Ernesto Guevara: El pragmatismo de lo imposible. Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2023 de Germán Pinazo
LA LUCHA POR LAS CONCIENCIAS: Acerca de Ernesto Guevara. El pragmatismo de lo imposible, de Germán Pinazo
Cristian L. Gaude
gaudecristian@yahoo.com.ar
Egresado Licenciatura en Estudios Políticos, UNGS. Tigre, Argentina.
Recibido: 23/04/2024 - Aceptado:20/05/2024
La Universidad Nacional de General Sarmiento edita desde hace algunos años una colección de libros breves titulada “Pensadores y pensadoras de América Latina”. La colección pretende recuperar las ideas de figuras importantes en la historia del pensamiento latinoamericano, especialmente del siglo XX, posando la mirada sobre uno o dos aspectos de la personalidad estudiada. Dentro de esa colección se enmarca el libro de Germán Pinazo Ernesto Guevara. El pragmatismo de lo imposible. El trabajo de Pinazo recupera un aspecto del pensamiento de Guevara muchas veces ignorado: pone el foco en las ideas económicas del Che, incorporándolas como parte esencial de su ideario revolucionario, del que se desprenden sus planteos destinados a incidir en el rumbo económico de Cuba. El texto procura centrarse en el papel de Guevara como intelectual, despegándose de su casi siempre ineludible figura mítica y de su equiparación material con el tan mentado “hombre nuevo”.
De este modo, el autor centra el análisis en el “gran debate” de mediados de la década del sesenta que se dio en Cuba y se replicó en el resto del mundo comunista acerca de qué medidas tomar para superar el atraso económico, aumentando la producción y la productividad, en un nuevo contexto de desmercantilización de las relaciones laborales. La participación de Guevara en ese debate se verificó, como bien señala Pinazo, en los años en los que se desempeñó como Presidente del Banco Nacional de Cuba y como Ministro de Industrias. Ejerciendo tales funciones, el Che debió arrojarse, pese a tener una escasa formación específica, a las discusiones económicas que se estaban dando en el marxismo, en las que planteó posiciones que fueron tildadas de voluntaristas e idealistas. La hipótesis de Pinazo es que, lejos de ello, las ideas defendidas por Guevara se asentaban en un profundo realismo y en la materialidad de las transformaciones que Cuba debía atravesar para recorrer el sendero de un proyecto civilizatorio alternativo al capitalista.
Ese realismo se hizo presente en el intercambio de ideas entre Guevara y otros funcionarios de la revolución cubana entre 1963 y 1964 para decidir el mejor modo de organizar la planificada y centralizada nueva economía cubana, debate del que fue una parte esencial la discusión sobre la conveniencia o no de emular el modelo yugoslavo de organización productiva. Pinazo señala que Guevara se negaba a imitar ese sistema, pues lo consideraba reñido con la moral revolucionaria. Es interesante y acertada la apelación de Pinazo a la famosa cita de Guevara, que funciona como condensación de su pensamiento: “El socialismo sin moral revolucionaria no me interesa”. Pues, efectivamente, la crítica que Guevara realizaba al modelo yugoslavo no miraba a su éxito económico, sino que estaba asentada en la formación ideológica que ese sistema propiciaba. Para el Che, el modelo yugoslavo de planificación económica, con independencia de las empresas estatales entre sí y criterios mercantiles de intercambio de lo producido, estaba alejada de la moral revolucionaria y se acercaba peligrosamente a las lógicas de competencia capitalistas.
El problema que estaba en discusión era el de “los incentivos” a la producción. Guevara afirmaba que los incentivos no podían ser considerados en los mismos términos que se daban en la lógica del capitalismo, sino que debían estar basados en un profundo sentido comunitario de la identidad. La respuesta que daba Guevara a la generación de incentivos para la producción era, en pocas palabras, generar una conciencia de pertenencia social que superara la identidad individual, propia de las sociedades mercantilistas, y generara la satisfacción del deber cumplido frente a la sociedad de pertenencia. Pinazo procura demostrar que esa postura, muchas veces tildada de idealista –incluso por quienes debatían con Guevara en la década del sesenta–, es profundamente pragmática. Efectivamente, el libro de Pinazo nos obliga a adentrarnos nuevamente en la cavilación acerca de la correlación entre ideología y materialidad, entre la acción y su reflexión, entre el qué y el para qué. De manera certera el autor hace que Guevara nos acompañe en ese debate para demostrar que no existe posibilidad de manifestación material del cambio revolucionario sin una correlativa transformación ideológica de la sociedad y sus impulsos.
El debate económico que repasa Pinazo se asienta en la aplicación por parte de Guevara del denominado Sistema Presupuestario de Financiamiento, que consistía en la unificación de las cajas de financiamiento de las empresas industriales de control estatal en el Banco Nacional y la asignación de partidas presupuestarias dirigidas desde el Ministerio de Industria, ambas entidades dirigidas por Guevara. Su idea era tender hacía la unificación financiera de los establecimientos y utilizar los recursos económicos según las necesidades del conjunto. Esa medida era discutida en contraposición con el modelo yugoslavo, que daba márgenes de independencia mayores a los establecimientos para que crecieran bajo cierta dosis de competencia mercantilista, aunque sin salir de la planificación económica centralizada. Lo interesante del modelo yugoslavo para el mundo comunista de los sesenta es que, efectivamente, parecía funcionar bien, y eso se reflejaba en los números de la producción. Como nos muestra Pinazo, la crítica de Guevara a ese sistema no estaba asentada en los números de los que podía presumir, sino en el tipo de moral que propiciaba. Guevara advertía que allí no había ningún impulso ideológico revolucionario y que esa falta era contraproducente a largo plazo para la economía planificada, pues sus lógicas no mercantilistas sólo podían funcionar orientadas por una conciencia revolucionaria superior a la del incentivo de la competencia. Guevara advertía que las cifras que coyunturalmente podía mostrar el modelo yugoslavo estaban asentadas en una precariedad económica basada en su inestabilidad sin un pilar ideológico que lo sostuviese.
Tras enmarcar el pensamiento económico de Guevara en el “gran debate” de los sesenta Pinazo hace un ejercicio intelectual muy interesante al intentar comprender las causas de la disolución de la Unión Soviética mediante las ideas del Che. En ese ejercicio, el autor nos invita a pensar la disolución del mundo soviético en base a la falta de conciencia revolucionaria de sus dirigentes medios y directores de establecimientos industriales, señalando que la reprimarización de la URSS durante la crisis del petróleo, que paradójicamente la había beneficiado por ser productora de energía, había generado una apertura a las mercancías de Occidente que devinieron en el intento de Gorbachov de renovar la economía soviética mediante la aplicación de ciertas lógicas de mercado, pero dentro de los marcos de la centralización económica. El problema, sugiere Pinazo, era que los dirigentes no estaban listos para tal apertura y sucumbieron ante el atractivo de “los incentivos” individuales, abandonando el ideal comunista. Exactamente lo que Guevara criticaba del modelo yugoslavo: la falta de moral revolucionaria.
El libro contribuye a pensar un Guevara intelectual, que une pragmatismo con idealismo, tratando de superar el halo de misticismo que recubre la figura del Che. Pero además tiene un gran mérito. Se hace la pregunta obligada que cualquier libro debe tratar de responder: ¿para qué? Pinazo, en efecto, se pregunta para qué retomar las ideas económicas de Guevara, “tan cercanas en el tiempo y a la vez tan distantes de nuestra realidad”. Efectivamente, a primera vista puede resultar que el pensamiento de Guevara está tan cerca nuestro que nos permite pensar la disolución de la URSS, fenómeno reciente si lo pensamos en los términos de la larga duración histórica, pero a la vez tan distante a nuestro presente que en términos políticos parece tener poco que aportar a la discusión actual, que aparece alejada en forma desmedida del debate acerca de la planificación y la centralización económica del comunismo. Sin embargo, dos puntos vuelven la lectura de este trabajo interesante para pensar nuestra actualidad.
El primer punto es que el libro de Pinazo nos invita a recordar que la aplicación de un proyecto económico-social basado en la planificación centralizada de la economía bajo control estatal y con lógicas alternativas a las mercantilistas fue durante décadas una respuesta a las necesidades de pueblos que estaban sumergidos en la pobreza y la desigualdad y a los que esa alternativa les garantizó pisos de bienestar universales. Al mismo tiempo, el éxito de estas economías centralizadas y planificadas obligó al propio capitalismo a adaptarse a la competencia que representaba ese proyecto civilizador alternativo, y a generar para ello formas estatales que, sin abandonar el capitalismo, se obligaban a tomar como bandera el bienestar social. Hoy, ese ideal de bienestar que debe garantizar el Estado está nuevamente en discusión. El libro de Pinazo es un aporte importante en el sentido de seguir apostando por la intervención del Estado para garantizar derechos.
El segundo punto es que el pensamiento del Che se inscribe en una discusión interminable, que periódicamente vuelve a sonar fuerte: la discusión sobre la relación entre idealismo y materialismo. Ciertamente, la ideología sigue siendo tan importante como las condiciones materiales para torcer el destino de los pueblos. No hay posibilidad de transformación de la sociedad sin conciencia de ese objetivo y mucho menos bajo lógicas individualistas de competencia. Y si el rol del Estado en la economía hoy vuelve a estar en discusión es, en parte, porque la promoción del homo economicus vuelve a cobrar fuerza como orientación para la acción humana. La liberación que, por haberse descuidado el aspecto ideológico de la cuestión, no es percibida como tal por sus protagonistas, corre el riesgo de ser percibida, por ellos mismos, como dominación.
Ernesto Guevara. El pragmatismo de lo imposible nos invita a volver a incorporar la lucha por las conciencias en nuestra práctica política e intelectual diaria, obligándonos a pensar la materialidad junto con su percepción y reflexión.
ISSN 1851-4715