudas, angustias, traspiés, necedades, compromisos y gestos de generosidad que devuelven una imagen íntima de las figuras públicas a la que no estamos habituados. Estamos más acostumbrados a pensar y a juzgar a esos personajes como buenas o malas personas –en virtud de su estatus moral o de nuestro juicio sobre la orientación general de un gobierno o una coalición de gobierno–, pero no tanto como sujetos atrapados y muchas veces sobrepasados por las responsabilidades del cargo y de la posición que ocupan. También por las mezquindades y la tensión permanente entre el éxito personal y el colectivo. Esos aspectos, que no son centrales ni explícitos en el libro, creo que tienen, a su vez, un interés que trasciende la historia y los problemas que el texto efectivamente aborda. Con ese tono, Torre logra transmitir un punto de vista interno sobre lo que implica la profesión política, la función pública y el ejercicio del poder.

Diario de una temporada en el quinto piso es un libro que transporta al lector a una atmósfera agobiante. Y ello no solo por el clima que rodea el día a día de la gestión económica, sino por la distancia y la historia que separa a los lectores de la coyuntura específica que narra. A un promedio de 35 años de distancia respecto del apogeo y caída del Plan Austral y del Plan Primavera, el libro ofrece imágenes de un país enfrascado en debates y vicisitudes que, por momentos, cobran una dimensión atemporal. Como si constituyeran las coordenadas de un sino trágico, un agujero negro sin escapatoria ni final. El libro anuda el pasado y el presente de modo tal que la crisis de deuda y la inflación parecieran rasgos perennes de la vida del país. Un Estado a la vez quebrado en términos financieros y crecientemente exigido como responsable de dar respuesta a todos los problemas sociales. Expectativas crecientes acompañadas de forma inversamente proporcional por capacidades cada vez más restringidas. Gobiernos cruzados por debates internos tan agudos y prioridades que ni el presidencialismo puede resolver. Torre no focaliza en el derrumbe del gobierno de Alfonsín ni tampoco en otros aspectos no vinculados con la trama de la gestión de la política económica. Por ese motivo, el libro no se plantea como la revisión de una experiencia con vistas a sacar enseñanzas sobre las consecuencias de determinada decisión o estrategia económica, sino que transmite la sensación de vaivén en una situación que puede empeorar o mejorar por momentos, pero que, fundamentalmente, se convirtió en un estado de crisis e inestabilidad permanente. El agobio no proviene entonces de la inminencia de la crisis –que nosotros conocemos como lectores, pero que Torre no podía anticipar mientras tomaba notas–, sino de su institucionalización.

La experiencia de la gestión de Sourrouille, vista desde adentro, se parece bastante a la saga Maze Runner. El equipo económico corre por un laberinto que concibe inicialmente como un terreno extraño, hostil, al que no pertenece. Defiende en ese marco su punto de vista técnico-académico sobre la economía frente al embate y el cuestionamiento de los diversos grupos que confluyen en el armado del gobierno de Alfonsín; grupos, en su mayoría, dotados de competencias y conocimientos políticos. El perfil del equipo económico contrasta también con la figura del primer ministro de Economía de Alfonsín, Bernardo Grinspun, un político-economista o un economista-político de la vieja guardia que asume que todos los jugadores del tablero piensan al Estado como regulador y garante de los conflictos sociales y que un gobierno dotado de una inédita legitimidad electoral tiene un margen amplio para conducir el destino económico del país. Pero esto ocurre en un escenario de negociación ampliado por la dinámica democrática y en la que el gobierno no tiene apoyos claros ni en el mundo empresario ni en el sindical. Como sabemos, la epopeya sin épica de la gestión Grinspun llegó a término luego de que 1984 se transformara en un año de inflación récord (683%) y, sobre todo, luego de que sus dos grandes estrategias, recuperación del mercado interno vía consumo y confrontación con el Fondo Monetario Internacional, gestor de la deuda externa argentina, mostraran pocos resultados y un franco estancamiento.

Sourrouille se hace cargo de la dirección de la política económica a principios de 1985. Como muestra el libro de Torre, el cambio de gestión trajo aparejado un buen número de movimientos. A primera vista, estamos tentados de capturarlos pensando en una alteración de las jerarquías entre política y economía: Grinspun representando al economista enraizado en las tradiciones y estructuras de la política partidaria, y Sourrouille apoyado en sus credenciales y antecedentes técnico-profesionales. En su libro Cuando los economistas alcanzaron el poder, Mariana Heredia desarrolló un estudio amplio y de largo aliento en el que muestra el proceso de crecimiento del lugar de los economistas en la toma de decisiones públicas. Y lo hace discutiendo la capacidad analítica de una distinción rígida entre voluntarismo político y realismo científico; distinción que, por otro lado, ha sido un punto de apoyo fundamental para ese proceso de ascenso al poder de este grupo profesional. Esas consideraciones permiten ver de modo claro cómo la experiencia de Sourrouille se inscribe en otras anteriores y posteriores con elementos comunes y diferencias importantes. Permiten poner en perspectiva los matices que el libro de Torre muestra sobre los juicios y expectativas volcados por otros –por ejemplo, desde la prensa– en la figura del nuevo ministro y en las prácticas y recorridos que dan forma a la vida diaria del ejercicio del cargo (conformado por mezclas cambiantes de saberes económicos y decisiones políticas).

Hay, sin embargo, dos elementos que marcan claramente el cambio de orientación en el quinto piso. El primero, asignar un carácter más objetivado a las dinámicas y restricciones que operan en el funcionamiento de la vida económica. Una estrategia menos confrontativa y orientada a un acuerdo con el FMI parece reconocer cuál es el rol del organismo y su papel decisivo (y controversial) en el destino económico de los países periféricos. El realismo técnico asume aquí como un dato la pérdida de soberanía de los Estados nacionales en materia económica. El segundo, la cuestión de la eficacia en relación con el problema de la inflación. Los planes de estabilización económica del gobierno de Alfonsín pasaron a la historia como intentos fallidos. Sin embargo, una visión cotidiana e interna –como la que ofrece el libro de Torre– permite entender hasta qué punto fueron exitosos durante un tiempo y hasta qué punto ese éxito modificó, temporalmente, el margen de maniobra y el capital político del gobierno.

Todos los elementos que hemos señalado plantean una pregunta muy interesante: ¿en qué género puede inscribirse este libro tan particular? Sin duda, no hay una respuesta unívoca. Es una clara y vibrante expresión de géneros confusos que aportan a la memoria histórica, a la sociología del Estado y, como dijimos, a la narrativa de intrigas políticas. En esos y otros géneros, el aporte de Torre y su Diario son enormes.


  1. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Escuela de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires, Argentina. pereyras@unsam.edu.ar.↩︎