Martín Burgos1
El hombre de Corrientes y Esmeralda, aunque ignorante
de finanzas, “palpita” que el capital es energía internacional,
que no se connaturaliza nunca.
Raúl Scalabrini Ortiz, “El hombre que está solo y espera”
Raúl Scalabrini Ortiz fue un intelectual muy leído, pero del cual no abundan los estudios sobre su aporte al pensamiento económico, a pesar de haber escrito sobre temas decisivos como los ferrocarriles, el petróleo y el Banco Central en un momento clave de la historia argentina. Teniendo en cuenta su contexto, nuestra intención es ubicar sus conceptos económicos en las distintas corrientes económicas, sabiendo que nunca se consideró un economista y que escribió antes de la formalización de la carrera universitaria y de la profesión de investigador. Su perspectiva antiimperialista lo emparentará con las teorías de la dependencia que surgirán en los años sesenta y setenta, mientras que su argumentación en favor de la soberanía económica concretada bajo la forma de propiedad estatal influenciará al peronismo. Durante el gobierno de Perón, se hará defensor de una política pública de industrialización cercana al estructuralismo latinoamericano, y acompañará al frondizismo a través de la revista Qué hasta el debate sobre los contratos petroleros.
Raúl Scalabrini Ortiz fue un pensador que hizo enormes esfuerzos para demostrar que el imperialismo británico era un factor de atraso económico para la Argentina en un momento en el que la decadencia del Reino Unido tenía impactos negativos a nivel mundial. La “década infame” de los años treinta es prolífica en críticas al sistema de gobierno y a la crisis económica y social que enfrentaba el país, pero tal vez pocas tuvieron las repercusiones de las publicaciones de Scalabrini Ortiz. Este encaró la crisis por dos costados: por el lado literario, con su obra “El hombre que está solo y espera”, publicada en 1931, y a través de distintas investigaciones publicadas en folletos, en los que se destacaron las temáticas referidas a los ferrocarriles, el petróleo, el Banco Central y la historia económica argentina. En el camino se unirá a los militantes yrigoyenistas de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina), se incorporará al peronismo y terminará su militancia junto a Frigerio, bajo el paraguas del pacto entre Perón y Frondizi, para que este último llegue a la presidencia en 1958.
En sus escritos, expresa la necesidad de lograr soberanía a través de la estatización de empresas en los sectores estratégicos, entre otros el ferrocarril y el petróleo. Junto con Bunge, fueron de los autores que escribieron sobre el desarrollo antes de las teorías del desarrollo, que tendrán su auge en la posguerra. Sus escritos económicos se encuentran en cuatro obras claves, que son recopilaciones de artículos escritos en distintas revistas, como Señales, Reconquista o Qué sucedió en siete días. En 1940 se publicaron Política británica en el Río de la Plata e Historia de los ferrocarriles argentinos, en los que plantea los principales conceptos que venía trabajando Scalabrini Ortiz: imperialismo y soberanía, además de describir los distintos mecanismos utilizados para reproducir la dependencia argentina. Los otros dos libros son Yrigoyen y Perón, de 1948, y Bases para la reconstrucción nacional, de 1958, en los que se centra en la crítica a la creación del Banco Central Mixto y en la defensa del peronismo y de la independencia económica creada durante ese gobierno.
Estas notas introductorias al pensamiento económico de Raúl Scalabrini Ortiz se organizan de la siguiente forma: en la primera parte revisaremos el método y los principales conceptos del autor en cuanto al imperialismo en dos de las facetas que más desarrolló, que son las inversiones extranjeras directas y el papel del crédito. Veremos que la forma de abordar esas temáticas son precursoras de la teoría de la dependencia, que tendrá su pleno vigor durante los años setenta. En una segunda parte nos centramos en su perspectiva respecto del capital y de las empresas públicas, y en la caracterización que realiza de las políticas económicas llevadas adelante por el peronismo, que se pueden encasillar dentro de las recomendaciones del estructuralismo latinoamericano que surgirá poco después. Para lo último dejamos la particular visión que Scalabrini Ortiz tenía de Prebisch, a quien criticó a lo largo de dos décadas por ser funcional a los intereses británicos. El “britanilismo” del tucumano es una caracterización poco común y olvidada en la academia que trataremos de rescatar para llegar a conclusiones sobre el lugar del pensamiento de Scalabrini Ortiz en el pensamiento económico nacional.
Luego de escribir numerosos folletos en los cuadernos de FORJA, así como en las revistas Señales y Reconquista, Scalabrini Ortiz publica en 1940 su primer gran libro de ensayos, Política británica en el Río de la Plata, que recopila una parte de sus trabajos escritos desde 1933, al cual le agrega un prólogo y un epílogo “para lo que vendrá”.
El prólogo empieza afirmando que “la economía es un método de auscultación de los pueblos”, y que la ciencia traída de Europa se instaló en tierras americanas con el objetivo de confundir a los nativos, empezando por los revolucionarios de 1810, sobre el camino a seguir. De forma que “es falsa la historia que nos enseñaron, falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron” y “volver a la realidad es el imperativo inexcusable”.
En estos pasajes nos encontramos con la incapacidad de los economistas locales de pensar la problemática latinoamericana. La racionalidad y objetividad que reclama frente a los problemas de la región lo llevan a adoptar un método en el que se reivindica la “virginidad mental” para abordar la cuestión y en el que volver a la realidad es un “imperativo inexcusable”.
El método que utilizará en sus folletos es el formato ensayístico, en el que no suele citar autores que hayan reflexionado sobre la temática, a lo sumo se citan declaraciones políticas. La fuerza de esos panfletos la dan los argumentos numéricos, que es lo que convierte a Scalabrini Ortiz en el “economista” de FORJA, aunque este nunca se consideró como tal.2 De hecho, Scalabrini Ortiz escribió en los momentos en que la carrera universitaria de Economía Política no se había instaurado aún (hasta entonces, la carrera de Ciencias Económicas era un conjunto entre economistas y contadores), mientras que la profesión de investigador estaba naciendo.
En las primeras páginas de su última obra, Bases para la reconstrucción nacional, de 1958, Scalabrini Ortiz vuelve a la economía y propone que “estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Solo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros” (Scalabrini Ortiz, 1958: 29).3 Esta oración ha sido muy utilizada desde entonces, y también muy malentendida por sus críticos. Estos suelen quedarse con la primera parte de la propuesta y deducen que la economía sería algo “fácil”, cuando el sentido refiere al uso de la economía para dominación cultural.
Por eso los escritos de Scalabrini Ortiz deben inscribirse en el plano de la batalla cultural, para retomar un concepto gramsciano. Pero el método que utilizará, sobre la base de datos y cálculos económicos, y de una argumentación histórica, lo alejará de cierto antiimperialismo declamatorio para convertirlo en un antiimperialismo concreto.
En su descripción del imperialismo inglés, Scalabrini Ortiz hace hincapié en dos elementos claves de la dominación: el control de las vías de comunicación y los medios de cambio. Esa es la razón por la que se concentra en las inversiones británicas en los ferrocarriles y sus incidencias en la creación de bancos y deudas en Argentina desde la independencia. En los orígenes de estas reflexiones se encuentran sin dudas los debates públicos de Lisandro de la Torre sobre los frigoríficos, debates que acercaron a Raúl Scalabrini Ortiz a la economía y la política.
En su visión, el ferrocarril como mecanismo de dominación británica sobre la economía argentina es un ejemplo de control que socava las potencialidades del país para industrializarse y desarrollarse, y lo condena a mantenerse en un papel de monocultivo de exportación. Lo mismo ocurre con los intentos de compra de YPF de parte de la Royal Shell Company, que reorientaría un petróleo dedicado al abastecimiento del mercado interno para la exportación hacia el Reino Unido. Scalabrini Ortiz también analizará las finanzas y la moneda desde la perspectiva del control, y observará no solo la composición de los miembros de la dirección del Banco Nacional en el siglo XIX, sino también del Banco Central a partir de 1932.
El control de la economía es un concepto que retomará la teoría de la dependencia, en particular en sus inicios . Para Cardoso y Faletto (1969), más allá de las cuestiones económicas a las que se dedicaban sus antecesores del estructuralismo latinoamericano, las relaciones de poder y de dominación entre los países era un factor clave, definidas por el grado de control que tenían las empresas extranjeras sobre la economía local. En ese sentido, podemos decir que Scalabrini Ortiz es un antecesor de los teóricos de la dependencia en sus estudios sobre los factores que determinan el control de los sectores claves.4
En consecuencia, su militancia por la estatización de los ferrocarriles hace que la soberanía se concrete en discusiones sobre la propiedad de los activos en cuestión, y terminará dándose con el gobierno de Perón. Estos planteos le dan un lugar a la propiedad pública sobre los recursos estratégicos que no está presente en Prebisch y el estructuralismo latinoamericano, pero que parece una condición necesaria para poder plantear un desarrollo tal como esos economistas lo imaginaban.
El estudio de Scalabrini Ortiz sobre los ferrocarriles lo lleva a concluir que los capitales extranjeros, lejos de haber aportado “capitales” a un país que los necesitaba, en verdad mediante distintas maniobras legales o ilegales se abusaron constantemente del pueblo argentino, con la complicidad de su oligarquía. Esta perspectiva es de primera relevancia política para él, ya que lo alejará del frondizismo y de la dirección de la revista Qué sucedió en siete días, en 1958. Pero además es una temática que no suele aceptarse en la economía como un tópico relevante: en general, los economistas aceptan que los capitales se desplazan de un país a otro en función de distintos incentivos (una tasa de interés más elevada, por ejemplo), pero no suelen contemplarse cuestiones más crudas como la colusión entre empresas y gobiernos.
No obstante, ese aspecto fue muy relevante en los años en que escribe Scalabrini Ortiz, en particular la “década infame”, empezando por las denuncias del nombrado Lisandro de la Torre. Estas estafas, que llamaríamos “vaciamiento de empresas” en la actualidad, fueron también comunes en los años noventa y dieron lugar a una profusa literatura centrada en el accionar de los grandes grupos económicos, en particular los trabajos de Basualdo y Azpiazu (Garriga, 2010). En términos teóricos, se trataría de un traslado de capital desde la periferia hacia el centro, al revés de lo que se suele enseñar en economía. En los modelos de crecimiento como el de Solow, se supone que el capital va de los países donde hay más abundancia de ese factor de producción al país donde hay escasez.
De la misma forma, cierta interpretación del marxismo entiende que el capitalismo “se expande” a nivel global, y que las inversiones extranjeras son una contratendencia a la caída de la tasa de ganancia generada por el incremento de la composición orgánica del capital en un país. Esto también puede encontrarse en El imperialismo, etapa superior del capitalismo, de Lenin, donde este demuestra que los ferrocarriles crecen más rápidamente fuera de Europa que en Europa: “Donde más rápidamente crece el capitalismo es en las colonias y en los países de ultramar” (1974: 245).5
Estas tesis han cambiado en el marxismo actual, como, por ejemplo, en Shaikh, quien a partir de un modelo de dinero endógeno demuestra que el país dependiente acrecienta su posición de debilidad por un déficit comercial y un endeudamiento crónico. Asimismo, las inversiones extranjeras solo podrían ser atraídas por salarios bajos, pero esta situación empeorará la situación de las empresas locales (Shaikh, 2006). Esa tesis parece más compatible con la de Scalabrini Ortiz, dado que los flujos de capitales no vienen a complementar la falta de ahorro nacional, sino que destruyen el tejido productivo local y agravan la situación previa de los países más relegados. La principal diferencia radica en los argumentos utilizados: mientras en Shaikh la ley del valor a nivel global explica la reproducción de las desigualdades entre países (en rigor, entre capitales), para Scalabrini Ortiz el ahorro nacional se ve trasladado al país imperialista por efecto de la ley del más fuerte.
Las cuestiones financieras y monetarias solían estar entre las preocupaciones de Scalabrini Ortiz porque entendía que eran centrales para comprender el imperialismo británico, y fue el motivo por el que fue acaparando las vías de comunicación. Los análisis que realizó al respecto se encuentran en Política británica en el Río de la Plata, Yrigoyen y Perón y Bases para la reconstrucción argentina. En el primero se centra en los acontecimientos relacionados con el Banco de Descuento y con el Banco Nacional y el empréstito Baring Brothers, ocurridos en los primeros años de la independencia, mientras que en los otros centra sus críticas en la constitución del Banco Central de la República Argentina.
Con ayuda de la historia económica argentina, Scalabrini Ortiz demuestra que los comerciantes ingleses se transforman en financistas de la economía argentina y, por lo tanto, controlan la economía definiendo a qué sector se le presta y a cuál no. De ese análisis se desprende su concepción según la cual el capital británico se apropia del excedente local sin haber asumido ninguna inversión real, lo que queda refrendado en los casos de los primeros bancos.
Scalabrini Ortiz hace énfasis en la estafa que representó el primer empréstito de Rivadavia, mediante el cual el oro ni siquiera salió del Reino Unido y la provincia de Buenos Aires quedó con una deuda que terminó en default rápidamente. Ese empréstito tuvo la función de “desbloquear” las ganancias de los comerciantes británicos, que no podían remitirse por falta de divisas, y los ayudó a asumir posiciones claves en los bancos locales. De esa forma, lo que planteaba para las inversiones extranjeras (esto es, que lejos de ser un ingreso de capital es un egreso) es válido también para la deuda externa.6
La lectura que Scalabrini Ortiz hace de este período del siglo XIX es que la atracción del oro británico es lo que incorpora a la Argentina en el comercio mundial, pero finalmente no llega el oro y se suman deudas por importaciones, fuertes restricciones monetarias y, luego del empréstito Baring, una fuerte deuda externa. Esta perspectiva es compatible con la teoría del valor mundial realizada por Shaikh. No obstante, debemos remarcar un límite a la perspectiva de Scalabrini Ortiz en la importancia que le da al oro en el intercambio desigual. Las discusiones sobre la forma en que se realizó el préstamo de la Baring Brothers (oro o letras de cambio) no es muy relevante desde una óptica de finanzas heterodoxas modernas, dado que las letras eran aceptadas para pagar importaciones (Burgos y López, 2017).7 El enfoque metalista de Scalabrini Ortiz se podrá rastrear en varios otros aspectos de la política monetaria, a partir del cual apunta a la falta de respaldo en oro del dinero fiduciario.
En las Bases para la reconstrucción argentina retoma los mismos conceptos para aplicarlos al BCRA creado en 1932 bajo la influencia del Banco Central británico. Aunque sea más difícil establecer el control extranjero sobre esa institución, lo ubica en el marco de un plan británico para paliar su falta de oro (acopiado por Estados Unidos). La constitución de los bancos centrales en el mundo con funciones que antes eran del poder político de cada país le permitiría al gobierno británico controlar los mercados mundiales con dinero fiduciario y ya no con oro.
La crítica que realiza sobre la independencia del BCRA respecto del poder político es una discusión que tiene toda su actualidad y que fue retomada por la heterodoxia económica en este siglo (Abeles y Borzel, 2004). La relevancia de esa institución para la economía hace necesario su control de parte del sistema político y, a través de él, de la ciudadanía.
En la recopilación Yrigoyen y Perón8 arremete contra el control de cambio organizado por el Banco Central por las mismas razones: la discrecionalidad con la que se manejaba para definir cómo se distribuían las divisas que se habían obtenido por la exportación, ajena a todo control de la sociedad. En ese sentido, son destacables las críticas de Scalabrini Ortiz a la devaluación de fines de 1933 y la redistribución de ingresos que esta implicaba, entre un mercado interno que se empobrecía y los servicios de los capitales extranjeros que seguían pagándose en moneda dura. En este análisis podemos hacer un comparativo con 2001-2002, período en el que pujaban distintos sectores para sacar ventajas de la salida de la convertibilidad (Basualdo, 2007), así como de los efectos distributivos de las devaluaciones típicas de los estructuralistas latinoamericanos.
Pero también se nota su apego a la “realidad aurífera” que lo lleva a criticar los modos que tiene el gobierno de capear la crisis a través de tipos de cambio múltiples y de la emisión sin respaldo por parte del BCRA. Estas concepciones, que hoy entran en contradicción con muchas de las teorías de las corrientes heterodoxas, son discusiones sobre las herramientas que puede usar un gobierno para lograr ciertos objetivos.
Las tesis de Scalabrini Ortiz parecen cambiar en sus respuestas al Informe Prebisch de 1955, donde se acusa al gobierno de Perón de haber realizado emisiones inflacionarias, a lo que responde que la emisión realizada “no es inmoderada si se computan la desvalorización y las necesidades de un país en pleno desenvolvimiento”, argumento que se emparenta a las teorías endógenas del dinero (Scalabrini Ortiz, 1958).
Scalabrini Ortiz se refiere al capital con definiciones que tienen muchas influencias de Marx, en las que el valor trabajo es clave: “El capital no es un artilugio mágico. No es más que trabajo resumido, concentrado y disciplinado. Se concreta en herramientas, en máquinas y en posibilidad de pagar mano de obra necesaria para construir el objetivo a que se dedican esas máquinas y herramientas”.9 En este pasaje resuenan los del “fetichismo de la mercancía y su secreto”, utilizados por Marx en El Capital, que sin dudas Scalabrini habrá leído en su juventud leninista o en los inicios de sus estudios (Galasso, 2008).
La propiedad de los medios de producción es la condición para que se dé ese capital: “El capital es un ente de por sí incorpóreo, una entelequia, una voluntad de poder que necesita un cuerpo, un punto de aplicación para poder actuar y operar, y esa es la propiedad”, podemos leer en un artículo de 1948 dedicado a esa temática.10 Pero ese capital es situado en la realidad argentina, donde “hay propietarios, pero no capitalistas”. Esa diferencia entre propiedad e inversión, entre renta y ganancia, no es constitutivo de un avance del capitalismo en el campo, sino de la dependencia argentina. Esa acumulación originaria no es aprovechada para dar condiciones de progreso a la industria nacional, sino que la oligarquía local prefiere ser “capataz de los obreros locales” y dejar al capital internacional el papel de motor de la economía, con las consiguientes remesas de utilidades. Este estatuto colonial está inscripto en la Constitución Nacional de 1853, que le otorga todas las ventajas al capital extranjero.11
Esa perspectiva hegemonista del capital, que se puede asimilar a los análisis institucionales sobre las reglas de acceso al suelo de Arceo (2003), cambió radicalmente en Argentina con la Constitución de 1949, según Scalabrini Ortiz. Frente a un capital “inviolable” e “inmortal”, como lo retrata el liberalismo económico, Perón habla de “humanizar al capital”, que, en interpretación de Scalabrini Ortiz, significa “emplazarlo, transformarlo en mortal y perecedero, como las cosas a las cuales está aplicado”, y por lo tanto “implícitamente que la propiedad es violable, con fines de utilidad pública”. “Durante un siglo, nuestra sociedad estuvo en servidumbre del capital y de la propiedad, privilegiados aquí con prerrogativas que jamás tuvieron en país ninguno del mundo. Constituyamos una sociedad organizada en base al respeto del hombre, de sus trabajos y de sus sueños. La patria presente y la patria futura sobre la que influirán estas determinaciones nos lo agradecerán”.12
Scalabrini Ortiz llega a esas conclusiones luego de dedicarse a estudiar los sectores estratégicos del país y derivar de ellos conclusiones en términos de dependencia e imperialismo. Esos estudios lo llevaron a una tarea contable y jurídica de lecturas de contratos de concesiones que él mismo califica de “tarea penosa de exégesis”, pero cuyos frutos fueron las notables obras que nos legó y el accionar político inmediato a través de la denuncia pública. La consecuencia de ese antiimperialismo concreto fue la propuesta de nacionalización de los sectores estratégicos, entre ellos los ferrocarriles y el petróleo. Estas propuestas serán la piedra angular de la política pública del primer peronismo, al cual Scalabrini Ortiz se acercó y apoyó con fervor luego de la nacionalización de los ferrocarriles.
La particularidad de sus análisis es que se centró en la parte logística de la dependencia, que suele apreciarse más bien en sus dimensiones comerciales, financieras o tecnológicas. Las ganancias de los ferrocarriles se constituían en gran parte por los fletes que cobraban por su servicio, y que los hacía partícipes de una parte de la renta agraria debido a su posición monopólica, similar a lo que se vivió con los servicios públicos privatizados durante los años noventa. Este antecedente de la dependencia logística no se retomó con la suficiente importancia y se encuentra poco estudiado en la actualidad, cuando debería ser objeto de mucha atención a la hora de proyectar las potencialidades de exportación de Argentina.13
En sus análisis posteriores al derrocamiento de gobierno popular, en particular en la revista Qué, Scalabrini Ortiz apoya la candidatura de Frondizi para las elecciones de 1958, candidato que tenía un pacto secreto con Perón. Rápidamente se encuentra con el problema de los contratos petroleros, que elige acompañar después de su análisis, salvo dos de ellos, que critica por ser “falsas” inversiones, como lo fueron los ferrocarriles.14
Este episodio –que marca el final de su relación con la revista– nos muestra hasta qué punto Scalabrini Ortiz no estaba en contra de las inversiones extranjeras en general, sino que sus críticas radicaban en la falta de aportes de capital real. De hecho, en ese mismo escrito, aclara que “la colaboración del capital extranjero ahorra tiempo y esfuerzo”. Nos podemos preguntar cuál es el lugar que ocupan las inversiones extranjeras “reales” en el pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz, que entiende como las que hacen un aporte de capital que no dependa del financiamiento local y que se ajuste a la ley argentina.
Sin dudas, Argentina era otro país después del peronismo, un país donde las inversiones industriales daban réditos importantes en el mercado interno más grande de Latinoamérica. Las riendas de la economía estaban en manos del Estado, ya que gran parte de los sectores estratégicos habían sido nacionalizados: además de los ferrocarriles y del Banco Central, a partir de 1941 se crea la Flota Mercante del Estado, Fabricaciones Militares, SOMISA, IAME, la DINIE, Aerolíneas Argentinas, y se estatizan el gas, el agua, el teléfono y la energía, entre otros (Belini y Rougier, 2008).
En las Bases para la reconstrucción nacional, Scalabrini Ortiz defenderá al gobierno peronista frente a las acusaciones vertidas en el Plan Prebisch, recapitulando los resultados del gobierno recientemente depuesto: sustitución de importación de petróleo, inversión en capacitación industrial, un país sin deudas externas e incluso siendo acreedor de algunos países europeos como España, renovación de los ferrocarriles, radicación de empresas transnacionales, incremento de la productividad del 42% en la década peronista, e incremento del PBI per cápita entre 1945 y 1954, incremento de los establecimientos fabriles de 86.000 a 181.000 unidades, incremento del consumo de combustible del 50%, todos “productos del esfuerzo argentino y no del artificial estímulo que da el endeudamiento al capital extranjero”.
Paradójicamente, esa política económica que se asemeja a lo que el estructuralismo latinoamericano aconsejaba para el continente, será criticada por el propio Prebisch. Scalabrini Ortiz encontrará en el “britanilismo” las explicaciones a las contradicciones del tucumano, y las aprovechará plenamente en su polémica con el economista.
El acta de nacimiento del estructuralismo latinoamericano es el manifiesto escrito por Prebisch en 1949. El él se describen las dificultades de los países latinoamericanos para lograr crecimientos sustentables y las vincula al deterioro de los términos de intercambio, por el que los precios de los productos primarios exportados por la región se reducen sistemáticamente en relación con los productos industriales. Hay varias razones que se desarrollan en el texto para eso, en el contexto de la transición hegemónica a nivel mundial entre el Reino Unido y Estados Unidos. Mientras el Reino Unido necesita importación de materias primas para su industria, Estados Unidos no las necesita porque es autosuficiente: su coeficiente de importaciones es del 4% del PIB, lo que implica una menor demanda en los mercados de materia prima (Prebisch, 1949).
En consecuencia, las políticas públicas que aconseja la CEPAL son la industrialización por sustitución de importaciones, lo que permitiría resolver la restricción externa y generar el desarrollo económico. Esas políticas eran las que venían dándose en numerosos países de la región, entre ellos la Argentina. En efecto, la situación argentina era de una fuerte restricción externa desde la crisis de 1929, lo que fue generando con distintos gobiernos la necesidad económica de industrialización, pero en el marco de distintos proyectos políticos. Los proyectos conservadores encontraban sus expresiones económicas en los planes de Pinedo y Prebisch, que a su vez aparecían como nuevas figuras de la dirigencia oligárquica, más técnica que política (Louro de Ortiz, 1992; Blanco y Praxedes Barbosa, 2021). El proyecto nacional y popular, en cambio, surgió recién después del golpe de Estado de 1943, y entre los intelectuales que lo apoyaban se encontraban el grupo de FORJA, donde militaba Scalabrini Ortiz.
El debate a la distancia que se dio entre Prebisch y Scalabrini Ortiz empezó con la constitución del Banco Central y terminó con el Plan Prebisch, es decir que se prolonga a lo largo de veinte años. La perspectiva de Scalabrini Ortiz es geopolítica: para él, Raúl Prebisch es simplemente un “cómplice en la política de entrega de nuestra economía a Gran Bretaña” (Scalabrini Ortiz, 1958), y luego sigue con ese papel en la CEPAL, a diferencia de Pinedo, que se asoció a la nueva hegemonía estadounidense.
El “britanilismo” del que Scalabrini Ortiz acusa a Prebisch es una técnica elástica, escurridiza y oportunista, lejos de los doctrinarios liberales, que se adapta a las circunstancias con el objetivo de ser funcional a la posición británica. Esa razón explica cómo alguien como Prebisch puede ser liberal en los años treinta y keynesiano o hasta “socializante” en los años cuarenta, para susto de los norteamericanos. Por extensión, para Scalabrini Ortiz, la CEPAL es una organización que también es funcional a los intereses británicos y resiste las políticas estadounidenses para la región, y apoya su afirmación en distintos recortes de prensa estadounidenses hostiles hacia la figura de Prebisch y a sus propuestas.
Lejos de volver a sus prédicas planificadoras de la CEPAL, el Prebisch de 1955 sorprendió a Estados Unidos por sus consejos de privatización, apertura económica y liberalismo económico. Scalabrini Ortiz no se priva de mostrar las diferencias entre el Prebisch que escribía sobre Argentina desde la CEPAL y el Plan Prebisch, y concluye: “¡Qué arte tienen los ingleses para hacer cambiar de opinión a los técnicos que están a su servicio!”. El Plan Prebisch, concebido para volver a las épocas preperonistas, terminó en un fracaso estrepitoso debido a los cambios acontecidos en la estructura económica argentina, a partir de los cuales el peso de la industria ya era predominante respecto de la producción agraria, que las políticas preconizadas pensaban revigorizar.
Estas interpretaciones se deben entender en el contexto del triángulo sobre el Atlántico y la transición hegemónica entre el Reino Unido y Estados Unidos (Fodor, O’Connell y Dos Santos, 1973). Scalabrini Ortiz era plenamente consciente de esa situación, y sostenía que no había que elegir un campo, sino aprovechar y lograr los mayores grados de libertad que otorgaban esos procesos para alcanzar la soberanía nacional (Galasso, 2008).
Como vimos, Raúl Scalabrini Ortiz es un autor que tiene raíces en distintas corrientes económicas y está particularmente influenciado por el marxismo en sus concepciones del capital. No obstante, el capital como acumulación de trabajo sustentado en la propiedad se sitúa en el contexto latinoamericano y le da a la Constitución de 1853 una relevancia que explica el “desvío” de un país como la Argentina respecto de lo que podría interpretarse a partir del marxismo tradicional. En efecto, en la Argentina la propiedad es del país, pero el capital es británico, por lo que la oligarquía local es subsidiaria de los requerimientos del imperialismo.
En ese sentido, fustiga las inversiones británicas por no ser “reales”, sino meros arreglos contables sin ingreso real de dinero, lo mismo que el crédito. Las consecuencias de esa dinámica económica es una continua salida de capitales hacia el Reino Unido, algo totalmente diferente de lo que suponen las teorías económicas dominantes.
En ese punto, también se pueden comparar los análisis de Scalabrini Ortiz con los escritos de Lenin sobre el imperialismo, con sus semejanzas y diferencias. Pero tal vez sus estudios sobre la forma en que el Reino Unido controla los resortes de la economía argentina deben considerarse como antecesoras de la teoría de la dependencia, sobre todo de la corriente que surge de Cardoso y Faletto. En todo caso, la conclusión a la que llega Scalabrini Ortiz es la necesidad de nacionalizar los sectores estratégicos y la formación de empresas públicas como forma de lograr soberanía económica y política.
Luego de las nacionalizaciones de Perón y las políticas económicas orientadas por el objetivo de la independencia económica, Argentina cambió y las perspectivas de Scalabrini Ortiz también. La soberanía era condición necesaria para desarrollarse. Ahora el capital es argentino, se logra un desarrollo económico “hacia dentro”, tal como lo plantea el estructuralismo latinoamericano que inicia Prebisch en 1949. Luego, con el frondizismo, será condescendiente frente a las inversiones extranjeras directas que aceleraban los tiempos del desarrollo en sectores en los que Argentina no tenía la tecnología ni la expertise para llevar adelante. No obstante, sus críticas a algunos contratos petroleros lo alejarán del frondizismo, poco antes de fallecer en 1959.
Sus críticas a Prebisch, desde la creación del Banco Central hasta el Plan Prebisch de 1955, no deben confundirse con las críticas a las teorías que sustentaba el tucumano. Al contrario: podemos decir que Scalabrini Ortiz concuerda con el manifiesto latinoamericano, y varios informes de la CEPAL son citados para defender la política económica del peronismo en su polémica con Prebisch. El punto de discusión es el papel que tiene Prebisch en la transición hegemónica entre el Reino Unido y los Estados Unidos, al cambiar su discurso en función de las necesidades británicas.
Vale la pena preguntarse si ese “britanilismo” era extensible a la CEPAL, ya que Scalabrini Ortiz nos ofrece documentos referidos a las críticas de Estados Unidos frente a los informes de la Comisión de la ONU. Nuestro autor veía en el Prebisch cepalino una serie de argumentos que podían ser funcionales al desarrollo del capital argentino en el paréntesis de posguerra, en el marco de la transición hegemónica. En todo caso, el camino de la industrialización llevará al predominio de las multinacionales estadounidenses en la segunda etapa de la sustitución de importaciones, que se inicia con Frondizi. Los límites de esas políticas y las crecientes luchas sociales que se darán en la Argentina y en el continente a partir de los años setenta serán el inicio de los análisis en términos de la teoría de la dependencia en América Latina, con nexos conceptuales relevantes con los autores de FORJA en general y Scalabrini Ortiz en particular.
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11 Economista por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Magíster por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Francia. Coordinador del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación. Investigador de FLACSO. Docente de la Universidad Nacional de Lanús.
2 Jauretche solía pedirle a Scalabrini Ortiz que se encargara de esas cuestiones, como cuando salieron las críticas al Plan Prebisch de 1955 (Galasso, 2008).
3 Escribe este párrafo refiriéndose a Raúl Prebisch, a propósito de su desempeño en el Banco Central.
4 Galasso le critica que la relación de poder entre naciones está demasiado enfatizada en relación con las relaciones de poder internas, de la oligarquía porteña respecto del resto del país, que la teoría de la dependencia considera esencial. No obstante, se puede matizar, ya que varios textos de Scalabrini Ortiz hacen hincapié en el rol de la oligarquía (Galasso, 2008).
5 Lenin describe la existencia de “chanchullos” de parte de los monopolios en los países centrales, pero no le otorga centralidad a la cuestión. Es entendible porque su postura es crítica del sistema y busca cambiarlo. Para Scalabrini Ortiz, esas cuestiones son de primera relevancia para la relación imperial, e implican que se pueden resolver por otros medios, como a través de la nacionalización de los recursos estratégicos.
6 Lejos de las formalidades del balance de pagos (en el que se anotan como un incremento del pasivo), esto representaría más bien una reducción del activo en términos “de caja”.
7 Dicho esto, no obsta que las numerosas irregularidades realizadas en esta maniobra son dignas de mención.
8 “Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria”, en revista Qué, nº 193, agosto de 1958 (Scalabrini Ortiz y Jauretche, 2006).
9 “El Banco Central. El banco del imperialismo se gestó en la sombra para menoscabo de nuestra soberanía”, publicado en el periódico Señales, el 27 de marzo de 1935.
10 “La nueva y la vieja constitución. El capital, el hombre y la propiedad”. Conferencia publicada por la Editorial Reconquista, Buenos Aires, 1948, y publicada en Yrigoyen y Perón.
11 Ídem.
12 Ídem.
13 Estas propuestas lo diferencian de otros autores de la época, como Alejandro Bunge, que si bien tiene una mirada económica similar a la de Scalabrini Ortiz, en la medida en que se orienta a una mayor independencia económica de la Argentina, no concuerda con la estatización de los ferrocarriles (Asiain, 2014).
14 “Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria”, en revista Qué, nº 193, agosto de 1958 (Scalabrini Ortiz y Jauretche, 2006).