Otra Economía, 11(20):4-18, julio-diciembre 2018
Potenciar la Economía Popular Solidaria: una respuesta al neoliberalismo1
Reforçar a economia popular solidária: uma resposta ao neoliberalismo
Enhance the Solidary Popular Economy: a response to neoliberalism
José Luis Coraggio*
Resumen: En los últimos años las economías latinoamericanas han regresado a un modelo primario exportador de productos con escaso valor agregado, alto endeudamiento (en muchos casos impagable), ausencia de soberanía nacional y retroceso epocal en el campo de los derechos sociales, abandonando la expectativa de generalizar el trabajo asalariado como principio de integración social. En la fase actual de financiarización del capital, mientras las grandes potencias entran en una pugna proteccionista, el poder global impone el libre mercado a los países más débiles, preparándose para resolver la inevitable conflictividad social con la militarización de la periferia. El artículo propone potenciar la Economía Popular mediante una acción compleja, sistémica, cultural y política, abriendo otras formas de relación social, otras formas de ser consumidor y productor, otros modos de formación de las identidades, recuperando el valor de lo colectivo, lo democrático y lo comunitario. Este llamado a emprender solidariamente no debe confundirse con el discurso emprendedorista individualizante propio del neoliberalismo, y quienes actúan en nombre de una economía social y solidaria tampoco pueden reducirse a la promoción de microemprendimientos mercantiles autogestionados. En lo económico y en lo político, se trata de ganar en autarquía sostenible, construyendo un archipiélago de territorios sociales, solidarios, complementarios, autogestionarios y “libres de neoliberalismo”.
Palabras clave: economía popular solidaria, transición económica, estrategia política.
Resumo: Nos últimos anos, as economias latino-americanas voltaram a um modelo de exportação primária de produtos de baixo valor agregado, alto endividamento (muitas vezes inacessíveis), ausência de soberania nacional e reversão de época no campo dos direitos sociais, abandonando a expectativa de generalização do trabalho assalariado como princípio de integração social. Na fase atual de financeirização do capital, enquanto que as grandes potências entrar em uma luta protecionista, o poder global imposta pelo mercado livre para os países mais fracos, preparando-se para resolver o conflito social inevitável com a militarização da periferia. O artigo tem como objetivo incentivar a economia popular através de uma ação complexa, sistêmica, cultural e política, abrindo outras formas de relação social, outras maneiras de ser um consumidor e produtor, outros modos de formação de identidades, recuperando o valor do coletivo, democrático e a comunidade. Este apelo à solidariedade não deve ser confundido com o discurso empreendedor individualizante próprio ao neoliberalismo, e aqueles que atuam em nome de uma economia social e solidária não podem reduzi-lo à promoção de microempresas comerciais autogeridas. No econômico e no político, trata-se de ganhar em auto-suficiência sustentável, construir um arquipélago de territórios sociais, solidário, complementar, autogerido e "livre do neoliberalismo".
Palavras-chave: economia popular solidária, transição econômica, estratégia política.
Abstract: In recent years, Latin American economies have returned to a primary export model of products with little added value, high indebtedness (in many cases unpayable), absence of national sovereignty and epochal regression in the field of social rights, abandoning the expectation of generalizing wage labor as a principle of social integration. In the current phase of financialization of capital, while the great powers enter into a protectionist struggle, global power imposes the free market on the weakest countries, preparing to resolve the inevitable social conflict with the militarization of the periphery. The article proposes to promote the Popular Economy through a complex, systemic, cultural and political action, opening other paths to building social ties, other ways of being a consumer and producer, other paths for identities formation, recovering the value of the collective, the democratic and the community. This call to undertake solidarity should not be confused with the individualizing entrepreneurial discourse of neoliberalism, and those who act in the name of a social and solidarity economy cannot reduce their action to the promotion of self-managed commercial micro-enterprises. In the economic and political field, it is about winning in sustainable self-sufficiency, building an archipelago of social territories, solidarity, complementary, self-managed and "free of neoliberalism”.
Key words: solidarity popular economy, economic transition, political strategy.
El sector “informal”: ¿Economía Popular?
Visto globalmente, como parte de la periferia del sistema-mundo capitalista, las economías de América Latina han experimentado un proceso deforme o incompleto de acumulación del capital, con una industrialización trunca o, lo que es lo mismo, la ausencia de un desarrollo integral de las fuerzas productivas a manos de las burguesías nacionales y sus gobiernos de turno. En todo caso, se cumple la tendencia, marcada hace tiempo por la CEPAL, de una competitividad “espuria”, basada en mano de obra barata (bajos salarios, sin derechos laborales) y la expoliación de los recursos naturales.
Según el proyecto global que personifica el neoliberalismo, ideología económica del neoconservadurismo, debemos regresar a un modelo primario exportador de productos con escaso valor agregado, alto endeudamiento (en muchos casos impagable), ausencia de soberanía nacional y retroceso epocal en el campo de los derechos sociales, abandonando la expectativa de generalizar el trabajo asalariado como principio de integración social, propio del capitalismo del Siglo XX. Esto se acentúa cuando en la fase actual el capital se financiariza y el libre mercado es una imposición a los países de la periferia mientras las grandes potencias entran en una pugna proteccionista. Adicionalmente, el poder global se prepara para resolver la inevitable conflictividad social con la militarización de la periferia.
En lo interno, una resultante es la polarización social y su heterogeneidad estructural, económica y social, de la cual un indicador usualmente utilizado es el del peso del llamado “sector informal” que, para las definiciones actuales,3 incluye al trabajo asalariado precarizado y a los emprendimientos mercantiles autogestionados. A dichos emprendimientos, individuales o familiares, se los asocia con una serie de características negativas en comparación con el paradigma de la empresa de capital: ilegalidad, escaso “capital”, baja escala y productividad, escasa incorporación de conocimiento científico, falta de garantías reales para acceder a créditos bancarios, presencia de trabajo familiar, etc. Ya en los ʼ80s, algunos autores denominaban a este sector con el poco difundido término de “Economía Popular”.
En los ʼ70s se había registrado un debate sobre la posición de este conjunto poblacional en el sistema capitalista: o constituía un “ejército industrial de reserva”, funcional para presionar sobre la capacidad de negociación de los trabajadores asalariados con derechos sociales, o bien una “masa marginal”, población excedente sin función y, por lo tanto, una carga para el sistema por razones de gobernabilidad.
Una expectativa u objetivo progresista subyacente era y es la de la incorporación/reinserción de esa población al “sector formal”, lo que para muchos se consideraba posible si se registraba un proceso de crecimiento económico en base a políticas desarrollistas no liberales, con el Estado como actor central.
En la actualidad, esa expectativa ha desaparecido, ante la convicción de que –no como anomalía sino como parte integral de la fase actual de desarrollo de la acumulación capitalista- grandes y crecientes masas de población en edad de trabajar serán excluidas de la posibilidad de tener un ingreso y derechos sociales a través de su salario, para ser asistidas con planes sociales o arrojadas al “sector informal” de la economía, ya sea como asalariados ocasionales precarizados o como emprendedores cuentapropistas.
Las políticas neoliberales de los ʼ70s
La profundización de ese rasgo como estructural no se genera por sí sólo, sino que es el resultado de la imposición de políticas económicas neoliberales en América Latina, que comenzó también en los ʼ70s bajo la dictadura de Pinochet en Chile y la de Videla en Argentina. Sin embargo, esas políticas continuaron bajo gobiernos democráticos, particularmente en la década de los ʼ90s, cuando el Banco Mundial ya predijo que podría haber crecimiento pero que sería sin empleo.
Aún bajo un régimen neoliberal, la gobernabilidad exige que el Estado juegue un papel como centro redistribuidor de medios directos e indirectos para la reproducción simple de la vida de la población, lo que según la doctrina neoliberal lleva a políticas sociales “básicas = mínimas” dirigidas a aliviar, pero no a eliminar, la pobreza, y que, para minimizar el gasto público, son focalizadas en los sectores de extrema indigencia.4
Su ineficacia para lograr una integración social que estabilizara el conflicto social fue un factor en las rebeliones populares, que incluso voltearon gobiernos con tales programas y abrieron la posibilidad de gobiernos anti-neoliberales.
Los gobiernos nacional-populares y la Economía Popular
Los gobiernos con programas nacional-populares de inicio del siglo XXI se propusieron en cambio una política extendida de derechos sociales con mayor calidad de los bienes públicos, basada en los recursos de la renta internacional resultante del alto precio de las commodities, que iba a probarse coyuntural, y de una política de recuperación de buena parte de esa renta por parte del Estado. Sin embargo, los programas focalizados de atención de necesidades básicas subsistieron.
En particular, ante la imposibilidad de generar puestos de trabajo asalariado suficiente, se subsidiaron programas de promoción de pequeños emprendimientos mercantiles autogestionados por sus trabajadores asociados, bajo el nombre de “economía social”, de “economía solidaria” o de “economía popular solidaria”, que estuvieron lejos de cubrir el déficit de empleo estable y cuya sustentabilidad requería el apoyo continuo del Estado.
Por otro lado, hoy comprobamos que bajo esos gobiernos no se alcanzaron a transformar las estructuras socio-productivas de las economías, por lo que, aun cuando fueran temporalmente contrarrestadas, las consecuencias de un modelo básico primario-exportador continuaron, y continúan operando. En cada caso es materia de controversia cuánto pesó en esa falencia un cálculo de la correlación de fuerzas como no suficiente para enfrentar al gran capital con una política de redistribución y redirección de activos productivos y no meramente de ingresos, por un lado, y el facilismo inducido por la coyuntura de altos precios de las commodities, por el otro.
De todos modos, por incompleto o cualitativamente deficiente que haya sido, los gobiernos nacional-populares incluyeron como parte de su estrategia los objetivos de integración (limitada) por el empleo formal, de acceso a recursos por parte de los actores económicos autogestionados, de transferencias monetarias institucionalizadas como derechos de las y los trabajadores a cargo de la reproducción familiar y, asociado a ello, los derechos de seguridad social. Todo lo cual apuntaba a mejorar las condiciones de las mayorías subordinadas, pero dentro de una economía estructuralmente inviable.
Paradójicamente, el modo de institucionalización de las demandas sociales contribuyó a limitar el espacio y la voluntad de construir sujetos sociales articulados y con posibilidad de desarrollar proyectos políticos emancipatorios. Así, hubo una aplicación verticalista, si es que no clientelar, de las políticas públicas desde el aparato de Estado. Aunque también se entabló una lucha cultural, no se alcanzó a construir una nueva hegemonía ni hubo un aliento a la autonomía relativa de las organizaciones populares. Ello contribuye a explicar por qué, en la fase actual de restauración neoconservadora, el aparato de Estado pudo ser “tomado” y revertido su sentido en 180º sin una respuesta eficaz de la sociedad civil.
En todo caso, los fenómenos que debilitan el papel del trabajo como integrador social son tanto las tendencias tecnológicas y la fuerza de la globalización planetaria con su proyecto hegemónico, como las políticas macroeconómicas y sectoriales adoptadas por los gobiernos nacional-populares, así como su modo mismo de hacer política.
El regreso del neoliberalismo
Sea por la fuerza redoblada del mercado global y la reafirmación violenta del proyecto imperial de EEUU, sea por el agotamiento del modelo macroeconómico centrado en la redistribución y el consumo popular, sea por la irresponsabilidad de las fuerzas políticas que conducían esos procesos, sufrimos ahora el regreso pleno del programa neoliberal, con sus planes de apertura destructiva del mercado interno y de ajuste del gasto público, particularmente del social, profundizando el desempleo y la pobreza, reiterando la focalización de las políticas sociales aunque sufran una continua degradación real, cuantitativa y cualitativa. En la medida que la redistribución hacia abajo de la pirámide social fue un factor de la legitimidad de los gobiernos nacional-populares, la continuidad de esas políticas transfirió inicialmente tal fuente de legitimidad a los gobiernos neoconservadores, o al menos contuvieron temporalmente la esperada rebelión popular.
Sin embargo, es necesario tener presente que los gobiernos nacional-populares avanzaron en la extensión e institucionalización de los derechos sociales de las mayorías, lo que los gobiernos de derecha, electos según la democracia formal, hasta el momento no pudieron anular. Claro está que bajo el proyecto neoconservador las condiciones materiales de la vida de las mayorías deben ser mantenidas muy por debajo de los niveles que la sociedad considera dignos con lo que las sociedades profundizan su polarización, fragmentándose y agudizando la conflictividad social, acercándose a los límites de lo aguantable.
Aunque reaparece la amenaza de la represión a la protesta social, es llamativa la aceptación pasiva inicial de esta restauración conservadora, no sólo por los beneficiados sino por buena parte de los materialmente perjudicados. Entre otras cosas, más allá de lo señalado anteriormente, esto se explica por el trabajo de legitimación que realizan los aparatos de comunicación social, practicantes de la psico-política, que afirma que hay que aceptar “la realidad”, que la opción pasa porque cada uno es emprendedor de sí mismo, debiendo asumir la responsabilidad por su situación, dejando afuera la posibilidad de responsabilizar a las elites o al mismo sistema, dado que “no habría alternativa” a que el mecanismo objetivo” del mercado sea el que mande en última instancia.
Entre otras cosas, esto erosiona, aunque no agota, el papel como paradigma que ha venido jugando el trabajo asalariado, “con patrón”, a la vez que exacerba las diferencias agudizando la confrontación entre “incluidos” (así sea precariamente) y “excluidos”, usando mecanismos tales como la estigmatización de los segundos por los primeros.
Sin embargo, la manipulación del imaginario social y la invención de una realidad virtual, funcional al poder neoconservador, tiene sus límites: es de esperar que la experiencia de la realidad empírica propia y del contexto inmediato vaya perforando el blindaje simbólico de los medios, devaluando la palabra de sus representantes, abriendo la mente para reconocer lo común con los otros trabajadores, para escuchar o construir otra visión de lo posible, un proyecto de economía sustantiva, orientado por la reproducción y desarrollo de la vida de todas y todos, alternativo a la muerte neoliberal.
Seguramente, en coyunturas difíciles de anticipar, surgirán convergencias de múltiples expresiones de lo popular y caerá ese tipo de régimen de gobierno, regresando a alguna variante, a un nuevo ciclo, de lo que los conservadores en nuestra región denominan “populismo”.
Tarde o temprano, se dará este segundo movimiento de resistencia, de defensa de la vida social. Pero se encontrará un país destruido, vulnerable, sin soberanía, atado a tratados internacionales asimétricos, sin control de sus recursos naturales, y un poder financiero inasible, enclavado en las instituciones financieras locales, pero en última instancia refugiado en los paraísos fiscales, protegidos por los gobiernos de los países capitalistas centrales. Las tendencias actuales preanuncian también una acentuación del control monopólico con sentido neoconservador de los medios tradicionales de comunicación.
Con todas esas dificultades, esta esperanza no es una predicción mecánica, sino que hay que trabajar políticamente para que se realice efectivamente, lo que nos lleva a plantear la posibilidad de desarrollar otras formas económicas desde el momento mismo de la resistencia.
La idea de que Otra Economía es posible y la elaboración de un proyecto nacional-popular revisado
En una futura fase de transición hacia un proceso de reconstrucción de la economía y la sociedad, no alcanzará con la rememorización del pasado ni con discursos críticos abstractos. Hará falta una orientación plausible hacia la posibilidad de otras formas económicas que, para ser creíbles, deben encarnarse por anticipado en las prácticas populares durante este período de resistencia.
El análisis y las propuestas que se hagan desde alguna variante de la izquierda suponen tomar posición epistemológica pero también política, entre dos hipótesis centrales.
Una primera posibilidad es poner el acento, con una visión macro-sectorial neodesarrollista, en la necesidad de que el Estado retome el proyecto de un desarrollo capitalista competitivo socialmente integrador (“Estado de bienestar”, protección del mercado interno, crecimiento de la riqueza mercantil con redistribución, recurso a fuentes de financiamiento e inversión externa no convencionales, inversión pública y estímulo la inversión privada, etc.) tal como fue asumido, en el discurso macroeconómico al menos, por los gobiernos nacional-populares de reciente existencia. Pero aún en este caso posiblemente no se contaría con un flujo equivalente de renta internacional y el capital financiero querrá castigar el regreso al “populismo” cerrando el acceso a capitales internacionales.
Otra segunda es poner el acento en desarrollar una sociedad civil relativamente autónoma, capaz de reencastrar la economía de mercado libre y de revertir las causas de la pobreza, aunque contraviniendo la absolutización de la competitividad y apertura a los mercados que demanda el sistema global. En ausencia de altos precios por las commodities, esto implicaría una redistribución de activos y una dura confrontación con las burguesías locales y foráneas, así como la articulación de un pueblo organizado, reduciendo la centralización del poder, radicalizando la democracia.
Vamos a desarrollar ahora la idea de que, para tomar posición, un factor importante es el lugar que se asigna en el proyecto político a la Economía Popular, objetiva y subjetivamente.
¿Qué es la Economía Popular?
Consideremos la siguiente definición:
La Economía Popular es la economía de las y los trabajadores, de las y los que viven o quieren vivir de su trabajo, la economía de sus familias, comunidades, asociaciones, redes y organizaciones. De los que tienen recursos materiales acumulados limitados, que dependen fundamentalmente de la continua realización de su fuerza de trabajo para sobrevivir y sostener proyectos de vida digna. Su unidad elemental de organización es la unidad doméstica, lugar inmediato de reproducción de la vida humana.
Esta definición está enmarcada en la definición sustantiva de la economía como el sistema de instituciones dirigido a organizar el proceso económico de modo que asegure la realización de las necesidades de la población de una sociedad, con o sin acumulación.
La Economía Popular es un gran sector que constituye una economía mixta junto con la Economía Empresarial Capitalista y la Economía Pública. Su sentido es la reproducción ampliada de la vida, así como el del capital es la acumulación sin fin y el de la economía estatal es (o debería ser) el bien común, combinado con la gobernabilidad de sistema y la acumulación de poder político.
Así definida, la Economía Popular (EP) abarca por tanto a los-que-viven-de-su-trabajo, que ven seriamente deteriorado su modo de vida en caso de no poder realizar sus capacidades de trabajo, lo que incluye a la gran mayoría de la sociedad: a los trabajadores asalariados (incluyendo a buena parte de los sectores medios, tanto los que tienen derechos sociales reconocidos como los precarizados), a los emprendedores autónomos, que organizan su trabajo individual, familiar, comunitaria o asociadamente, para producir y vender o para comercializar bienes y servicios (lo que incluye trabajadores profesionales, comerciantes, artesanos), a los pobres y a quienes no pueden acceder a un trabajo permanente, a los trabajadores ocasionales y a los desocupados o a quienes nunca tuvieron un trabajo perceptor de ingresos. Y también incluye a las y los trabajadores domésticos, a cargo de la economía de la casa, que producen riqueza (satisfactores de necesidades) para el propio consumo en el campo y la ciudad, proveyéndose, entre otras cosas, de alimentos, servicios de cuidado, la propia vivienda e infraestructura de servicios. No es correcto, ni empírica ni políticamente, reducir la EP al segundo segmento (emprendedores mercantiles asociados a la noción de trabajo “informal”).
Cabe destacar que la EP realmente existente es la EP del sistema capitalista periférico y que, antes que solidaria, puede ser altamente competitiva entre sus miembros.
Por diferencia, cuando decimos “Economía Popular Solidaria” (EPS) nos referimos a la presencia de relaciones de mutuo reconocimiento, cooperación, reciprocidad, complementariedad programada, tanto internamente (micro) como entre las organizaciones de la Economía Popular (meso).
Esta definición amplia de la EP real implica una gran heterogeneidad dentro de la misma, entre el pobre asistido y el profesional asalariado (por ejemplo, funcionario público, universitario) o autónomo individual o cooperativamente. Sin embargo, todos comparten el mismo sentido de sus prácticas económicas: mejorar sus condiciones de vida, no un acumular sin límites.
Sabemos que para el sentido común cuesta aceptar que la EP no es una mera economía de los pobres. Si se quiere, a efectos operacionales, un criterio de diferenciación dentro de esa heterogeneidad social es el de dividir la clase de las y los que vivimos de nuestro trabajo, por estratos según los ingresos y bienes personales acumulados y, de ser posible, de su vulnerabilidad potencial, habida cuenta de que tal estratificación es tan inestable como el mercado de trabajo actual, y que no se corresponde mecánicamente con los posicionamientos ideológicos y políticos.5
La tendencia observada a que integrantes del segmento de los trabajadores mejor posicionados caigan en la precarización y exclusión (reeditando los “nuevos pobres” de la crisis de inicio de siglo), va a contribuir a revisar esa reducción a la pobreza como supuesto socio-político, con un mayor reconocimiento de que todos los trabajadores somos parte de la Economía Popular, posibilitando alianzas amplias, aunque actualmente tengamos posiciones materiales y subjetivas distintas y hayamos recorrido trayectorias diversas.
Unos son o serán excluidos post inclusión, otros forman parte de una secuencia generacional ininterrumpida de exclusión/marginación del sistema de mercado capitalista. Algunos podrán contarse en el grupo de los que lograron tener una historia de inclusión continua sin temor a la exclusión. Tendencialmente serán los menos.
Otro parteaguas que es hoy social y políticamente decisivo es el de los valores, desde el individualismo y el desprecio al que está peor, hasta la posición solidaria frente a los excluidos.6
En esto es importante destacar que la subjetividad no está linealmente determinada por la situación material, sino que también depende de otros factores, algunos de los cuales vienen siendo manipulados por las técnicas comunicacionales del proyecto neoconservador.7
La EP no es entonces un sujeto homogéneo idealizable, que sigue una ley histórica necesaria, sino un sector socioeconómico y cultural fragmentado, magmático, cuyo desarrollo y papel en la estructura económica es contingente y en buena medida depende de la política.
Esta visión del conjunto de las clases trabajadoras ha sido negada tanto por la mayoría del sindicalismo como por el cooperativismo, representantes del segmento “formal” de la Economía Popular, algo que será fundamental superar.
El potencial de la Economía Popular
La EP no es estática ni atrasada, sino que tiene un gran potencial dinámico, cuantitativo y cualitativo, porque, a todos los efectos prácticos, la mejora posible en las condiciones de vida es ilimitada, no tiene como techo subjetivo la mera sobrevivencia, lo que explica su dinamismo y creatividad, donde la búsqueda de satisfactores puede dar cabida a la formación desde la base social de formas de trabajo asociado, de cooperación, a otras visualizaciones de lo posible y a reivindicaciones que van más allá de la supervivencia, aun sin llegar a plantearse un proyecto anticapitalista.
En particular, el desarrollo de subsistemas orgánicos de EPS puede generar nuevos comportamientos, valores y expectativas a medida que su problemática se va complejizando. Aquí se puede pasar de la autogestión asociativa de las organizaciones microeconómicas, incluidas las cooperativas, expuestas a la intrusión de los valores del mercado, a la gestión y el autogobierno democrático a nivel meso-socioeconómico, con la pretensión de instrumentalizar al mercado antes que de someterse a sus criterios. La efectivización de tales posibilidades requiere de la acción política y de una lucha cultural, propiciadas activamente por actores colectivos históricos o emergentes.
En todo caso está abierto el desafío de articular conscientemente las necesidades insatisfechas con las capacidades de la EP, despreciadas ambas por el capital, que sólo tiene como criterio la maximización inmediata de la ganancia, y por el Estado modernizante.
La violencia y el alcance de la nueva fase del proyecto neoconservador, amplificando la exclusión actual o potencial y poniendo en cuestión las formas tradicionales de organización y defensa de los intereses de las mayorías trabajadoras, es también un factor que puede contribuir a la emergencia de convergencias económicas, sociales y políticas que, si fueran interpeladas por proyectos de contrahegemonía sin pretensiones de homogeneización del campo popular, podrían contribuir a conformar el bloque social que sustente un proyecto económico alternativo para toda la sociedad.
Los interrogantes que usualmente enfrenta esta propuesta
Quedan abiertas muchas preguntas. ¿Qué alcance tendría el desarrollo de la Economía Popular Solidaria superando su estado actual?
• ¿Una nueva funcionalidad para la gobernabilidad del sistema?
• ¿Una pseudo-integración al mismo sistema que excluye?
• ¿La génesis de un proyecto anticapitalista?
El resultado no está predeterminado y ese proceso de desarrollo sin duda experimentará fuertes contradicciones en su encuentro con el sector empresarial capitalista y el Estado.
El neoliberalismo profundiza la tendencia a la conformación de una economía dual separando “incluidos/formales” de “excluidos/pobres estructurales/informales”. Ese mismo parteaguas atraviesa la Economía Popular. La idea de una economía dual permanente, segmentada material y subjetivamente, tiene poco asidero mientras la política siga teniendo márgenes de autonomía de acción para proyectos de orientación nacional y popular. Sin embargo, la lucha contrahegemónica tampoco tiene un desenlace necesario y depende de cómo se haga política.
¿Cómo pensar un programa político de la Economía Popular?8
En lo que sigue planteamos algunas hipótesis para el debate.
En lo inmediato, tal programa tendrá necesarias y apremiantes consignas reivindicativas, exigiendo al Estado neoconservador el cumplimiento de derechos adquiridos antes y durante los gobiernos nacional-populares, porque de ellos depende la supervivencia de los sectores más pobres y excluidos de la clase trabajadora.
Sin embargo, la confrontación será prolongada y atravesará las muchas crisis que traerá este modelo neoliberal, cuyos costos sin duda se pretenderá que sean cargados sobre las espaldas de la clase trabajadora en su conjunto, “ajuste tras ajuste”, incluso vulnerabilizando a sectores que hoy se sienten “incluidos” como parte de una efímera clase media.
Las acciones reivindicativas, siendo necesarias, y además posibilidades de convergencia popular, son insuficientes. Siendo una condición necesaria, la resistencia social a los golpes del ajuste neoliberal no construye de por sí una alternativa económica progresiva y sustentable.
Metafóricamente, proponemos ver esta etapa que se abre como la de una “economía de guerra prolongada”, donde hay que cavar trincheras en la sociedad, en los territorios, resistir y avanzar cuando la situación lo permita y afianzar los frentes que se vayan trazando por la acción de los sujetos colectivos, económicos, sociales, culturales y políticos que se vayan constituyendo.
En primer lugar, se trata de tener asegurado el sustento con dignidad y potenciar la capacidad de abastecerse con un alto grado de autarquía, sin depender de una logística externa como la asistencia focalizada, siempre incierta, vulnerable, aún si se enmarca en un discurso de derechos formales, y en todo caso condicionante para limitar la acción política autónoma.
Esto requiere desarrollar una estrategia de conjunto y de largo aliento: donde no caben ni la visión estructuralista de que en la periferia las masas marginales son un dato permanente, ni la idealización de la EP actual como fuerza productiva y reserva de solidaridad social ni, por supuesto, su funcionalización neoliberal como un “espacio de aguante” al que dirige un discurso emprendedorista mercantilista, individualista, mágico, una teología de la prosperidad como la que impulsan las corrientes evangélicas neo-pentecostales.
El objetivo es partir del reconocimiento de la EP actual para avanzar en su transformación, desarrollando un sistema orgánico de Economía Popular solidaria que incluya tanto la obtención de ingresos por la venta de la fuerza de trabajo a las empresas y al Estado como la obtención de medios de producción y el desarrollo de capacidades de producción autónoma, no siempre mediadas por el mercado.
Se trata de encadenar actividades aisladas, de construir subsistemas de producción y reproducción en los territorios rur-urbanos, de movilizar recursos donde parece no haberlos, de producir para el propio consumo y para el intercambio, de poner en marcha dinámicas endógenas.9 Un elemento importante es que, ante la retirada del Estado impulsada por el neoliberalismo, las comunidades territoriales desarrollen acciones de gestión de una parte de las funciones estatales de reproducción (educación, salud, infraestructura, hábitat, alimentación, coordinación de capacidades y necesidades, etc.) sin dejar, contradictoriamente, de exigir al Gobierno su cumplimiento y transferencia de recursos. Esto da lugar a experiencias de gobierno local y gestión participativa descentralizada, por una sociedad civil organizada como propugna la ESS, con un horizonte de integración nacional de la diversidad.
Lo dicho no debe interpretarse como una propuesta “aislacionista”. Un territorio, de por sí, no es totalmente autosuficiente y estático, sino que está él mismo en construcción. El enriquecimiento de las relaciones de autogobierno e intercambios de proximidad es fundamental, pero no se trata de una economía cerrada. No sólo porque parte de los trabajadores asalariados pueden obtener ingresos en los otros sectores de la economía mixta y en otros lugares (como en el caso de los emigrantes que envían remesas a sus comunidades de origen) sino porque actividades productivas localizadas en el territorio pueden tener mercados externos, nacionales o internacionales (una fábrica recuperada con mercado regional, un centro de transporte y alojamiento, las actividades de turismo, centros de servicios informáticos, etc.). Tampoco se trata de una economía indiferente al otro, local o externo. La solidaridad local deberá extenderse a ámbitos más amplios, mediados no sólo por el mercado sino por comunicaciones dialógicas entre colectivos sociales. En esto habrá que superar contradicciones dentro del campo popular, como las derivadas de los regionalismos históricos.
En lo económico y en lo político, se trata de ganar en autarquía sostenible de este lado de las trincheras, construyendo un archipiélago de territorios sociales, solidarios, complementarios, autogestionarios, “libres de neoliberalismo”.
¿Es esto factible? ¿Es utópica esta propuesta?
Un programa de economía social y solidaria (ESS), asumido por un sector de la sociedad que apunta a generar un sistema de economía solidaria, no es una utopía, más bien le cabe la calificación de heterotopía, porque no se trata de ilusiones, sino que podemos comprobar las bases de su factibilidad en ejemplos de políticas públicas basadas en la redistribución, la reciprocidad y la democratización del estado y, particularmente, en decenas de miles de experiencias del campo popular (si bien aisladas), de la Economía Popular Solidaria.
Con bases en esas experiencias podemos afirmar que las organizaciones de la Economía Popular han demostrado tener una capacidad de realización y un alto potencial organizativo y productivo.
Han podido y pueden, por ejemplo:
• producir bienes y servicios para la economía doméstica del cuidado, familiar o comunitaria,
• producir alimentos naturales, preparados y conservados (cereales, frutas y verduras, ganadería menor y mayor, leche y sus derivados),
• producir utensilios, mobiliarios, confecciones, calzado, textiles, y los cueros, fibras naturales y sintéticas requeridas,
• producir, reparar y reciclar herramientas y máquinas,
• producir materias primas, entre otras cosas reciclando residuos de manera racional,
• construir infraestructura (cloacas, agua, electricidad, caminos), viviendas y hábitat, escuelas, centros de salud, complejos deportivos, centros comunitarios, instalaciones feriales,
• comercializar sus productos, y comprar los que demanda, en red, generando sinergia, reduciendo la fragmentación y evitando la apropiación de excedentes por los monopolios de la intermediación,
• recuperar y armar computadoras, diseñar sistemas informáticos (por ejemplo, Linux),
desarrollar formas de energía limpia (hornos solares, biogas),
• organizar sistemas de formación básica y técnica, formar formadores, diseñar e imprimir materiales didácticos (educación popular liberadora),
• organizar sistemas de finanzas solidarias, sistemas de intercambio con monedas sociales y servicios financieros locales,
• formar asociaciones territoriales de prosumidores, donde se asegure que lo que se produce pueda ser intercambiado, dentro de la Economía Popular y a precios justos, por lo que se necesita para vivir,
• proveer actividades comunitarias de esparcimiento creativo, como el teatro comunitario, las fiestas barriales, las murgas, el deporte, desde competencias deportivas hasta ver el fútbol proyectado en una pantalla en una plaza,
• desarrollar medios y redes sociales de comunicación participativa con base territorial, articuladas mediante el intercambio de sus producciones,
• contar con sus propios centros tecnológicos y de formación, con legitimidad para convocar a las universidades, las escuelas técnicas e institutos tecnológicos, que orienten sus investigaciones y capacidades a la generación de marcos conceptuales y metodologías para resolver e inventar nuevas formas de organización, para participar, diseñar, producir e innovar en los productos y servicios, atendiendo continua e inmediatamente a los problemas técnicos y organizativos que se van presentando, “incubando” en terreno.
La Economía Popular puede y debe ser de alta calidad y complejidad, no hay razón para que no lo sea.
Siempre se planteará la cuestión de que el trabajo así expandido necesita contar con más medios de producción y que, al menos inicialmente, la acumulación será limitada. Sin embargo, es posible una suerte de “contra-acumulación originaria”, incluyendo, entre otras formas:
• la recuperación de territorios indígenas,
• el acceso legítimo, como medios de vida o de producción, a tierras ociosas, urbanas y rurales y a edificios públicos desocupados,
• el acceso a residuos sólidos para ser reciclados y procesados para autoconsumo o venta conjunta,
• el aporte de materiales de construcción por parte del Estado nacional o local,
• el acceso a bienes y servicios públicos gratuitos, entre los que se destacan los de educación y salud, con efectos directos sobre las capacidades productivas de las y los trabajadores,
• La recuperación de empresas quebradas por sus dueños,
• La recuperación de conocimientos que le fueran alienados,
• La recuperación del control de la moneda bajo diversas formas de moneda social.
Algunos de estos recursos, capacidades e instituciones deberán reivindicarse y defenderse mediante luchas sociales y políticas, otros fluirán en base a derechos adquiridos o disputados legalmente, o canalizados por las políticas asistencialistas que el gobierno no podrá eludir por razones de gobernabilidad.
En todo caso, la Economía Popular puede aumentar su productividad y generar un excedente, medido en valores de cambio o directamente en valores de uso, no sólo en relación al tiempo de trabajo sino al conjunto de recursos y capacidades con que va contando. Pero esto no se logra sumando iniciativas aisladas, sino que requiere de la sinergia que produce la acción concertada, cooperativa, complementaria, solidaria y no competitiva.
A lo cuantitativo se agrega lo cualitativo: luchar por otra relación productor/consumidor, por otra educación, por otra comunicación social, por otro concepto de salud y sus correspondientes políticas públicas, por otra relación con la naturaleza, por otro hábitat, por el reconocimiento social de la diversidad de trabajos y en particular del trabajo de reproducción que el patriarcalismo asigna a las mujeres. Todo ello es parte de la construcción de otra economía, social y solidaria y de su sujeto plural.
El alcance de esta propuesta
Esta propuesta es económica, pero no en el sentido estrecho que le da la ideología mercantilista del proyecto neoliberal. No es la anticipación de una sumatoria de emprendimientos mercantiles autogestionados compitiendo entre sí y produciendo sin proponérselo (la mano invisible), el bien común. El mercado globalizado cosifica y fagocita buena parte de esas iniciativas aisladas.
Es una propuesta de acción compleja de alcance sistémico, es cultural y política, pretende abrir otras formas de relación social, otras formas de ser consumidor y productor, otros modos de formación de las identidades. Implica recuperar el valor de lo colectivo democrático, de lo comunitario. Implica superar la alienación del trabajo fragmentado, desconocedor de las otras actividades de la Economía Popular y por tanto de sí mismo. En la Economía Popular realmente existente, aun habiendo experiencias como las arriba señaladas, que muestran su potencial, en su gran mayoría se arrastra la subordinación a la que la somete el sistema capitalista periférico. Así, como podemos ver en las ferias populares, predominan actividades simples como confecciones, alimentos o artesanías. Más allá de la supervivencia, es necesario avanzar en complejidad, condición para que las y los trabajadores y sus organizaciones puedan desarrollar un proceso de aprendizaje necesario para sustentar conscientemente proyectos de otra economía.
Avanzar con esa orientación requiere superar la suma de experiencias aisladas, pasando del nivel micro al nivel meso, construyendo subsistemas orgánicos multiescalares de Economía Popular solidaria comandados por sujetos colectivos con un horizonte sistémico.
Requiere luchar por recursos, pero también por la subjetividad, contrarrestando las estrategias y la acción de los aparatos neoliberales de comunicación, que pretenden formatearnos como productores y consumidores egocéntricos, poseedores insaciables y eternamente insatisfechos.
Es también una propuesta política, que requiere sujetos colectivos que comparten una estrategia de transformación socioeconómica tan integral como sea posible, lo que incluye no solo articular las demandas e iniciativas desde la sociedad sino disputar las políticas públicas, cuantitativa y cualitativamente, incluida su democratización.
Algunos ejes posibles de acción política
Como ya anticipamos, una de las estrategias neoliberales es aplicar formas de biopolítica, con el objetivo de organizar y dar sentido al conjunto de nuestras vidas mediante la combinación del sentimiento de insatisfacción ilimitada, de riesgo amenazante, de inseguridad, de angustia permanente, pretendiendo integrarnos no ya por el trabajo para todas y todos sino por el consumo desigual (y el endeudamiento), por un lado, y la proliferación de ideas y programas para el emprendedorismo individualista, antisolidario, meritocrático, competitivo, que responsabiliza a cada individuo por su suerte, evitando comprender los efectos del sistema capitalista (parte de lo cual paradojalmente coincide con programas y consignas impulsadas por los gobiernos previos).
Para poder lograr otra comprensión de las vivencias cotidianas y su potencial, hay que desarrollar marcos conceptuales amplios y los medios alternativos de comunicación dialógica, como las radios y canales locales, donde las y los ciudadanos y sus agrupaciones puedan tener voz libremente, construir visiones críticas del mundo apoyadas en sus experiencias cotidianas y reconocerse mutuamente intercambiando sus experiencias y proyectos.
Hay que registrar sistemáticamente y mostrar las iniciativas de la EPS, su viabilidad y eficacia (heterotopía), afianzando sus identidades como actores autónomos de la economía. En esto es fundamental evitar la confusión entre este llamado a la capacidad de emprender solidariamente, con el discurso emprendedorista individualizante propio del neoliberalismo.
Hay que mostrar la conveniencia y viabilidad de fortalecer la (siempre contingente e imperfecta) formación de sujetos colectivos con capacidad de acción autónoma reflexiva, y la creación de espacios públicos de encuentro, debate y decisión de los diversos sectores e intereses de la comunidad local, evitando la segmentación social y el corporativismo.
Ya ha ocurrido que representantes de movimientos sociales, aun bajo gobiernos nacionales no populares, han logrado ganar posiciones en instancias de gobierno local. En tales casos es fundamental que el diseño y gestión de las políticas públicas se realicen en un marco de participación popular. Un ejemplo simple de institución en esa dirección es el presupuesto participativo, cuando es efectivamente democrático. A partir del capitalismo, las mismas relaciones de reciprocidad requieren una combinación de libertad y de obligación moral, impulsada en buena medida por el Estado, siendo un ejemplo claro los sistemas fiscales progresivos o los de seguridad social a los que el proyecto neoconservador tiene en la mira.
En suma: se trata de avanzar hacia una democratización radical de la acción económica a todos los niveles, hacia la institucionalización de mecanismos de distribución justos, de la decisión participativa en un territorio social y culturalmente plural.
Nada de esto supone idealizar las redes o los territorios como comunidades naturalmente solidarias. Como ya adelantamos, el capitalismo ha contribuido a producir dentro del mismo campo popular un suelo de sentimientos de insatisfacción ilimitada, de riesgo amenazante, de inseguridad, de angustia permanente, así como prejuicios, desconfianzas, enemistades, odios, egoísmos, competencias, segregaciones, estigmatizaciones y en general comportamientos utilitaristas social y ecológicamente irresponsables. Trabaja con las emociones antes que con la racionalidad reproductiva que propugna la ESS.
Las prácticas y aprendizajes de una Economía Popular Solidaria deberán ir superando esos obstáculos objetivos y subjetivos. Una EPS supone emprender creativamente, pero no egocéntricamente, sino en base a contactos, intercambios directos, debates de ideas y lenguajes corporales de proximidad, por lo que producir el territorio, el entramado de relaciones, es tan importante como proveer los medios materiales para la vida plena, que no es sino vida en comunidad.
Los sujetos
La construcción de otras formas económicas implica generar otros poderes desde la base social, democráticos, no alienantes, económicos, culturales, políticos. En esto las prácticas de la Economía Popular se encontrarán con las estructuras de poder político jerárquico, las represivas, las confesionales antisociales, o las que tejen las redes del narcotráfico, que pueden ver como una amenaza el surgimiento de formas democráticas de poder social.
Sería importante que este proyecto fuera asumido por algunas fracciones políticas que actúan en la democracia representativa, con tal que no lo confundan con el asistencialismo u orienten sus prácticas en función oportunista de la “conquista del voto” como fin político de última instancia y que desde sus posiciones en sectores del Estado (Parlamento, municipios, etc.) critiquen y regulen las relaciones económicas y den acceso a recursos públicos.
Contamos con las redes de promotores y actores de la EPS, donde se generan iniciativas de manera colectiva y se canalizan los aprendizajes. Instituciones como algunas iglesias, los gobiernos locales y las universidades comprometidas con el campo popular, las formas de organización de la sociedad civil (mutuales, clubes de barrio, centros de estudiantes, cooperativas, redes de ayuda mutua…) pueden aportar sus energías organizativas ya probadas, contribuyendo a la construcción de una Economía Popular orgánica y crecientemente solidaria. En todo caso, del mismo proceso de hacer otra economía irán surgiendo intelectuales, dirigentes y activistas sociales, que deberán ser vigilados para que no reproduzcan relaciones asimétricas y oportunistas de poder.
No es impensable contar con formas de organización preexistentes si es que pueden modificar su orientación superando el corporativismo,10 como en el caso del sindicalismo y el cooperativismo. Pero fundamentalmente debemos reconocer movimientos, aparentemente no económicos, que son fundamentales para avanzar hacia otra economía. Entre otros:
• las múltiples concreciones del movimiento antipatriarcal de las mujeres, desde su confrontación cultural con dicho sistema hasta su lucha contra la superexplotación de la mujer, donde se superpone el trabajo de producción y mercadeo con el trabajo de cuidado y producción para el autoconsumo;
• los movimientos por los derechos humanos;
• La corriente católica de la Teología de la Liberación
• los movimientos ecologistas;
• los de defensa de poblaciones locales ante el avance de la gran minería y el agronegocio;
• los de consumo y producción responsables;
• el campesinismo;
• el indigenismo;
• los movimientos sociales específicos: los urbanos que luchan por el suelo o los servicios, los que luchan por otra educación, por otra salud...
…todos ellos cruzados, energizados y, por qué no, problematizados, por la participación activa de las juventudes (movimientos estudiantiles, culturales), como ha ocurrido en gestas populares previas y ha venido emergiendo recientemente. No es posible anticipar cuál o cuáles de estos movimientos puede tomar la iniciativa y convocar a los otros con un proyecto de Otra Economía, esto es parte de la contingencia de la política.
En todo caso, los que activan en nombre de una economía social y solidaria no pueden reducirse a la promoción de microemprendimientos mercantiles autogestionados. Deben asumir solidariamente esas reivindicaciones sectoriales mayores, contribuyendo a su vez a que esas organizaciones y movimientos expliciten dentro de su marco de pensamiento y acción el programa de una EPS, que enfatiza la iniciativa económica popular a la vez que involucra una solidaridad democrática mediada por el Estado, las políticas públicas de regulación del mercado y las de redistribución y provisión gratuita o subsidiada de bienes públicos. Esto implica también limitar la filantropía asimétrica y el clientelismo, fuentes de dependencia, de pérdida de libertad.
Desde lo micro a lo sistémico, se trata de contrarrestar la construcción de subjetividades negativas que impulsa el neoliberalismo, no sólo desde el discurso sino desde la experiencia. En un campo dominado por el inmediatismo y el pragmatismo, se trata de mostrar prácticamente que la solidaridad genera seguridad, confianza, afirmación de la propia identidad, fraternidad, contención, valoración de la justicia, responsabilidad por los otros (y de los otros por uno) y la naturaleza. Por supuesto se trata de probar que se realizan necesidades que ni las relaciones con el mercado salvaje ni con el Estado dominador satisfacen, no según un materialismo vulgar basado en el tener, sino con otra calidad: otros productos, otros modos de producir y de consumir, otros modos de ser y estar en el mundo, otro concepto del buen vivir. La consolidación y complejización de la EPS no es un factor colateral, sino parte fundamental de la transición, no hacia una sociedad utópica, sino hacia la mejor sociedad que podamos imaginar a partir de la realidad actual de cada territorio, orientados por el principio ético de la reproducción y desarrollo de la vida.
En este proceso, movilizados por la urgencia de encarar la pobreza y neutralizar los mecanismos de la exclusión, es también fundamental orientar la mirada hacia mejores futuros posibles y, a la vez, recuperar y aprender de la historia de las diversas formas de Economía Popular, sus gestas y su papel en la sucesión de coyunturas nacionales durante el siglo XX y, hoy claramente significativo, aprender de la historia de los pueblos originarios.
Nada de esto es fácil. Pero ¿quién espera lograr una propuesta simplista cuando el proceso de acumulación global de capital está destruyendo la vida en sociedad? No postulamos que cada uno es solidario en su fuero íntimo, en su “verdadera naturaleza”. Los valores y comportamientos tienen un determinismo sistémico, tanto más eficaz en cuanto es naturalizado, reestructurarlos implica cambios culturales que requieren un trabajo específico, que no pueden no ser colectivos, sustentados en la comunalidad.
Hacer otra economía es una tarea cultural y política, implica lucha hegemónica, disputar el sentido común legitimador de un sistema opresor y explotador, pero su eficacia y perdurabilidad implica también hacer otra política, desarrollar formas de democracia no meramente formal representativa, sino radicalizada, donde participan directamente y con autonomía los verdaderos productores, las y los trabajadores. Autonomía política y autarquía económica se necesitan mutuamente, se realimentan, siendo la articulación de la autogestión económica con el autogobierno territorial una base primordial de estas prácticas. En todo esto la Economía Popular solidaria está llamada a hacer una contribución fundamental.
Referencias
Coraggio, J. L. (2018). ¿Qué hacer desde la Economía Popular ante la situación actual? Revista Idelcoop, 224, 13-26.
García Linera, A. (2011). Las tensiones creativas de la revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio. La Paz, Bolivia: Vicepresidencia del Estado Plurinacional.
Han, B. C. (2014). Psicopolítica.Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona, España: Herder Editorial.
Enviado: 14/11/2018
1 Texto revisado y ampliado de la conferencia inicial en el II Congresso de pesquisadores de Economía Solidaria-CONPES, 26-28 de septiembre 2018, UFSCar, Sao Carlos, San Pablo, Brasil.
* Instituto del Conurbano, Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires, Argentina.
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3 A efectos de esta presentación, excluimos las redes de economía criminal y las propias del accionar empresarial ilegal (paraísos fiscales, etc.), que usualmente se incluyen en una definición amplia de lo “informal/ilegal”.
4 Durante los ʼ90s el Banco Mundial impulsó políticas de educación “básica”, salud “básica”, vivienda “básica” y, más recientemente de transferencias monetarias, consideradas más costo-eficientes que la distribución de medios de vida, particularmente de alimentos.
5 Como aproximación a la segmentación por ingresos en Argentina podemos tomar el artículo de Néstor O. Scibona, publicado en La Nación del 3/12/17. En ese año la clase alta abarcaría el 5% de los hogares de ingreso mensual con un piso de $90.000 y un promedio de $180.000 mensuales; la clase media alta: 17% e ingreso con un piso de $33.000 y promedio de $55.000; clase media típica: 28% e ingreso desde $18.500 y promedio de $28.000; nivel bajo superior: 33% e ingreso desde $9.500 y promedio de $14.000 (debajo de la línea de pobreza) y clase baja: 17% e ingreso promedio de $7.000 (muy cercano a la línea de indigencia). A lo que se suma la ponderación por el mayor número de miembros del hogar a medida que se baja en la pirámide. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/2087654-creditos-y-mas-calculos-transforman-el-consumo
6 Aquí hay que evitar caer en la tentación de decir que la nueva contradicción fundamental ya no es entre trabajo y capital y entre centro y periferia sino entre incluidos y excluidos, atravesando el campo popular. Pudiendo tener aspectos reales, esa caracterización pretende posicionarse como «objetiva y permanente», comparable al antagonismo entre trabajadores y capitalistas. En todo caso, es una línea divisoria característica del proyecto político y cultural neo conservador, que cobra sentido si se la ubica en el campo de esta contradicción fundamental entre capital/trabajo y metrópoli/colonia.
7 Sobre esto puede verse Han, B. (2014).
8 Parte de lo que sigue ha sido publicado en una versión más amplia en Coraggio, J. L. (2018). El texto ha sido parcialmente revisado.
9 Para dar un ejemplo, la solidaridad en la relación productor/consumidor supone el desarrollo de una cultura de “compre local”. Objetivamente, buena parte de cada peso que se gasta en un supermercado o una cadena de cualquier tipo termina en fondos de inversión globales. En cambio, cada peso gastado en comercios, ferias, talleres o cooperativas locales realimenta la economía local. Para superar el utilitarismo individualista e inmediatista, esto debe ser sustentado por una cultura de “producir con calidad, cuidar al consumidor” y de valoración social del trabajo de quienes participan del sistema de producción y reproducción. No podemos pretender una economía del sacrificio del consumidor o del productor en nombre de la solidaridad, sino una que combine el interés particular de productores y consumidores con la búsqueda del bien común como contexto que favorece a todos.
10 El corporativismo de los movimientos y grupos es una tendencia recurrente a contrarrestar, aun cuando las fases iniciales del proceso de defensa de la sociedad se sustenten en un proyecto de pueblo que apunta a lo universal. Para el caso boliviano ver García Linera, A. (2011).