Karina Forcinito1
Roberto Cortés Conde constituye uno de los principales arquitectos de la concepción neoliberal de la historia económica argentina. Su influencia intelectual se ha plasmado en una vasta obra de alcance internacional y, de modo complementario, en un sostenido trabajo de formación de economistas e historiadores económicos que ha liderado desde el Instituto Di Tella a partir de los años setenta del siglo pasado.2
Se trata de un intelectual influyente en lo atinente a la definición de los problemas y obstáculos que enfrenta la economía argentina, así como en la definición de las orientaciones de política necesarias para superarlos. En términos teóricos, desarrolló la crítica de las concepciones ligadas al estructuralismo latinoamericano. El presente artículo tiene como objetivo, en primer lugar, identificar las principales fuentes del pensamiento de Cortés Conde y algunos de sus principales núcleos teóricos e hipótesis explicativas de la dinámica de largo plazo de la economía argentina con centro en la etapa primario-exportadora (1860-1930). En segundo lugar, realizar un análisis crítico, sobre la base de la contrastación empírica, de algunas de las hipótesis mencionadas que se encuentran en abierta confrontación con los posicionamientos heterodoxos.
El autor fue construyendo su actual posicionamiento a partir de los años setenta del siglo pasado mediante la crítica de las concepciones ligadas a la escuela histórica alemana en las que se basaban las interpretaciones más difundidas de la historia argentina en aquel momento, como el estructuralismo latinoamericano. Paulatinamente, fue desarrollando una visión propia que propuso como alternativa y que tuvo como principales puntos de referencia al neoinstitucionalismo o nueva economía institucional y a la nueva historia económica, escuelas novedosas tanto en el campo de la economía como de la historia económica a nivel nacional.
En relación con el primero de los aspectos señalados, Cortés Conde afirma que en virtud de la influencia de la escuela histórica alemana en el campo de la historia económica en la Argentina
… se sostuvo que el crecimiento orientado hacia las exportaciones había sido la causa del posterior estancamiento y atraso. Que la promoción de actividades agropecuarias para la exportación favoreció a una élite tradicional que no invirtió en industrias y dejó al país en un estadio pastoril. Que la división internacional del trabajo, resultado de la integración argentina a la economía mundial, la condenó a ser abastecedora de productos primarios cuyos precios caían en los mercados internacionales, lo que producía la persistente disminución de sus ingresos. Por último, que la competencia de las importaciones arruinó las artesanías e impidió su transformación en manufacturas, lo que destruyó las economías del interior e hizo que Buenos Aires, un enclave de la economía mundial, fuera la única beneficiada de ese crecimiento. Frente a ese desarrollo hacia afuera, el país debía buscar uno hacia adentro, el de sus industrias, de sus fuerzas productivas y del trabajo nacional (1989: 6).
Estos argumentos que, desde su perspectiva, se remontan a Alejandro Bunge, incidieron en el campo académico de la economía, en la formación de economistas, así como en los discursos de la política económica de corte industrialista, especialmente la que enfatizaba la relevancia del mercado interno en la Argentina. Efectivamente, y tal como reconoce el autor (ídem), es posible encontrar las marcas del estructuralismo, con matices diferenciales, en las siguientes obras consideradas clásicas de la historia económica argentina: La economía argentina, las etapas de su desarrollo y problemas actuales, de Aldo Ferrer, publicada por el Fondo de Cultura Económica de México en el año 1969; Nacionalismo y liberalismo económicos en Argentina, 1860-1880, de José Carlos Chiaramonte, publicada por Solar-Hachette en Buenos Aires en 1971; escritos previos, como el primer trabajo de Guido Di Tella y Manuel Zymelman, Las etapas del desarrollo económico argentino, publicado en la Revista de Economía Latinoamericana, nº 1 y 2, en abril-junio de 1961, y luego publicado por EUDEBA en 1967; el libro coordinado por Torcuato Di Tella, Gino Germani y Juan Graciarena Argentina sociedad de masas, publicado por EUDEBA en Buenos Aires en 1965; los demás trabajos de una misma antología, el esquema de las etapas de Germani, en una interpretación sociológica del período, la interpretación de James Scobie sobre el desarrollo agrícola, en Revolution on the Pampa: a Social History of Argentine Wheat, 1860-1910, Austin, publicado por The University of Texas Press en 1964; e incluso el propio trabajo de Cortés Conde junto con Ezequiel Gallo intitulado La formación de la Argentina moderna, publicado por Paidós en Buenos Aires en 1967, entre otros.
Sobre la base de este cuestionamiento liderado por el autor, el Instituto Di Tella pasó a asumir la orientación teórica de la nueva ortodoxia influenciada por trabajos de intelectuales extranjeros que se oponían a la visión estructuralista predominante entre principios y mediados de los años setenta en el contexto de la fuerte ofensiva neoliberal a nivel internacional. Entre dichos trabajos se encuentran, según Cortés Conde (1989: 7), los estudios de Williams y de Ford,3 así como el que tuvo mayor influencia en el campo doméstico, el de Carlos Díaz Alejandro, intitulado Ensayos sobre la historia económica argentina, publicado por Amorrortu en Buenos Aires en 1975 (la primera versión del texto había sido publicada en los Estados Unidos en 1970). La tesis central de Díaz Alejandro cuestiona las visiones anteriores sobre el crecimiento argentino y sostiene que, dado que el costo de oportunidad de la tierra era muy bajo, resultaba más conveniente para el país especializarse en la producción de bienes agropecuarios y cambiarlos por bienes de capital importados (cuya producción local hubiera tenido un costo elevadísimo). El autor afirma:
La experiencia de la Argentina anterior a 1930 concuerda, en general, con la teoría del comercio y el crecimiento basada en los excedentes. Aunque se carece de datos sobre las cuentas nacionales del siglo XIX, parece indudable que en aquella época el crecimiento estaba en íntima relación con los sucesivos auges en las exportaciones de mercancías tierra-intensivas, siendo muy bajo el costo de oportunidad de la tierra (2002 [1975]: 23-24).
Asimismo, sostiene que el crecimiento anterior a 1890 fue “generado por las exportaciones”, no porque estas y las entradas de capital a ellas asociadas suministraran una demanda global creciente (en el sentido keynesiano), sino porque las exportaciones y las entradas de capital originaron una asignación de recursos mucho más eficiente que la que hubiese podido resultar de políticas autárquicas. En particular, el costo interno de los bienes de capital, que sería astronómico en un régimen autárquico, se redujo a un bajo nivel mediante las exportaciones de mercancías producidas con el uso generoso de un insumo, la tierra, cuyo valor económico en un régimen autárquico era bastante pequeño. A medida que la economía argentina se ampliaba y diversificaba, las grandes disparidades en los costos de oportunidad en favor de las diferentes políticas de comercio exterior comenzaron a disminuir, pero siguieron siendo importantes y continuarían siéndolo mientras el comercio mundial fuera relativamente libre y los costos de transporte, bajos (Díaz Alejandro, 1975).
Según Cortés Conde también resultaron relevantes para el desarrollo y el afianzamiento de su propio posicionamiento en el interior de la ortodoxia –así como el del grupo de intelectuales al que pertenecía en el marco del Instituto Di Tella– algunos estudios sobre la historia económica de Canadá y los Estados Unidos (1989: 7). Por ejemplo, los de Harold Innis sobre Canadá, que sostenía que su crecimiento económico había estado basado en la exportación (no tenía mercado interno para dar salida a su oferta) de un bien primario del que, en cada etapa de su desarrollo, tenía oferta abundante. También los aportes de Innis, Baldwin y North, quienes se ocuparon del caso de los Estados Unidos, postulando que el crecimiento económico de un país puede iniciarse con el de la producción primaria para la exportación. Los patrones de distribución del ingreso y, en la medida en que dependa de ellos, los de inversión y el surgimiento de las industrias domésticas estaban determinados por la naturaleza tecnológica de la producción, la función de producción, y no por el hecho de que esta se exporte o se destine al mercado interno. Ellos introdujeron en el análisis de la distribución del ingreso la teoría neoclásica, que en el ámbito doméstico no se utilizaba, según sostiene Cortés Conde (1989: 7).
En esta nueva línea teórica emparentada con las nuevas corrientes ortodoxas en materia económica, es posible encontrar otros estudios pertenecientes al mismo núcleo intelectual del Di Tella, al que pertenecía Cortés Conde, como el trabajo de Ezequiel Gallo publicado previamente, La agricultura en el proceso de industrialización (1970), que afirmaba que no había oposición entre el crecimiento de la economía basada en las exportaciones agrícolas y la industrialización, sino que esta había sido, precisamente, la consecuencia de aquella. Guido Di Tella también adoptó las ideas sobre las economías de los espacios nuevos siguiendo la denominada teoría del bien primario exportable (staple theory).4 Geller, miembro del mismo núcleo, realizó un ensayo interpretativo sobre la teoría del bien primario exportable en el que critica la versión del libro, La formación de la Argentina moderna, que Cortés Conde y Gallo habían escrito en 1967. Enrique Vázquez Presedo publicó El caso argentino, donde sigue la perspectiva mencionada. En 1997, Cortés Conde publicó El progreso argentino…, donde se discuten algunas de las tesis tradicionales de la historia económica argentina vinculadas al patrón tradicional moderno, la propiedad de la tierra y las condiciones de vida de los sectores populares en el proceso de crecimiento.5 Bastante más adelante, Eduardo Míguez publicó su tesis doctoral con ese mismo enfoque (Cortés Conde, 1989: 8).
En relación con estos nuevos enfoques aplicados a la historia económica argentina, Rocchi sostiene que la teoría del bien primario exportable surge de “una reinterpretación de la obra de H. A. Innis de los 1920’s y 1930’s que había ganado entusiasmo entre los historiadores canadienses a partir de fines de los 1950’s. Así como Innis6 explicaba la formación de la economía canadiense como consecuencia del tipo de bienes que exportaba, como el caso de las pieles, la renovada staple theory avanzaba al sostener que el envidiable crecimiento económico de Canadá se había basado en sus exportaciones y no en la formación de un mercado interno fuerte, como proponía el desarrollismo y el crecimiento ‘hacia adentro’ que tanto atraía a la CEPAL. A ello se sumó la influencia de los análisis de historia económica comparada entre países, cuyos resultados […] mostraban cada vez con más fuerza que la senda divergente de la Argentina y Australia7 se explicaba por razones institucionales” (2007: 18).
En relación con la teoría económica, Cortés Conde se filió con la nueva economía institucional y con la influencia que esta ejerció en el campo de la historia económica, especialmente a través de Douglas North, primer referente de esta escuela,8 para quien la existencia de costos de transacción (negociación) en el proceso de creación de riqueza –cuya importancia aumenta en paralelo al carácter cada vez más complejo e impersonal de los intercambios– son la clave del desempeño económico, y ello implica abandonar el mundo neoclásico de la competencia perfecta e introducir las “instituciones”. Desde esta perspectiva, para comprender los procesos evolutivos de las sociedades es necesario determinar si existieron o no obstáculos que impidieron realizar las ganancias del intercambio y por ello redujeron los incentivos para invertir y retardaron el crecimiento. Para que las sociedades progresen, las ganancias de la especialización deben ser menores que los recursos destinados a transar, y para reducir estos últimos son necesarias estructuras institucionales que definan los roles (los derechos) de cada parte en el intercambio y los derechos (claims) a la ganancia que resulte de este. Que designen, además, a un tercero como árbitro para dirimir eventuales diferencias con el poder de hacer coactivas sus decisiones. Todo ello supone la definición de los derechos de propiedad y el establecimiento de una agencia especializada encargada de hacer cumplir los contratos; en otras palabras, el Estado. La nueva economía institucional recupera la importancia del derecho, del sistema jurídico y, por último, del político, que posibilitan un Estado eficiente, precondiciones para que cada participante obtenga todo el beneficio del intercambio que le corresponda y así tenga incentivos para invertir, y que de ese modo la sociedad progrese. A ello se suman los aportes de la teoría de la decisión colectiva, un intento de análisis neoclásico de fenómenos que no son de mercado y que por ello resultan aplicables a la investigación histórica, y los de la creación de rentas económicas, entre otros (Cortés Conde, 1989: 11).9
En relación con el modo específico que asumió el proceso de renovación teórica neoinstitucional a nivel doméstico, Korol y Sábato (1997: 33) coinciden con Cortés Conde (1989) en atribuirle a los aportes de Díaz Alejandro el carácter de punto de inflexión en el proceso descripto, y sostienen al respecto que “a partir de una comprobación empírica de que habría existido una correlación positiva entre desarrollo agrario y crecimiento industrial antes de 1930, Díaz Alejandro, primero, y luego otros autores locales (entre los que se encuentra Cortés Conde) se apoyarían en la teoría del bien primario exportable para enunciar su hipótesis de que la variable estratégica de la industrialización habría sido la expansión de la demanda, provocada precisamente por el incremento de ingresos que resultó del desarrollo del sector exportador”. En su versión más optimista, esta interpretación llega a sostener que el modelo de economía vigente entonces hizo uso óptimo de los factores y que no hubo por lo tanto una oportunidad desperdiciada, como había sostenido alguna vez el propio Cortés Conde,10 o una “gran demora”, como postularon Di Tella y Zymelman. Más aún, ni el marco institucional ni las políticas oficiales habrían puesto trabas al desarrollo industrial, según dicha perspectiva. En el caso particular de las medidas arancelarias, estas, en realidad, habrían tenido un efecto netamente proteccionista sobre ciertos sectores manufactureros, aunque esto no implicara políticas explícitas de industrialización.11
En suma, el núcleo de historiadores y economistas vinculados al Instituto Di Tella, en el marco del cual Cortés Conde hizo escuela, emprendió un programa de investigación destinado a reinterpretar la historia económica argentina a la luz de la nueva ortodoxia internacional –particularmente la proveniente de los Estados Unidos– a partir de los años setenta y a desplazar la visión estructuralista predominante hasta entonces.12 Con el correr del tiempo y la maduración de sus investigaciones, estos intelectuales pasaron a incidir fuertemente con sus visiones y narrativas, en abierta disputa con las visiones heterodoxas de tipo estructuralistas, neoshumpeterianas y regulacionistas, e incluso con las de carácter más radical, marxistas y/o dependentistas.13
En síntesis, esta perspectiva propia, filiarse a la nueva historia económica inaugurada por Douglas North, jerarquiza la interpretación de estadísticas básicas a luz de la nueva economía institucional, así como de otros aportes ortodoxos novedosos, como el vinculado a la teoría del crecimiento basada en el bien primario exportable, en detrimento de la econometría en sentido estricto. La teoría del crecimiento basada en el bien primario exportable (staple theory of economic growth) niega que en los “países nuevos” deban darse las etapas que tradicionalmente postulaban las teorías del desarrollo predominantes a partir de los años treinta, para las cuales la industrialización tenía un papel fundamental, y jerarquiza, en cambio, el sector primario exportador como motor del desarrollo económico. Esta idea tiene vinculación, para el autor, con la economía de la localización, que en los últimos años pasó a denominarse la “nueva geografía económica”, principalmente a partir de los aportes de Paul Krugman. Cortés Conde también comparte con North la idea de que en países en los que existe una dotación muy elevada de recursos naturales en relación con la población, resulta conveniente dedicarse a su explotación para la exportación, dada la limitación del tamaño de los mercados internos,14 que tiende a naturalizarse, de este modo, bajo nuevos argumentos. Así, Cortés Conde, siguiendo a North, refuerza las recomendaciones de política de corte ortodoxo, en el marco de la disputa con el estructuralismo latinoamericano y otras corrientes de pensamiento de raigambre heterodoxa.15
Cortés Conde (1993) hace énfasis en sus análisis históricos sobre la economía argentina en la vigorosa capacidad de crecimiento que la caracterizó en su origen, en contraste con la insuficiente que ha puesto de manifiesto desde 1930 hasta principios de los años noventa, momento en el cual finaliza su análisis.16 A esta caracterización general, Cortés Conde agrega que “no se trata de que la Argentina no hubiera pasado por períodos de crecimiento de variada duración, a veces fuertes y sostenidos. Lo peculiar es su incapacidad de mantener tasas razonables durante largos períodos” (1994: 16). Las interrupciones del crecimiento se vinculan a restricciones (shocks) de oferta de origen externo, que afectan la provisión de insumos, la inversión o el gasto; o de origen interno, como las políticas que promovieron actividades ineficientes y desfinanciaron paralelamente a las exportadoras, etc. (ibídem: 21).
Si bien en el campo de la economía se reconoce a nivel doméstico el elevado crecimiento ligado a la etapa agroexportadora, para Cortés Conde la idea de que ese crecimiento se haya combinado con bajos niveles salariales y elevados niveles de inequidad en la distribución del ingreso –tal como sostiene la tradición estructuralista, la dependentista (funcional-estructuralista y marxista) y la específicamente marxista en la región– es falsa y tendió a distorsionar la visión del desarrollo agroexportador argentino al asignarle una valoración negativa en materia de integración social. El autor investigó acerca de los niveles de las remuneraciones reales en términos comparativos a nivel internacional con el fin de cuestionarlas y proponer otra interpretación. Según la evidencia que proporcionó, las remuneraciones a los trabajadores en la Argentina estaban, en dicho período, por encima de las de los asalariados de los países europeos, lo que no sucedió en el segundo período. Ello, además, alude a uno de los motores por los cuales los flujos de inmigrantes existieron hasta 1930 y luego se detuvieron y revirtieron (1993: 2).
Otro de los rasgos que diferencian las dos grandes etapas en la historia económica argentina, para el autor, son los escasos niveles de inflación de la primera y los elevados de la segunda. La estabilidad de precios del período 1900-1930, con un 2% de inflación promedio por año, se asocia a su vez con la estabilidad institucional, en la medida en que las autoridades constitucionales se sucedieron sin interrupción (ibídem: 3). Es decir que, desde la perspectiva de Cortés Conde, en términos estilizados, la primera etapa del desarrollo económico argentino (1970-1930) se caracteriza por alto crecimiento y baja inflación, mientras que la segunda se caracteriza por bajo crecimiento y alta inflación (1930-1989). Su principal hipótesis explicativa al respecto de dicho desempeño diferencial es que la inestabilidad política, así como las fuertes fluctuaciones de precios asociadas al régimen de alta inflación emergentes en la segunda etapa, no fueron propicias para la inversión y el crecimiento. La estabilidad política y, particularmente, la seguridad jurídica de que cada agente podrá usufructuar el producto de su trabajo constituye para Cortés Conde una condición necesaria para el crecimiento. Para ello se requiere que los derechos de cada uno sean reconocidos por todos y que el Estado los haga respetar utilizando la coerción, en última instancia. Si ello es así, la contribución de los agentes al mantenimiento del Estado estará legitimada en dicha función, así como en la provisión de bienes públicos a precios adecuados –validada legislativamente por los representantes de los ciudadanos–, en el marco de la democracia liberal. Cuando estas condiciones no tienen lugar y reina la arbitrariedad se expresan resistencias a través de la salida del sistema, la emigración, la evasión fiscal, la huida de capitales, etc., según el autor.17 En su relato historiográfico, las condiciones que hacían posible la seguridad jurídica se rompieron cuando los gobiernos, a partir de los años treinta, cambiaron, sin consultar a los ciudadanos por medio de sus representantes, la distribución de cargas y beneficios, y se implementaron medidas que condujeron a la apropiación forzada de los ingresos (y el ahorro) de algunos y su transferencia al Estado y a otros ciudadanos. La instrumentación de barreras legales de entrada a mercados y de gravámenes adicionales a los precios de mercado generó privilegios o rentas económicas específicas, por un lado, e impuestos no declarados, por otro. Ello violó principios impositivos constitucionales, generó conflictos por el acceso a las ganancias extraordinarias, resistencia por parte de quienes sostenían las mayores cargas, costosas negociaciones por su reparto y una enorme dilapidación de recursos. Todos ellos operaron, para Cortés Conde, como elementos negativos para el financiamiento del Estado y el crecimiento económico (ibídem: 5). El camino para la recuperación del crecimiento pasa, desde su concepción, por reconstruir un marco institucional orientado a que los agentes económicos tengan la certeza de que podrán gozar de los beneficios de producir más y mejor, es decir, restablecer el pacto fiscal asociado al sistema de garantías de la Constitución Nacional (ibídem: 6).
En complementariedad con estas hipótesis explicativas del desempeño económico argentino durante casi un siglo y medio de historia, Cortés Conde formula una hipótesis adicional de central importancia: se trata del papel negativo –como condicionante del desarrollo económico– asignado al comportamiento de las clases subalternas, particularmente los trabajadores, orientado a fortalecer sus prerrogativas frente al capital como uno de los elementos que estuvo en la base de la denominada “ruptura del pacto fiscal”, es decir, de los “consensos” inherentes a la Constitución de 1853.
Cortés Conde sostiene que el elevado poder relativo de la clase trabajadora que distingue a la sociedad argentina de las existentes en otros países capitalistas, en términos generales, pero especialmente a partir del surgimiento del peronismo, constituyó un fuerte obstáculo para el desarrollo capitalista en la Argentina y, particularmente, para la industrialización mediante los mecanismos previstos por la teoría del bien primario exportable. Según el autor, las elevadas expectativas y las experiencias de una población de origen europeo que dejó de incrementarse por vía de las inmigraciones conduciría al surgimiento de los sindicatos más poderosos del continente, ello –conjuntamente con partidos políticos que propiciaban una legislación social avanzada– generó elevados costos del trabajo que restaron competitividad a la industria argentina desde el origen, como sostenían especialistas y empresarios como Bunge y Tornquist (Cortés Conde, 2005: 37). Es decir que la existencia de salarios elevados en la sociedad argentina en relación con los internacionales –forjados al amparo de la escasez relativa de fuerza de trabajo, así como en virtud de las expectativas de ascenso social traídas de Europa por los inmigrantes– contribuyó a desarrollar una aspiración igualitaria que marcó la cultura de las clases subalternas domésticas hasta nuestros días, y condicionó negativamente el desarrollo capitalista. Primero, por los bajos salarios europeos y los altos salarios que proporcionaba el crecimiento agroexportador de la Argentina; y, a partir de la industrialización en la década del veinte, por el fuerte poder relativo de la clase trabajadora. Según el autor, en esa época solo los regímenes totalitarios como el italiano, el alemán y el soviético lograron disciplinar el trabajo mediante la represión y la disminución de los salarios, que habían subido en la posguerra. En la Argentina, el modo de bajar los salarios en términos internacionales fue mediante la devaluación, sostiene Cortés Conde, pero ello tuvo consecuencias gravísimas, fundamentalmente la inflación (ídem). Es decir que, para el autor, los elevados salarios, en relación con la productividad laboral y en términos internacionales, operaron como obstáculo para la industrialización e inhibieron el desarrollo de los eslabonamientos hacia adelante y hacia atrás, y asimismo constituyeron una de las principales causas de la inflación en la Argentina. En en esta narrativa, entonces, el comportamiento de las clases subalternas en pos de mayores niveles de igualdad distributiva constituyó el principal obstáculo para el desarrollo capitalista del país a lo largo del siglo XX.
En síntesis, Cortés Conde analiza las causas por las cuales la Argentina, que había empezado el siglo XX con índices económicos muy superiores a los de la mayoría de los países occidentales, lo concluye en franca desmejora respecto de esas mismas naciones. Desde su perspectiva, y en línea con las influencias intelectuales que él mismo destaca a lo largo de su trayectoria, previamente mencionadas, los obstáculos para el desarrollo se vinculan a la dificultad de establecer marcos institucionales confiables y duraderos, y también lo suficientemente dúctiles como para variar en el momento adecuado siguiendo estrictamente la perspectiva teórica propuesta por el neoinstitucionalismo neoliberal. Desde su perspectiva, el “progreso argentino” fue de apenas tres décadas, desde 1880 hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. En la historia de la Argentina independiente, sostiene el autor, lo que prevalece son las situaciones de decadencia económica, aun cuando la economía no fuera totalmente responsable de ello (2015: 10).
Desde una perspectiva crítica, interesa analizar qué elementos aporta la evidencia empírica disponible acerca de los planteos centrales descriptos que postulan, sintéticamente, un desempeño económico virtuoso durante la fase del desarrollo hacia afuera tanto en materia de crecimiento como de distribución del ingreso.
En relación con el nivel del producto bruto interno per cápita de la economía argentina, la estimación generada por Angus Maddison (2001) permite sostener que era inferior al que generaban economías con ventajas competitivas similares, como los Estados Unidos de América, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Así se manifiesta en el gráfico 1 en el período 1870-1930.18
Vitelli (1999) señala como determinantes del rezago en el nivel de producto per cápita a fines del siglo XIX la menor dotación relativa de recursos minerales necesarios para la industrialización –especialmente hierro y carbón, ligados a la metalurgia–; la ausencia de medios de transporte y comunicaciones –naturales o desarrollados– que integraran el territorio; la inexistencia de núcleos poblacionales con dimensiones suficientes para generar un mercado interno viable económicamente y una inequitativa distribución del ingreso heredada de la época colonial para estimular la acumulación de capital; la carencia de una organización política legitimada y estable, y las luchas civiles que siguieron a 1810, hecho que incidió, a su vez, en la ocupación tardía del territorio y en la ausencia de un sistema monetario y de crédito unificado que financiara el desarrollo productivo. Por último, también incidió negativamente, desde su perspectiva, la motivación de la colonización asociada a la extracción de metales preciosos y a la búsqueda de riquezas preexistentes con fines mercantilistas, mas no al estímulo a la producción interna, hecho que tuvo continuidad en la vocación librecambista y aperturista de la élite ligada al puerto de Buenos Aires –posterior a la independencia–, que privilegió los ingresos de la aduana por sobre la industrialización del país (ibídem: 49 y 50).19
En relación con la distribución del ingreso, Cortés Conde destaca la evolución del salario medio, que presenta una tendencia positiva en términos reales en el período bajo análisis. Ello, efectivamente, se evidencia en el gráfico 2.
Sobre esto, Becaria sostiene que “el acelerado crecimiento económico implicó una expansión […] significativa del empleo, la que puede ser estimada en cerca del 3,5% anual entre 1895 y 1914, y algo menor desde ese último año y hasta principios de los treinta. Al respecto, Ortiz (1987: 533) la estima en un 2,5%, y los datos de la CEPAL (1959) sugieren un valor algo mayor. Como sucedió en otras economías con escasa población, el crecimiento de la población económicamente activa tuvo su fuente primordial en las migraciones internacionales. El país recibió flujos importantes de residentes de países europeos que emigraban ante la difícil situación por la que estaban atravesando algunos de ellos. Las oportunidades de empleo que ofrecía la Argentina, así como los salarios relativamente elevados que se pagaban, constituyeron los atractivos básicos” (2006: 8).
Beccaria destaca, además, abonando la caracterización realizada por Cortés Conde en sus estudios, que existía, en primer término, una fuerte “ estacionalidad […] y la presencia de un importante contingente de personas activas muy móviles que trabajaban en diferentes ramas e incluso migraban regularmente entre la ciudad y el campo” (ibídem: 9), lo que daba lugar a un mercado de trabajo integrado y flexible. En segundo término, sostiene que existían elevadas remuneraciones con relación a las pagadas por países europeos: por su parte, “Williamson (1998) estima que, en la década del setenta, el salario en la Argentina superó en un 80% al del promedio de Italia, Portugal y España; esa proporción habría llegado al 140% en los noventa”, lo que avala la hipótesis y las estimaciones elaboradas por Cortés Conde (1979). A modo de digresión, Beccaria sostiene que “las remuneraciones abonadas en el país eran inferiores a las de los Estados Unidos y Canadá” (2006: 13).
Beccaria completa su caracterización acerca del funcionamiento del mercado de trabajo argentino durante la etapa agregando que este se encontraba sometido a elevadas fluctuaciones, y que si bien, en términos generales, el desempleo no tuvo carácter estructural, alcanzó niveles elevados –del orden del 19%, según estimaciones de Bunge–20 en ciertas coyunturas recesivas, como la generada por la Primera Guerra Mundial o por la caída de las cantidades exportadas, de los precios de las exportaciones o de los ingresos de capital. Consecuentemente y en un contexto caracterizado por la ausencia de regulaciones laborales protectivas, el salario real medio de la economía experimentó, acorde con dicha hipótesis, importantes fluctuaciones en el marco de una tendencia creciente, como se observa en el gráfico 2. Cabe agregar que, hacia principios del siglo XX, comienza a incrementarse la conflictividad laboral y el Estado intervino mediante mecanismos represivos, como la Ley de Residencia, y mediante algunas leyes específicas de cumplimiento heterogéneo y parcial (Falcón y Monserrat; 2000: 171).
En suma, los indicadores expuestos ponen de manifiesto que la hipótesis de Cortés Conde acerca de los elevados beneficios que la fase primario-exportadora de la economía involucró para la clase trabajadora, en materia salarial principalmente, debe ser matizada y corregida por los impactos regresivos derivados de la inexistencia de un mercado unificado de empleos, la elevada volatilidad de la economía, que incidía sobre el nivel de desocupación, y la ausencia de derechos laborales y sociales.
Complementariamente, se propone considerar las evidencias acerca de la regresividad en la distribución del ingreso presentes en el gráfico 3, disponibles desde 1998, en virtud de las cuales el salario medio evoluciona por debajo de la productividad (considerando el PBI per cápita como variable proxy) y la relación entre salario medio y valor de la tierra (como variable proxy de la renta) se deteriora a medida que se consolida la economía primario-exportadora. A modo hipotético, es posible sostener que la combinación de los efectos de la expulsión de fuerza de trabajo derivada de la mecanización de la producción agropecuaria –basada en el uso extensivo de la tierra– que tuvo lugar en los años veinte y la insuficiente expansión de la demanda industrial acotada por el tamaño del mercado interno debilitaron los impulsos dinamizadores previstos por la teoría del bien primario exportable para impulsar el desarrollo capitalista de manera autónoma (Forcinito, 2016: 248).
A modo de conclusión, la evidencia analizada pone de manifiesto la incapacidad estructural de la economía primario-exportadora para generar mejoras en la distribución del ingreso en el largo plazo y promover de modo autónomo un proceso de industrialización sostenido sobre la base de la teoría del bien primario exportable en la Argentina entre 1860 y 1930.21
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11 Investigadora docente del IDH-UNGS. Profesora en la UNLU/FSOC-UBA.
22 Roberto Cortés Conde nació en Buenos Aires el 5 de febrero de 1932. Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1956 y realizó estudios de posgrado en Sociología, también en la UBA, entre 1960 y 1962, donde investigó bajo la dirección de Gino Germani. Estudió Economía e Historia de modo autodidacta. Fue discípulo de Nicolás Sánchez Albornóz y de Tulio Halperin Donghi, con quien más tarde colaboró en varios proyectos, como la fundación de la Asociación Argentina de Historia Social y Económica y en la elaboración de las colecciones de América Latina e Historia de la Editorial Paidós (De Pablo, 2007). Cortés Conde desarrolló una vasta experiencia en materia de investigación y formación, parte importante de la cual tuvo lugar en el seno del Instituto Di Tella, donde además ejerció funciones directivas desde 1970 hasta 1983. A partir de su recorrido como investigador trabajó en vinculación con intelectuales como Ezequiel Gallo, Guido Di Tella y Carlos Federico Díaz Alejandro, entre otros. Específicamente, estableció una sociedad intelectual con Ezequiel Gallo y con Natalio Botana (ídem). Entre sus discípulos y miembros del grupo intelectual del Instituto Di Tella se destacan Ana Maria Martirena-Mantel, Javier Villanueva, Julio Berlinski, Alfredo Canavese, Juan José Llach y Pablo Gerchunoff, economistas que, en su totalidad, conforman o conformaron la Academia Nacional de Ciencias Económicas como académicos de número en la República Argentina (ídem). Cortés Conde enseñó historia económica en la Universidad Nacional del Litoral, en la Universidad Católica Argentina y en la Universidad de San Andrés, entre otras. Dictó seminarios de historia económica en las universidades Hebrea de Jerusalén, Texas, Yale y Wisconsin, en el St. Antony College de la Oxford University y en las universidades de Chicago y Harvard (ídem).
3 Los textos que menciona son Williams (1969) y Ford (1966).
4 Staple es un commodity (producto homogéneo, es decir, no diferenciado) que domina la economía de exportación de un país. En esta teoría, dicho commodity debe estar escasamente procesado. Por ejemplo: pescado, trigo, etc. Los determinantes de la producción del bien primario exportadora en una región son el costo de producción del bien exportador (recurso de base y tecnología), la demanda externa y los costos de transporte (tecnología e inversión pública). Las especificidades que caracterizan al bien primario exportador determina la extensión del desarrollo resultante de su producción. En ello incide la organización social de la producción y los encadenamientos que inducen mayores niveles de inversión hacia adelante y hacia atrás; las características de la demanda final. El modelo es esencialmente demand driven, es decir, la demanda de productos de exportación crea demandas derivadas a través de los encadenamientos. El modelo tiene influencia keynesiana. Una buena especialización en un bien primario exportable no solo incrementa las exportaciones, sino también la inversión y el consumo, y además tiende a reducir las importaciones. En relación con el sendero de crecimiento de un país a partir de su inserción basada en el bien primario exportable, cabe agregar que se trata de un proceso de transformación de un tipo de bien primario exportador por otro en función de los cambios en los mercados o de la tecnología, de modo tal que, además, dicho proceso conduciría a la diversificación productiva hacia la industria dejando atrás la especialización de la economía en uno o más bienes primarios. En síntesis, desde esta teoría, el sector manufacturero es tributario del primario, no solo porque le proporciona beneficiosos eslabonamientos hacia adelante (por ejemplo, el trigo fomenta la aparición de la industria harinera) y hacia atrás (demandando, por caso, maquinaria agrícola), sino, sobre todo, porque la prosperidad agropecuaria se transmite a toda la economía gracias al incremento de la demanda global. Plantea entonces una complementariedad entre el agro y la industria (Gerchunoff y Llach, 2003: 4). Cabe agregar que esta teoría no solo supone automatismos en los eslabonamientos hacia adelante y, especialmente, hacia atrás –que, si bien se han producido en ciertas experiencias nacionales de desarrollo, han sido fuertemente cuestionados por los análisis de Hirschman y otros referentes de la teoría del desarrollo desequilibrado en lo atiente a la “industrialización doblemente tardía” (Blanco, 2013)–, sino que también hace omisión del papel del capital extranjero como obstáculo para completar el ciclo de acumulación a nivel nacional (Arceo, 2003).
5 Cortés Conde sostiene que la idea de la literatura anterior era la de los “enclaves”, que en los países subdesarrollados había ciertas áreas que estaban más vinculadas con los países centrales que con el resto de sus economías. La nueva literatura enfatiza los efectos difusores que hacen que la ganancia del sector exportador se extienda al conjunto de la economía, efecto que principalmente tiene que ver con la intensidad con la que se usan los recursos. Esto sirve para explicar Argentina, con su agricultura y el poblamiento de toda el área pampeana, independientemente de si hubo o no oligarquía, sostiene el autor (De Pablo, 2007). “La cuestión está en poblar los territorios vacíos: se crean pueblos, llega el ferrocarril, y todo eso fomenta la economía en su conjunto. La economía argentina no era petrolera, minera, inclusive de ‘plantación’, como Cuba o el sur de Estados Unidos con el azúcar. Si hay algún caso parecido al del resto de Estados Unidos o a Canadá es precisamente el de Argentina, donde las características institucionales son menos importantes porque la riqueza no tiene tanto que ver con la propiedad, sino con el uso que se hace de dicha propiedad. El valor del activo tierra no lo da la propiedad de los terratenientes, sino los inmigrantes cuando la cultivan. Antes de esto, la tierra no tenía ninguna importancia, ningún valor”, según Cortés Conde (ídem).
6 Los textos eran Innis, H. A. (1933). Problems of Staple Production in Canada. Toronto: Ryerson Press; e Innis, H. A. (1930). The Fur Trade in Canada: An Introduction to Canadian Economic History. New Haven: Yale University Press.
7 Un texto de referencia en este sentido, según Rocchi, es Gallo, Ezequiel (1979). “El método comparativo en historia: Argentina y Australia (1850-1930)”. En Gallo, Ezequiel; Fogarty, John y Dieguez, Héctor (eds.), Argentina y Australia. Buenos Aires: Instituto Torcuato Di Tella.
8 Una de las obras de North de referencia al respecto es Structure and Change in Economic History, publicada en Nueva York por N. W. Norton & Co. en 1981.
9 Efficient economic organization is the key to growth; the development of an efficient economic organization in Westem Europe accounts for the rise of the West. Efficient organization entails the establishment of institutional arrangements and property rights that create an incentive to channel individual economic effort into activities that bring the private rate of return close to the social rate of return. En North, Douglass C. y Thomas, Robert P. (1978). The Rise of the Western World. A New Economic History. Cambridge: Cambridge University Press, p. 1. Otros textos de relevancia al respecto son Mueller, Dennis C. (1979). Public Choice. Cambridge: Cambridge University Press; Buchanan, James M. (1978). “La hacienda pública en un proceso democrático”. Madrid: Aguilar; y Ekelund, Robert y Tollison, Robert (1981). Mercantilism as a Rent Seeking Society. Economic Regulation in Historical Perspective. Texas: ASM University Press.
10 Ello es visible en Cortés Conde (1969).
11 Aplicando también la staple theory, Lucio Geller mostró en cambio algunas limitaciones de la expansión industrial, al identificar y analizar los factores de rentabilidad que habrían influido decisivamente en el comportamiento del sector hasta 1914. En su trabajo de 1970, Geller subraya como una de las restricciones importantes al desarrollo industrial argentino la escasa diversidad de recursos naturales, coincidiendo con autores heterodoxos como Vitelli (1999).
12 Al respecto puede consultarse Halperin Donghi (1986).
13 Entre los principales referentes de dichas historiografías heterodoxas estructuralistas y regulacionistas encontramos a los siguientes intelectuales: Aldo Ferrer, Mario Rapoport, Alejandro Rofman, Jorge Schvartzer, Michael Teubal, Guillermo Vitelli, Julio Neffa, Luis Beccaria y Marcelo Rougier, entre otros. Y entre los autores más radicales encontramos a los siguientes: Eugenio Gastiazoro, Horacio Ciafardini, Silvio Frondizi, Enrique Arceo, Eduardo Basualdo, Rolando Astarita y Alberto Bonnet, entre otros.
14 Ver De Pablo (2007).
15 Cortés Conde invitó a North a la Argentina, antes de que recibiera el Premio Nobel, con el propósito de que interviniera en una de las reuniones de la Asociación de Historia Económica en Córdoba. Luego estuvo en su casa en St. Louis, Missouri, y estableció un vínculo personal con él, según sus propias declaraciones (De Pablo, 2007). Asimismo, apoyó explícitamente su candidatura al Nobel cuando fue consultado por el comité correspondiente.
16 El primer período posee tasas de crecimiento elevadas, del 5,6% medio anual del producto bruto interno, y del 2,7% medio anual del producto bruto interno per cápita, mientras que el segundo período posee tasas del 2,6% de crecimiento medio anual y menos del 1% en términos per cápita, según el autor. Este último desempeño es más sombrío aún, desde su perspectiva, al compararlo con el resto del mundo. Mientras entre 1870 y 1913 la economía argentina creció al 2% anual por habitante, en los países industrializados el ritmo fue del 1%. Así fue como la Argentina fue cerrando la brecha con los países más avanzados durante este período, mientras que a partir de 1930 la profundizó creciendo a la mitad del ritmo de los países occidentales (mientras la Argentina creció al 1%, estos países crecieron, en promedio, al 2%), y también a menores tasas que Asia y el resto de los países de la América Latina. Por este motivo, los problemas económicos argentinos no pueden atribuirse, desde su perspectiva, a causas internacionales, sino a internas (Cortés Conde, 1993: 1 y 2).
17 Más específicamente, Cortés Conde sostiene que los problemas económicos argentinos emergentes a partir de 1930 se encuentran asociados a la ruptura del pacto fiscal implícito en la Constitución Nacional liberal de 1953 entre el Estado y los contribuyentes, particularmente en los artículos 4, 14 y 17. Consecuentemente, sostiene que el período previo se caracterizó por un amplio consenso fiscal (entre 1862 y 1930) en relación con el sostenimiento del Estado a partir de impuestos indirectos a los consumos internos y a las importaciones, con un poder adquisitivo de la moneda doméstica muy elevado y un alto crecimiento económico basado en la alta productividad de la tierra y la libertad de comercio y flujos de capitales (1993: 6).
18 Cabe destacar que para el período previo a 1890, Maddison posee únicamente un dato para la Argentina, que es el que corresponde a 1890, como se observa en el gráfico 1, en el que, cuando el dato no está disponible, se asigna el valor cero.
19 Vitelli sostiene, al respecto de los niveles del producto per cápita registrados hacia 1870 y 1890, que por caso los bienes disponibles para cada australiano y estadounidense (en promedio) eran alrededor de tres veces superiores a los que accedían los argentinos, en el primer caso, y entre 2,1 y 2,5 veces superiores, en el segundo. Canadá también disponía de ingresos superiores al contar, por habitante, entre el 16% y el 27% más de bienes disponibles que cada argentino (1999: 46 y 47)). Para profundizar el análisis, ver Vitelli (1999), quien realiza un pormenorizado y riguroso trabajo de historia económica comparada.
20 Revista de Economía Argentina, año 11, nº 127, enero de 1929.
21 Esta conclusión se vincula a las hipótesis postuladas por Ferrer y Rougier (2008) y desarrolladas por muchos otros autores heterodoxos, como Rapoport et al. (2006), Vitelli (1999) y Arceo (2003).