Lo mejor de ambos mundos. Posibilidades y perplejidades en la transición de la Antropología Social a la Neuroingeniería

Gabriel D. Noel*

RESUMEN: Esta contribución invita a un debate acerca de las potencialidades de la práctica interdisciplinaria de la antropología por fuera del campo de las ciencias sociales y humanas en la Argentina contemporánea. A partir de un ejercicio de objetivación reflexiva que tiene como eje la transición de un antropólogo social al campo de la neuroingeniería, se presentan algunos de los equívocos enfrentados, las interpelaciones recibidas y los escollos encontrados, para plantear una serie de preguntas fundamentales acerca de los límites de la disciplina antropológica, de las trayectorias de formación de sus practicantes y del modo en que muchos de ellos la conciben, piensan y configuran su relación con ella. Finalmente se consideran varios de los principales desafíos institucionales para una práctica interdisciplinaria de esa naturaleza y se proponen cuestiones relativas a su conceptualización y evaluación por parte de la comunidad científica y sus dispositivos de financiación locales.

Palabras clave: interdisciplina, antropología, neurociencia

ABSTRACT: The following contribution is conceived as an invitation to debate the potential of an interdisciplinary practice of anthropology beyond the scope of the social sciences and the humanities in current Argentina. Through an exercise of reflexive objectivation following the transition of a social anthropologist to the field of Neuroengineering, we present some of the main misunderstandings, interpellations and obstacles met, in order to pose a series of fundamental questions on the boundaries of anthropology, the training of its practitioners and the ways in which many of them conceive the discipline and perform their relationship to it. Finally, we consider some of the major institutional challenges involved in an interdisciplinary anthropology-based practice in Argentina and we propose some questions regarding its conceptualization and evaluation on the hands of the scientific community and its local sponsoring agencies that we consider deserving of an explicit and collective consideration.

Keyworas: interdisciplinary work, anthropology, neuroscience

1. Aprendiendo a colaborar

Comencé a frecuentar asiduamente el Laboratorio de Neuroingeniería de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) –mi propia Universidad– allá por febrero del año 2022. Mi familiaridad con el espacio llevaba ya por entonces varios años y se remontaba prácticamente a su creación, en 2015. Fue por entonces que en el marco de una actividad académica conocí a su fundadora y directora, la Dra. Daniela Andres, quien me invitó a visitarlo. Movido por una curiosidad que solo puede calificarse de “nerd”, así lo hice unas semanas más tarde.

El LabNIng, según se me explicó, se encontraba vinculado a la carrera de Ingeniería Biomédica y tenía entre sus objetivos principales el diseño de tecnología médica en el campo de la neurología, lo cual implicaba a su vez investigación básica en ingeniería y neurociencias. Contaba en ese momento con un único estudiante de grado, Gianfranco Bianchi, que avanzaba por las primeras etapas de su Proyecto Final Integrador: una pulsera para cuantificación de movimiento a ser incorporada a algunas de las pruebas utilizadas para el diagnóstico clínico de la enfermedad de Parkinson. Muchas cosas me sorprendieron de esa visita, pero sin duda la que más lo hizo fue la familiaridad (no, corrijo: la receptividad) que encontré para con el mundo de las ciencias sociales en general, y para con la antropología en particular. Lejos de los prejuicios que solemos tener los científicos sociales acerca de nuestros colegas de “las duras” (y que se resumen básicamente en el supuesto de que piensan o deben pensar que somos unos “chantas”1 o que lo que hacemos no es ciencia) la directora del Laboratorio –formada como médica, con un doctorado en ciencias exactas y con trabajo postdoctoral en el ámbito de la física– parecía dar por descontado no solo nuestro estatuto de pares, sino mi capacidad de contribuir a su propio trabajo.

Ahora bien: si tanto el (re)conocimiento como el aprecio hacia mi disciplina me tomaron por sorpresa, su corolario –las invitaciones a “hacer algo juntos”, a “pensar algún proyecto conjunto”, a “colaborar”– me desconcertaron por completo. Tal desconcierto no solo descansaba en la sensación definida de que no podía haber diálogo posible entre nosotros y de que mis habilidades y competencias, por afinadas que estuvieran en relación con mi disciplina de origen y mi práctica profesional, no tenían nada que hacer en un Laboratorio de Neuroingeniería radicado en una Escuela de Ciencia y Tecnología. También era alimentado por un complejo de inferioridad deudor del supuesto antes mencionado: enfrentado a científicos “de verdad”, con formación en competencias abstrusas, no se me ocurría qué cosa tendría para ofrecer un antropólogo social abocado a la etnografía de las aglomeraciones medianas y pequeñas (el objeto de mi agenda por entonces). Si bien seguí visitando el Laboratorio y conversando con la Dra. Andrés, con el ya Ingeniero Bianchi y con otras personas que fui conociendo en el transcurso de mis visitas sucesivas, procedí a ignorar sistemáticamente con tanta cortesía como consistencia las invitaciones a “hacer algo juntos” en virtud de que ese “algo” era para literalmente inconcebible.

Así las cosas, seguí haciendo lo que siempre había hecho: trabajo etnográfico bastante clásico, de larga duración y alejado de mi ciudad de residencia, en proyectos que se extendían entre cuatro y siete años, y que implicaban periódicas reorientaciones de agenda más o menos drásticas. Puesto que a diferencia de muchos de mis colegas que sostienen durante décadas (o incluso durante toda su trayectoria académica) campos, temas u objetos, mi capacidad de mantener el interés sobre una cuestión o un debate decae rápidamente en una espiral de rendimientos decrecientes, hasta que el tedio y el fastidio me impulsan –en una suerte de donjuanismo intelectual– a cambiar de escenario, de problema y de pregunta con la esperanza de volver a disfrutar de la adrenalina inherente a los primeros y más esforzados tramos de la curva de aprendizaje.

Sin embargo, esa estrategia de cambios parciales y periódicos de intereses, campo y objeto eventualmente encontró un límite imprevisto, que hubo de forzarme a transponerla en un nivel más alto. A fines del año 2021, por una combinación de razones en la que abrevaban imposibilidades efectivas (la pandemia, como puede imaginarse, hizo su parte), frustraciones con el estado de la producción en mi propia disciplina –y en especial con la distancia irremontable entre los imperativos de la producción etnográfica y las realidades de la realpolitik del publish or perish (Noel, 2021a)– con sus ortodoxias abiertas o solapadas, con mi incapacidad absoluta (pese a mis denodados intentos) para suscitar un debate actualizado en torno de los conceptos y problemas que por entonces me movilizaban (Noel, 2017) y con la sensación de estar estancado, de no tener nada que decir y de haber agotado mi capacidad creativa, comencé a sospechar que esta vez no sería suficiente con cambiar de proyecto, de objeto o de escenario. Pero aunque la via negationis aparecía clara, la parte propositiva del asunto no lo estaba en lo más mínimo. Sabía que quería hacer algo distinto, pero acerca de qué podría ser ese algo no tenía la menor idea.

Así llegamos a inicios de 2022 y al momento en el que acepté una invitación a “colaborar” que aún no terminaba de comprender del todo. Comencé a frecuentar asiduamente el Laboratorio en busca de algún tipo de estímulo intelectual, ya que si algo me había quedado en claro a partir de un puñado de visitas esporádicas y dispersas era el carácter estimulante del ambiente de trabajo: un grupo interdisciplinario de investigadores en diversos estadios de su trayecto formativo articulando, con mayor o menor intensidad, intereses convergentes en torno de problemas y proyectos. Una vez allí, no me llevó demasiado tiempo tomar nota de varias diferencias importantes entre sus prácticas y las de mi propia experiencia como investigador. La primera y principal, como ya hemos adelantado, era que efectivamente todos los proyectos resultaban de un esfuerzo colaborativo. No solo colectivo: colaborativo. Insisto en la distinción porque resulta pertinente. Muchos de nosotros, en las ciencias sociales, hemos participado o dirigido proyectos colectivos y conocemos su lógica habitual: un conjunto de investigadores aúna sus intereses o experiencias preexistentes en torno de una agenda o tema “paraguas” en el marco del cual dialogan2. Pero las contribuciones siguen siendo individuales y se sostienen por sí mismas3. A su vez –y ya tendremos ocasión de volver sobre esto– la lógica académica de la evaluación y del reconocimiento en ciencias sociales supone, alienta y replica este esquema. Como lo sabemos quienes hemos estado de ambos lados de las comisiones de evaluación, un paper o libro obtendrá la máxima valoración si la autoría es individual (o a lo sumo cuando se encuentre repartida entre no más de un par de personas). A partir de allí, la puntuación decrece a velocidad de vértigo a medida que la lista de autores se prolonga.

La experiencia del Laboratorio ciertamente no era esa: los proyectos se concebían, se escribían, se pensaban y se publicaban allí en el marco de las contribuciones mancomunadas de un grupo interdisciplinario de personas con competencias específicas y roles diversos. Ninguno de estos aportes revestía mayor sentido en sí mismo, ni podía sostenerse en ausencia del resto. Todas las personas allí reunidas contribuían, en mayor o menor medida, en todos los proyectos; algunas directamente a partir de una idea, procedimiento, instrumento o insumo conceptual, otras como orientadoras o supervisoras de la labor de los primeros. El propio proceso de escritura era muy distinto de las coautorías a las que estaba acostumbrado: en lugar del péndulo de revisiones alternas y sucesivas de un manuscrito original pergeñado por uno de los autores, encontraba aquí una escritura a seis, ocho o doce manos en una herramienta colaborativa (por ejemplo, Google Docs) y de modo simultáneo. Justamente por eso las producciones son siempre colectivas e involucran con frecuencia a un gran número de colaboradores, tanto directos como indirectos. La publicación en solitario, por el contrario, equivale aquí a una confesión de impotencia y fracaso: implica, a todos los efectos, que quien la firma no consiguió interpelar o interesar lo suficiente a ninguna otra persona en torno del problema en cuestión, delatando ya sea una posición marginal o excéntrica, ya una ignorancia supina de los temas, problemas o cuestiones de interés para el campo de estudio (Daniela Andres, comunicación personal).

Como también hemos ya señalado, la naturaleza y el fundamento de este proceso descansaban en (a la vez que dependían de) una colaboración interdisciplinaria. Genuinamente interdisciplinaria; en modo hardcore. No se trataba aquí de esos equipos tan familiares que reúnen parientes cercanos –antropólogos, sociólogos, historiadores, economistas, psicólogos, trabajadores sociales– o vecinos cordiales –algún epidemiólogo, agrónomo, biólogo o ecólogo con preocupaciones por los “impactos sociales” – y en los que muchos de nosotros hemos participado. Aquí la situación era bien distinta: investigadores provenientes de la medicina, de las matemáticas, de diversas ramas de la ingeniería, la ciencia de datos, la biología, la química, de diversas generaciones y en diversas etapas de su trayecto formativo, construían problemas y proponían soluciones de manera conjunta en y por la intersección de un conjunto de capacidades y habilidades de naturaleza y proveniencia muy diversas.

2. Más allá de la “identidad”

Otra de las cuestiones que mayor perplejidad me suscitó en las primeras semanas de mi presencia en este nuevo espacio tuvo que ver con el modo en que sus moradores referían su relación con sus respectivas pertenencias disciplinarias. Aquellas personas debidamente familiarizadas con el mundo de las ciencias sociales en la Argentina sabrán de sobra que en ellas la relación de los investigadores con sus disciplinas moviliza de modo inequívoco una cuestión identitaria: en pocas palabras, se es antropólogo, se es sociólogo, se es historiador. Más aún, en el caso particular de la comunidad antropológica local, esta asimilación en clave identitaria se ve subrayada y exacerbada por una serie de operaciones de clasificación y jerarquización tan ubicuas como subrepticias en torno de la “pureza” de la adscripción disciplinar. Los antropólogos –como se sabe y se comenta en el estrecho círculo de complicidad del “entre nos”– se dividen en “puros” e “impuros”. Los “puros” son aquellos cuya trayectoria de formación tanto en grado (licenciatura) como en posgrado (maestría y/o doctorado) ha tenido lugar enteramente dentro de los límites de la disciplina (con crédito extra y plus de pedigree si la trayectoria tuvo lugar en “Filo”, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires). La categoría de los “impuros” por su parte no es exactamente complementaria de su contraparte, ya que refiere a quienes provienen de otras disciplinas (primordialmente, aunque no siempre, de otras ciencias sociales o humanidades) y que descubrieron la “verdadera fe” a tiempo como para corregir sus perniciosas costumbres en sus trayectorias de posgrado. Como sucede con todo converso, no importa que tan ferviente sea su profesión ni ardientes sus protestas, estos impuros serán mirados con perenne desconfianza por parte de los puros y, en privado, tratados con desdén. A los fines de la exhaustividad, debemos completar la taxonomía con un tercer y último caso (innominado por impensable en la teoría nativa) que es el de aquellas personas que (como es el caso de quien escribe) habiendo conocido la verdadera fe desde el principio –es decir: habiendo cursado sus estudios de grado en antropología– la han abandonado en su trayecto ulterior. Claramente el término técnico que corresponde a esta condición es el de “apóstata” (aunque el de “réprobo” sería sin duda más acorde a la indignación moral que esta defección suscita en la comunidad de los puros)4.

Definitivamente las cosas no funcionaban de la misma manera en mi nuevo entorno: en el Laboratorio (y el mundo más amplio al que éste pertenece) las personas no dicen que “son” sino que “vienen de” tal o cual disciplina. A su vez, por más que las marcas identitarias no estén nunca del todo ausentes, leen sus trayectorias primordialmente en términos de repertorios de habilidades y competencias, susceptibles de ser movilizadas al servicio de preguntas y proyectos específicos que no son (ni pueden ser) definidos sobre una base disciplinaria, en la medida en que en la inmensa mayoría de los casos, como hemos ya sugerido, no pueden ser abordados por o desde una sola de ellas. Lejos de la grandilocuencia declamatoria de muchas de nuestras vacuas clarinadas en favor de la interdisciplina, ésta es practicada aquí no tanto por convicción ideológica sino lisa y llanamente porque no se concibe otra forma de construir conocimiento riguroso sobre problemas complejos5.

Recién en este punto, familiarizado de manera incipiente con estas cuestiones, comencé a entender la naturaleza de las invitaciones a “colaborar” a las que pertinazmente me había estado sustrayendo durante más de seis años. Más concretamente: a vislumbrar por qué, a qué y en carácter de qué estaba siendo invitado y a entender que colaboración no debía ser leída en la clave coloquial en la que yo lo hacía, sino en un sentido técnico preciso, establecido y familiar en mi nuevo campo. Fue también en ese momento cuando comencé a pensar que quizás valdría la pena darle una oportunidad al proceso y ver si –y de qué manera– funcionaba; esto es, para remedar el lenguaje de mis incipientes nuevos colegas, hacer un experimento. La analogía resultaba en este caso más que un lugar común: muchos experimentos memorables lo fueron precisamente por no resultar como se había previsto (o incluso por haber sido consecuencia de accidentes felices). Así fue que lentamente y sobreponiéndome a más de tres décadas de hábitos profundamente arraigados comencé a intentar mirar las cosas de este nuevo modo; a pensar qué y cuáles de mis múltiples y autodenigradas competencias podían ser puestas al servicio de un problema interesante y complejo que pudiera ser trabajado colectivamente –o con mayor propiedad, colaborativamente– en el marco del Laboratorio de Neuroingeniería de la Universidad Nacional de San Martín.

3. La persistencia de una visión: el legado boasiano y la formación antropológica

Reponer la respuesta que terminé encontrando a esta pregunta requiere, me temo, otra digresión imprescindible. Apóstata confeso y todo, he sido a lo largo de mi trayectoria profesional bastante clásico tanto en la filiación teórica que reivindico (Noel, 2013) como en mi práctica etnográfica concreta. Mi formación, en cambio, resulta un tanto excéntrica en relación con el default de buena parte de los practicantes contemporáneos de la antropología social en la Argentina.

Me explico: como saben quienes están familiarizados con la historia de la antropología, ésta surgió originalmente de la fusión –o más precisamente de la acreción (Stocking, 2002) – de tradiciones separadas que involucraban la labor de anticuarios, naturalistas de campo, archivistas, filólogos y gramáticos, médicos, juristas, filósofos de diversas filiaciones y un largo etc. Los contornos y el resultado de ese proceso varían según las distintas trayectorias nacionales, pero su forma más elaborada (y hasta cierto punto canónica) confluyó en las primeras décadas del siglo XX en lo que se conoce como la doctrina de los cuatro campos –o, en su versión para iniciados, el sacred bundle– formulada por Franz Boas, decano de la antropología estadounidense (Boas, 1904; qqv. Lévi-Strauss, 1987). Según ésta, la antropología abarca cuatro grandes proyectos interrelacionados, todos ellos en clave explícitamente comparativa: la arqueología prehistórica, que estudia las sociedades del pasado que carecen de documentos y monumentos a partir de sus vestigios materiales; la antropología física (ulteriormente rebautizada biológica), que aborda la variabilidad de las dimensiones orgánicas de los seres humanos (tales como su morfología y fisiología), los procesos de la herencia, su evolución filogenética y su desarrollo ontogenético; la lingüística antropológica,que se ocupa de la reconstrucción y el análisis sistemático y comparado de las lenguas sin tradición escrita, y la etnología (devenida luego antropología cultural) que tiene por objeto las dimensiones de la vida humana colectiva aprendidas y transmitidas a través de la costumbre (i.e. la “cultura”). Esta ambiciosa agenda cuatripartita, sin embargo –como el propio Boas sabía y reconoció con amargura– resulta incompatible con las tendencias centrífugas inherentes en la especialización del conocimiento que, en el transcurso de unas cuantas décadas, terminarían por imponerse y desgajar estas cuatro ramas de su putativo tronco común6.

Aún así, esta vocación holística subsiste de forma testimonial en varias encarnaciones. Las más obvias las encontramos en los ocasionales llamados a la recuperación de la unidad perdida, de los cuales el más reciente y conocido es el de Tim Ingold (2015)7. También aparece, en segundo término, en algunos espacios que a través de la yuxtaposición de unas (sub)disciplinas en avanzado estado de autonomización performan una unidad utópica e inalcanzable: quizás el ejemplo más claro de esta estrategia es la de la revista más prestigiosa del campo, Current Anthropology. Aun cuando la inmensa mayoría de sus artículos y reseñas corresponden al campo de la cultural anthropology, publica con menor frecuencia textos correspondientes a los otros tres (así como a algunas de sus derivas ulteriores)8. Su propia página web es explícita en este sentido: “it seeks to publish the best theoretical and empirical research across all subfields of the discipline, ranging from the origins of the human species to the interpretation of the complexities of modern life9. A todos los efectos prácticos, sin embargo, esta coexistencia no es más que una suerte de lip service a una unidad que se sabe perdida: resulta inverosímil pensar que el texto producido en el marco de una de estas especialidades pueda resultar medianamente inteligible para un practicante de cualquiera de las otras, incluso en los aspectos formales y retóricos más generales (por no hablar de las referencias y los antecedentes).

Queda, en tercer lugar, el escenario más directamente relevante para nuestros propósitos y que involucra a las carreras de grado en antropología, cuyos perfiles específicos –deudores de las historias institucionales en las que se encuentran insertas– materializan combinaciones y énfasis variables de estos campos10. Así, para circunscribirnos a algunos ejemplos de la Argentina, en la Universidad de Buenos Aires –como hemos ya adelantado– la Licenciatura en Ciencias Antropológicas (nótese el plural) se dicta en la Facultad de Filosofía y Letras y permite trayectos tanto en Antropología Sociocultural como en Arqueología; mientras que tanto la Universidad Nacional de Córdoba (donde la Licenciatura se cursa en la Facultad de Filosofía y Humanidades), como mi propia alma mater, la Universidad Nacional de La Plata (en la cual la Licenciatura en Antropología se encuentra alojada en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo), admiten las orientaciones en Antropología Sociocultural, Biológica o Arqueología11.

Estos últimos dos casos no son estrictamente comparables. Allí donde en Córdoba el plan de estudios fue diseñado sobre la base de una especialización temprana y recorridos paralelos enhebrados en forma transversal por cursos de Teoría Antropológica, en La Plata (al menos en el momento de mi paso por allí) la elección entre orientaciones advenía sobre el último tramo de la carrera (en el cuarto año de un total de cinco). Asimismo, con la excepción singular de una única materia metodológica específica, la especialización comprendía apenas cinco optativas (de un total de treinta) dejadas al criterio del estudiante y sin ninguna recomendación ni restricción efectiva (al menos en tanto la elección tuviera lugar dentro de la oferta de la propia facultad). De esta manera, incluso quienes optamos por la orientación en antropología sociocultural tuvimos que pasar por cuatro asignaturas de antropología biológica y cinco de arqueología, por no mencionar el trivium naturalista del primer año: zoología, botánica, geología12. La oferta de optativas, en el momento en que me tocó cursarlas, no era mucho más amplia, de modo que me vi obligado a elegir malgré moi materias como Ecología General o Etología que no se condecían con mi orientación explícita.

Recibí en consecuencia una formación de base naturalista que incluía saberes tan incongruentes con mi autoadscripción declarada como fisiología, genética y ecología de poblaciones, anatomía comparada de los vertebrados u ontogenia del desarrollo embrionario, fetal e infantil, para mencionar solo algunas que vienen a cuento. La lingüística –que como puede verse en nuestra anterior caracterización de carreras brilla por su ausencia como orientación específica13– no tuvo mayor presencia en mi trayecto de grado, más allá de algunas nociones introductorias de lingüística estructural estadounidense (Hockett, 1971; Sapir, 1991)14, las necesarias lecturas de de Saussure (2005) y de Jakobson (1975) que se requieren para la comprensión del estructuralismo levistraussiano y una muy sumaria introducción a Chomsky por la vía de su incorporación a la etnosemántica de la mano de Floyd Lounsbury (1964)15. Consciente de esta laguna, y aprovechando circunstancias ocupacionales, residenciales y personales favorables, asistí ya graduado a varias de las materias de lingüística de la Licenciatura en Letras de la Universidad de Buenos Aires en carácter de oyente (en particular, las que tenían que ver con la discusión de la gramática generativa transformacional en sus sucesivas encarnaciones, cf. Chomsky, 1972, 1983, 1999a, 1999b y 1999c; Katz & Fodor, 1963; Jackendoff, 1974).

Con esto se cierra la enumeración de mis competencias formativas menos afines a mi orientación y desempeño como antropólogo social. No debería hacer demasiada falta insistir en que la inmensa mayoría de estos conocimientos –cuando no todos ellos– habían quedado muy atrás (tanto en lo que refiere a mi memoria como en lo que hace a su grado de actualización) en el momento en que decidí dar curso a mi experimento e incorporarme al laboratorio. Solo para dejar constancia de hasta qué punto esto era cierto, baste con decir que comencé la Universidad en 1988, me gradué como Licenciado en 1993, asistí de oyente a los cursos de lingüística ya mencionados en forma irregular entre 1994 y 1996, y nos encontrábamos entonces a comienzos de 2022, luego de diecisiete años de desempeño profesional exclusivo como etnógrafo y antropólogo social (contados desde el comienzo de mi trayecto doctoral en 200416). Pero aún así eran precisamente esos conocimientos, por lejanos o desactualizados que estuvieran, los que me daban una mínima esperanza de poder construir alguna agenda o problema común con mis nuevos colegas del Laboratorio, aunque por el momento no tuviera la más mínima idea acerca de su contenido o incluso de cómo haría para encontrarlo o reconocerlo.

4. El enigma del código (neuronal)

Como suele suceder en estos casos, la respuesta se presentó por sí sola y de manera inesperada, en circunstancias en que su directora le explicaba parte de su investigación postdoctoral a un recién llegado estudiante de grado. Según recapitulaba, uno de los problemas teóricos que la había ocupado por entonces involucraba la aplicación de herramientas matemáticas a la cuestión del código neuronal. Resumiendo de forma un tanto desprolija el planteo, se trata de la pregunta por el modo en el que las neuronas (se) transmiten mensajes a través de la polarización y despolarización de sus membranas o, en una formulación un tanto más precisa, acerca del mecanismo de codificación de esos mensajes expresados en pulsos eléctricos, en una suerte de “lenguaje neuronal”. Pero la recapitulación que la Dra. Andrés hacía de su recorrido se detenía en una suerte de callejón sin salida: aparentemente, pese a una serie de hallazgos iniciales más o menos promisorios, la aproximación había quedado trunca y la línea de investigación agotada.

Como podrá fácilmente imaginarse, vi abrirse allí una ventana de posibilidad: “código”, “mensaje”, “lenguaje” eran conceptos que me resultaban familiares y acerca de los cuales tenía herramientas teóricas y metodológicas para aportar. Así, y sobre la base de esta esperanza leí algunos de los papers producidos en ese recorrido postdoctoral (Andres, 2015; Andres, Cerquetti & Merello, 2015; Andres, Cerquetti, Merello & Stoop, 2014). Con la ayuda de su autora, cabe aclarar, ya que prácticamente nada en ellos –ni forma, ni argumento, ni lenguaje, ni contenido, ni referencias– me resultaba familiar o incluso comprensible. Proseguí luego con lecturas adicionales sobre el tema, desde referencias clásicas a contribuciones contemporáneas. No puedo decir que haya entendido todo –o siquiera la mayor parte– pero de esas lecturas y de los diálogos posteriores que mantuvimos al respecto, tanto en forma presencial como por mail, nos terminó por quedar claro que podíamos articular conjuntamente una potencial y nueva línea de abordaje del problema. Como mi nueva colaboradora había ya notado en su momento, todos estos textos tenían algo en común: movilizaban términos como “código”, “lenguaje”, “palabra”, “frase” o “mensaje” sin la menor referencia explícita o implícita a aquellas disciplinas que se habían ocupado de conceptualizarlos, discutirlos y trabajar con ellos de manera técnica del otro lado de la Gran División17.

La mayor parte de las veces esos términos eran definidos ad hoc, sobre la base de sus usos de sentido común, directamente utilizados como si los mismos fueran autoevidentes o transparentes o, en el mejor de los casos, importados sin demasiada reflexión de la teoría matemática de la información (Shannon, 1948). A los fines de evitar cualquier sesgo autocomplaciente, hicimos una búsqueda bibliográfica tan exhaustiva como nos resultó posible, al cabo de la cual confirmamos nuestra sospecha inicial: los investigadores del campo de las neurociencias abocados a la cuestión del código neuronal aparentemente no habían visto la necesidad de entablar un diálogo con quienes se ocupan del análisis de los códigos más complejos de los que tengamos noticia; la inmensa y rica variedad de los lenguajes naturales. Contra todo pronóstico, habíamos encontrado un problema central en neurociencias, que nos interesaba a ambos y en el que algunas de mis competencias podían ofrecer un aporte potencialmente sustantivo.

Quedaba por resolver, por supuesto, una cuestión nada menor: la combinación de mi desactualización y mi falta de conocimientos específicos, tanto en el campo de la lingüística como en el de la neurofisiología (incluidas las herramientas y los lenguajes formales necesarios para seguir sus argumentos). En términos de mi trayectoria profesional, superar ese escollo implicaba un movimiento de “desdiferenciación”; una suerte de desplazamiento contracorriente en mi especialización como etnógrafo y antropólogo social en dirección de una “equipotencialidad” que me permitiera recuperar, en el espíritu original del proyecto boasiano que había inspirado el plan de estudios de mi ya muy lejana Licenciatura, un nuevo trayecto que implicaría competencias antropológicas distintas de las que había cultivado desde entonces y a las que originalmente les había dado la espalda con un entusiasmo digno de mejor causa.

Las etapas iniciales de ese proceso (que se prolongaron a lo largo de mis primeros dos años de trabajo) requirieron de mucha lectura y diálogo con mis nuevos colegas –o más precisamente pedidos constantes y urgentes de aclaración y explicación de mi parte– y sobre todo de mucha tolerancia a la frustración. Remontar esta nueva curva de aprendizaje a una edad en la cual las capacidades intelectuales rara vez están a la altura del entusiasmo es cualquier cosa menos sencillo. Los papers empezaron a acumularse en mi escritorio a velocidad de vértigo, mientras que mi capacidad de seguirlos, comprenderlos y retener nuevos conocimientos progresaba, en el mejor de los casos, a un ritmo vegetal. Créase o no, sin embargo, algunas cuestiones comenzaron a resultarme eventualmente comprensibles, al menos en sus lineamientos generales (aunque como podrá imaginarse el proceso continúa y en más de un sentido tengo la impresión de encontrarme, a casi tres años de haberlo comenzado, aún en las etapas iniciales). Pero con la sensación cada vez más definida de entender la naturaleza del problema empírico que nos ocupa, así como sus principales antecedentes, escollos y –lo más importante de todo– los puntos en los que puedo articular mi propia contribución y las modalidades en las que ésta puede desplegarse. Lamentablemente no tengo espacio aquí para extenderme sobre los primeros avances del proyecto, pero los principales detalles y hallazgos están publicados o en proceso de publicación (Noel, Mugno y Andres, 2023; Noel y Andres, en prensa)18.

5. Profesiones y protestas: la irrevocabilidad del destino antropológico

Ahora bien: la reconstrucción de mi recorrido ha tenido como referencia exclusiva hasta este punto mi lugar de llegada; las neurociencias y su abordaje interdisciplinario en el seno del Laboratorio. Sin embargo, a lo largo de todo este tiempo había tenido lugar un segundo diálogo, al menos tan interesante como el primero, con quienes ocuparon el lugar de interlocutores y colegas durante toda mi carrera profesional precedente. A medida que les iba comunicando mis intenciones primero, mis devaneos más tarde y el hecho consumado de mi migración a mi nueva agenda y lugar de trabajo después, se suscitaron entre ellos una serie de reacciones que, debidamente analizadas, aparecen como extremadamente reveladoras.

Las menos interesantes fueron las de aquellas personas que comprendieron con mayor o menor clarividencia lo que estaba intentando hacer, en los términos en los que lo he venido reconstruyendo. Colegas que –casi siempre dándome más crédito del que merezco– coincidían conmigo en que me estaba encaminando hacia una terra incognita en el marco de un proceso imprevisible, incierto, experimental (en el sentido antes señalado) y potencialmente interesante, y que acompañaron mi quizás exagerado entusiasmo con palabras de aliento. Pero no constituyeron mayoría, ni mucho menos: por el contrario, las reacciones más habituales oscilaron entre la incredulidad y alguna forma más o menos radical de disonancia cognitiva (Festinger, 1975).

Comencemos por la incredulidad literal: no fueron pocas las personas que cuando les contaba mi nueva agenda pensaban que se trataba de alguna broma elaborada o de mal gusto, una especie de “cámara oculta” cuyos propósitos no terminaban de vislumbrar. Cuando respondía a su propia perplejidad con la mía y les preguntaba qué era lo que les parecía tan increíble, me respondían con certeza apodíctica que no tenía sentido tomar una decisión que implicaba a todos los efectos tirar por la borda una trayectoria que me había dado una posición, si no exitosa, al menos más o menos establecida y reconocible en un campo del que dominaba los criterios de permanencia, promoción y reconocimiento y que por lo tanto –y suponiéndome una persona mínimamente sensata– no podía estar hablando en serio. A medida que pasaba el tiempo y comenzaban a acumularse las evidencias en favor de la seriedad de mi propósito, estas personas se pasaban nolens volens a las filas del siguiente grupo: las aquejadas por un caso agudo y visible de disonancia cognitiva.

Tenemos en primer lugar a quienes, luego de recibir una larga y entusiasta explicación de mi condición y propósitos, me respondían con un non sequitur digno de Homero Simpson, concluyendo que lo que iba a hacer era una etnografía del Laboratorio à la Latour (Latour & Woolgar, 1986; Latour, 1987). Más singular aún era el caso de quienes asentían a toda mi explicación, declaraban comprender, aceptar y acompañar mi entusiasmo y en nuestro siguiente encuentro, apenas unas semanas o un par de meses más tarde, se comportaban como si la conversación entera no hubiera tenido lugar, y me interpelaban en términos de mi anterior agenda etnográfica. Cuando les recordaba con consternación nuestro último diálogo, parpadeaban un par de veces y luego de un incómodo silencio cerraban el intercambio con un “ah, cierto” y una expresión civil de buenos deseos19.

Más cerca del blanco, encontramos a quienes rápidamente me interrumpían para clasificar mi proyecto como “antropología biológica”, permitiéndose y concediéndome la posibilidad de conservar la filiación identitaria más amplia en términos del ya mencionado sacred bundle boasiano. Pero aún esta sencilla y tranquilizante estrategia conciliadora parecía requerir una renuncia a la que buena parte de mis antiguos colegas no quería o no podía ceder. Cerradas todas las vías anteriores, solo quedaba la posibilidad de un fideísmo tozudo que el propio Tertuliano hubiese envidiado, y que se refugiaba en la convicción inconmovible de que hiciera lo que hiciera no podría escapar a mi destino de antropólogo social y de etnógrafo, puesto que como “una vez antropólogo, siempre antropólogo20.

Como puede verse, la premisa básica subyacente a todas estas reacciones, con mayor o menor grado de explicitud y autoconsciencia, es siempre una y la misma: nulla salus extra anthropologia. Como ya hemos señalado, una vez descubierta la verdadera fe y consumada la conversión mediante un sacramento que imprime carácter, no hay ni puede haber vuelta atrás. Ab impugnatione veritatis agnítæ, líbera nos, Sancte Spíritus. Todo ocurre como si se asumiera por defecto que una persona advenida, acogida y reconocida por la comunidad antropológica, no puede querer sino reclamar pertenencia perenne a ella, toto cordeet animo volenti. Así, cuanto más protestaba yo que lo que estaba haciendo no era tanto “hacer antropología” como aplicar competencias adquiridas en el marco de una formación general en sede antropológica y reconducibles en parte a ella pero incompatibles con lo que la propia comunidad antropológica reconoce como tal, con mayor vehemencia insistían –en ocasiones al punto de la desesperación– en que lo que yo hacía, estaba haciendo y haría hoy y por siempre jamás sería antropología y ninguna otra cosa, y que negar este hecho irrecusable era simple estulticia de mi parte. Como bien saben quienes conocen a los antropólogos locales, las ubicuas advertencias respecto del carácter múltiple, contingente, situacional, construido, negociado y cambiante de las identidades y de la correlativa ingenuidad de cualquier esencialismo vale para todos los casos menos, claro, el de la propia identidad de antropólogo, la cual, según todo indica, solo puede predicarse de manera irredentista21.

6. El CONICET y la ilegibilidad de las trayectorias interdisciplinarias

Como quiera que sea, al cabo de seis u ocho meses esos comentarios fueron disipándose, no tanto por mi competencia retórica como por la fuerza aplastante e irrecusable de los hechos. Así, a medida que el tiempo pasaba, el otrora “soy antropólogo” se iba transformando pacíficamente en “vengo de la antropología y trabajo cuestiones de código neuronal con herramientas de la lingüística en un Laboratorio de Neuroingeniería” bajo la irresistible modalidad del hecho consumado. Las preocupaciones de mis antiguos colegas, sin embargo, no cesaron del todo; acalladas sus antiguas querellas identitarias, sin embargo, la inquietud y la curiosidad viraron en otra dirección, esta sí más pragmática, atendible y sociológicamente sensata, y que involucraba la pregunta por las condiciones objetivas de mi subsistencia material, que a su vez referían a mi relación con quien en mi carácter de investigador funge como financiador de primera y última instancia: el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET).

El CONICET es la principal institución que sostiene, financia y evalúa la actividad científica profesional en la República Argentina. Trabajar como investigador en nuestro país implica, en la inmensa mayoría de los casos, acceder a la Carrera de Investigador Científico (CIC) y sortear con éxito evaluaciones anuales primero y bienales más tarde a los fines de conservar el cargo22. Asimismo y como su nombre lo indica, se trata de una carrera con escalafones que, a través de mecanismos selectivos de promoción, permite eventualmente acceder a categorías crecientemente más elevadas (con una módica mejora de ingresos a cambio una cantidad considerablemente mayor de nuevas responsabilidades laborales y administrativas). En este contexto, la pregunta acerca de mi relación con el CONICET podía leerse en varias claves, todas ellas transparentes para cualquier investigador mínimamente conocedor del oficio.

La primera de ellas tiene que ver con que todo el proceso da por supuesto una estrategia de acumulación, orientada y alimentada por el conocido principio de Mateo enunciado por Merton (1968). Si todo sale bien, se supone que a medida que los investigadores progresan en su carrera el costo relativo de seguir avanzando decrece, porque su posicionamiento en el campo se vuelve crecientemente central y se reciben, ceteris paribus, más citas, más invitaciones a colaborar y a publicar, más responsabilidades y cargos en el sistema científico y académico. Así las cosas, la estrategia más redituable suele implicar mantener un objeto o una agenda más o menos consistentes y reconocibles a lo largo de toda la trayectoria académica: en esas condiciones, el proceso de acumulación deviene más o menos lineal y relativamente más sencillo. Quienes por el contrario –como ya consigné a la hora de referirme a mi propio caso– reorientamos nuestros intereses con frecuencia periódica, lo hacemos bajo nuestra propio cuenta y riesgo, explícitamente advertidos de que una cantidad mayor o menor de capital académico (Bourdieu, 2008) se disipa irreparablemente en cada transición. Las invitaciones, ofrecimientos y citas decrecen de manera súbita, porque están dirigidas a otra persona, “experta” en la agenda precedente, y no a quien a todos los efectos es un recién llegado a un debate que en buena medida desconoce23. Cambiar de agenda implica asimismo, como en parte he señalado, una puesta al día muchas veces costosa y demandante en tiempo y energía, que no suele materializarse (sobre todo en las primeras etapas) en las producciones que el sistema de evaluación solicita y reconoce –fundamentalmente publicaciones– a la vez que demanda la construcción de nuevas redes, nuevos vínculos y nuevos contactos que rara vez pueden capitalizar los beneficios obtenidos mediante las inversiones precedentes. Aquellas personas adictas como quien escribe al vértigo de “empezar de nuevo” y de “remontar la curva de aprendizaje”, dénse por advertidas. La curiosidad nos ofrece considerables premios en términos sustantivos, pero en lo que hace a las recompensas institucionales, los costos exceden con creces los beneficios.

La segunda clave de lectura tiene que ver con un rasgo de diseño de todo el ecosistema CONICET: prácticamente todo el dispositivo y sus procesos están diseñados sobre la base de una adscripción disciplinaria. No solo se ingresa a través de una Comisión Asesora Disciplinaria –incluida a su vez en una Gran Área que reúne disciplinas consideradas afines– sino que en lo sucesivo todos los procesos de evaluación y promoción pasan en primera instancia por la comisión pertinente. En mi caso particular ingresé a la CIC por mediación de la de Sociología y Demografía –temiendo, con razón o sin ella, que el estigma de mi manifiesta apostasía así como mi total ausencia de vínculos con las sedes por entonces hegemónicas de la formación y la práctica disciplinares causaran resquemores entre los evaluadores de la de Antropología e Historia– comprendida a su vez en la Gran Área de Ciencias Sociales y Humanidades24.

La afirmación precedente, sin embargo, debe ser parcialmente cualificada. A la luz de la ya mencionada naturaleza colaborativa del trabajo en diversos campos, algunas Grandes Áreas han definido comisiones sobre una base más o menos temática. Así, encontramos la Comisión de Salud en la Gran Área de Ciencias Biológicas y de la Salud o la de Ambiente y Sustentabilidad en la de Ciencias Agrarias, de las Ingenierías y Materiales/Desarrollo Tecnológico y Social25. Sin embargo, nada de esto aplica en principio a un investigador establecido de la Gran Área de Ciencias Sociales y Humanidades, sin vínculos dignos de mención con la problemática de la salud o la práctica de la ingeniería, pero que aún así aspira a realizar trabajo interdisciplinario en un espacio situado en la intersección de la una y de la otra. He aquí el punto preciso en que la lógica disciplinaria de la arquitectura de CONICET desconoce y desincentiva (cuando no penaliza) el trabajo interdisciplinario. Enfrentados a este marco fundamental, los perennes y recurrentes llamados, protestas, apologías y manifiestos en favor de la necesidad del trabajo interdisciplinario están condenados a permanecer en un estatuto meramente declamatorio, ya que cualquier agenda de estas características deberá enfrentarse al escollo formidable de una real politik que dificulta obtener retornos visibles, mensurables y retribuibles en un sistema que no ha sido diseñado para volverla legible o siquiera reconocible.

Mi situación –proponer una agenda interdisciplinaria en el marco de una filiación reconociblemente disciplinar26– era análoga, por consiguiente, a intentar encajar una pieza cilíndrica en un orificio prismático. Tampoco contaba por entonces con el capital suficiente como para intentar coronar con alguna posibilidad de éxito un movimiento más audaz hacia alguna área más afín (como la ya mencionada comisión de Salud). Lo que sí me quedaba claro es que en el marco de la comisión en la que había permanecido desde mi ingreso –rebautizada como “Sociología, Comunicación Social y Demografía”– difícilmente pudiera justificar mi agenda. Necesitaba migrar a un área lo suficientemente próxima como para que el cambio resultara verosímil y practicable, pero en la que al mismo tiempo pudiera alojar y justificar mis nuevos intereses27.

La solución, una vez más, llegó de manera imprevista, aunque retrospectivamente pueda parecer demasiado obvia. Como elípticamente he señalado en los párrafos precedentes, mi nueva agenda de investigación tenía que ver con complementar (y ampliar) en el marco de una empresa colaborativa los modelos matemáticos utilizados en el análisis del código neuronal con procedimientos inspirados en la lingüística. Al mismo tiempo y a poco de comenzar a movilizar estas herramientas, encontramos –por pura serendipity– que el tratamiento que habíamos utilizado para convertir los datos generados a partir del registro de los impulsos eléctricos de las membranas de las neuronas a un formato que los volviera susceptible de análisis lingüístico permitía también una conversión ulterior a una forma musical (Noel, Mugno & Andres, 2023). La yuxtaposición de análisis paralelos en términos matemáticos, lingüísticos y musicológicos de la actividad del sistema nervioso registra –como cualquier lector así sea mínimamente familiarizado con la historia de la antropología sin duda habrá ya anticipado– un precedente tan insigne como ilustre: la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss. Cuanto más reflexionaba a partir de esta imprevista filiación, más atractiva y convincente me resultaba la idea de que en cierto sentido la agenda que nos ocupaba podía entenderse como una continuación de su proyecto, en posesión de recursos y herramientas tanto conceptuales como materiales de las que él no disponía, y cuya inexistencia fue la principal responsable de que muchas de sus propuestas permanecieran en estado conjetural y su programa, trunco (Noel y Andres, en prensa). Inesperada y retrospectivamente, mis antiguos colegas terminaron teniendo algo de razón: al igual que Monsieur Jourdain, “je dis de l’anthropologie sans que j'en susse rien”. En consecuencia, y en la primera ocasión que se me presentó –mi informe reglamentario del año 2023– me trasladé a la comisión de Ciencias Antropológicas28 con un proyecto intitulado “Le structuralisme aujourd'hui: una actualización de la agenda estructuralista a partir de perspectivas contemporáneas en matemáticas, lingüística y neurofisiología”29.

7. La ininteligibilidad relativa de los criterios de evaluación entre disciplinas

Resuelta la cuestión de la adscripción disciplinaria por la vía de lo que podríamos llamar “el retorno de lo reprimido”, mis problemas no han hecho más que comenzar. Y el cambio al pretérito perfecto anuncia el comienzo del fin de este relato a medida que nos aproximamos a mi coyuntura presente. He hecho referencia en numerosas ocasiones a la cuestión de la legibilidad y la visibilidad del trabajo de investigación objetivado en los instrumentos de registro y evaluación que CONICET moviliza a la hora de evaluar nuestra producción y trayectoria. Ahora bien: mi desplazamiento implica a todos los efectos que mi trabajo sucesivo será evaluado, en primera instancia, por colegas que han sido formados y que han desarrollado su actividad profesional en el ámbito de la antropología sociocultural, y cuyas prácticas de interpretación y reconocimiento de la actividad científica están, como es de esperar, ajustadas a las singularidades de ese campo. Mis prácticas contemporáneas, sin embargo, no responden a los mismos estándares y son ilegibles desde ellos, con lo cual el terreno está abonado para un desajuste weberiano de expectativas recíprocas no exento de consecuencias deletéreas y nada desdeñables para mi carrera y para mi futuro en ella. Tal presagio, por pesimista que pueda parecer, es cualquier cosa menos infundado, puesto que descansa en una extensión de mi propia experiencia reflexiva de aprendizaje en el seno de un nuevo espacio y de una nueva agenda, y en la enorme cantidad de supuestos, convenciones y hábitos irreflexivos que tuve que reconocer, desmantelar y reemplazar por sus correlatos respectivos.

Comencemos por las más obvias: en primer lugar, las indexaciones que utilizamos habitualmente para evaluar la calidad de los journals son reemplazadas por métricas que deben ser aprendidas y de las cuales las más conocidas son los impact factors. Más importante aún: como mencionamos al inicio de este texto, en el mundo de las ciencias sociales se valora la autoría individual por sobre la colectiva y las producciones con más de dos o tres autores se hacen acreedoras instantáneas a un manto de suspicacia. Como hemos también señalado, la situación es exactamente la contraria en mi nuevo campo, donde papers prestigiosos, de alto impacto y enormemente influyentes pueden superar con facilidad la decena de autores. La atribución de autoría, asimismo, transcribe y pone de manifiesto una compleja geometría de alianzas, colaboraciones, compromisos e historias institucionales que resulta tan transparente al interior del campo como ilegible para los outsiders. Incluso el aspecto aparentemente más evidente y visible de esta práctica –el orden de autores– se pierde en la traducción: si en las ciencias sociales la sucesión de nombres debe ser leída como una jerarquía que va de mayor a menor en términos de contribuciones y responsabilidades30, en mi nuevo campo las posibilidades de interpretación de la secuencia varían y requieren complejas competencias adicionales de lectura. Lo más habitual es que implique una estructura espejada y simétrica de dos mitades, donde primero van los contribuyentes junior en grado decreciente de importancia, seguidos de los senior, pero esta vez en grado creciente. Al mismo tiempo el orden expresa al menos en parte el rol jugado en el proceso y el producto: el primer autor del paper es quien ejecuta el experimento. Los autores intermedios son quienes han realizado contribuciones adicionales y necesarias. Lejos de representar una contribución mínima, nominal o negligible, el último autor ocupa el lugar de destaque: es el director y el responsable por la idea general (y en el extremo por el proyecto colectivo o la agenda temática más amplia de la que el texto forma parte y en el marco de la cual adquiere su sentido). Algo similar ocurre con el idioma: allí donde publicar en inglés, aunque ocasionalmente valorado, no es esencial en el mundo de las ciencias sociales31, no existe otra opción en mis nuevos dominios, salvo en el caso puntual de comunicaciones, como ponencias o posters, dirigidos a públicos estrictamente locales32.

Todo esto, por su parte, aún cuando puede resolverse con un modicum de esfuerzo por parte de los miembros de una putativa comisión evaluadora, refiere a una única dimensión de la práctica profesional –la producción individual en ciencia básica– que como hemos también sugerido no es necesariamente la principal ni la destinataria de los mayores esfuerzos. La naturaleza colaborativa del trabajo interdisciplinario en el marco del Laboratorio requiere no solo de sus investigadores una participación más o menos ubicua y constante en muchos de los proyectos en curso, ya sea directa o indirectamente sino, sobre todo, de un rol activo en la formación y coordinación de equipos. Aún cuando todos los proyectos sean siempre deudores del interés, iniciativa, curiosidad o habilidades específicas de un investigador formado o en formación, ninguno de ellos puede realizarse en solitario: por el contrario, son el resultado mancomunado del trabajo de un equipo33, que requiere de sus participantes más avezados una dedicación a la formación, la coordinación y la supervisión que excede el menguado puntaje que las comisiones evaluadoras suelen asignar al rubro “Formación de Recursos Humanos”, el cual está pensado y se expresa en términos de una suma de relaciones diádicas e individualizadas entre directores y sus tesistas o becarios.

Que la responsabilidad fundamental de los investigadores formados es coordinar y dirigir equipos es una proposición apodíctica en el mundo de las ciencias de laboratorio, pero mi ignorancia respecto de esta condición fue uno de los escollos que me dificultó durante mucho tiempo entender la naturaleza última de la “colaboración” que la Dra. Andrés me había propuesto desde un principio. Mi putativa presencia e inserción en el LabNIng excedían la demanda de llevar adelante una agenda interdisciplinaria de investigación básica o la posibilidad de sumar mi contribución personal a los proyectos nuevos o en curso. Lo más importante del proceso involucraba la expectativa y el firme compromiso de “formar equipo”, es decir reclutar, entrenar, acompañar, supervisar y producir en manera conjunta con otras personas provenientes de las ciencias sociales en general (y de la antropología en particular) interesadas en emprender una trayectoria análoga a la mía, contribuyendo en consecuencia a extender una red interdisciplinaria que ampliara el repertorio colectivo de competencias y habilidades disponibles.

La puesta en práctica efectiva de esta empresa comenzó a materializarse apenas un semestre después de mi desembarco efectivo, cuando en el marco de un dispositivo formativo de las Licenciaturas en Sociología y Antropología Sociocultural de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la UNSAM –las Horas de Investigación34– comenzamos a reclutar estudiantes de grado interesados en realizar prácticas en “el Labo”. La convocatoria terminó por incorporar en forma permanente a cuatro estudiantes que optaron por realizar su investigación de tesina en el marco de proyectos de diverso grado de avance y desarrollo, y en colaboración directa con estudiantes y graduados de Ingeniería Biomédica que se encuentran trabajando en los suyos, con el apoyo y supervisión de sus directores respectivos (lo cual, obviamente, me incluye)35. Actualmente, la inmensa mayoría de los proyectos de desarrollo tecnológico en curso están articulados sobre la base de un equipo interdisciplinario cuyo núcleo fundamental combina principalmente estudiantes de ingeniería y de antropología, trabajando a la par en un proceso de co-diseño en el cual los insumos de una y otra disciplina revisten similar y crucial importancia. Todos ellos han empezado ya a materializarse en producciones académicas conjuntas (posters, presentaciones en congresos, premios) dirigidas al público de la Ingeniería Biomédica y las Neurociencias –y, más lentamente, también al de la Antropología y las ciencias sociales– en los cuales he participado (junto con otros investigadores formados del Laboratorio) en carácter de coautor y supervisor36.

Una vez más, la pregunta acerca de qué, cómo y cuánto de esto pueda ser leído, ponderado y valorado por una comisión evaluadora de antropólogos sociales y culturales permanece abierta. Máxime cuando los proyectos del Laboratorio de Neuroingeniería se orientan no solo a la publicación de conocimiento bajo la modalidad habitual y reconocible de papers y presentaciones sino, fundamentalmente, a su traducción en dispositivos tecnológicos de diagnóstico que puedan ser incorporados a la práctica clínica de la medicina. Como bien se sabe, la distinción entre ciencia “básica” y “aplicada” –así como la jerarquización relativa de la primera sobre la segunda– permea grandes áreas del sistema científico37, y el CONICET no es la excepción. En este sentido, hemos sido testigos a lo largo de los últimos años de diversos intentos para incorporar y jerarquizar la dimensión ‘aplicada’ de la práctica científica en el sistema, que incluyeron desde la creación de una quinta e incongruente Gran Área dedicada a Tecnología (posteriormente reabsorbida) a la ya mencionada incorporación de la modalidad “Temas Estratégicos” o la posibilidad de solicitar una vía de evaluación alternativa a la habitual sobre la base de los denominados PDTS (Proyectos de Desarrollo Tecnológico y Social), ambas aún vigentes. Todas estas soluciones y parches sin embargo, siguen presuponiendo una disyunción excluyente que implica una opción o bien por la ciencia básica (por default) o bien una adhesión explícita a la aplicada. Más recientemente esta situación claramente inadecuada ha sido abordada a través de una serie de directivas enfáticas (si bien estrictamente no vinculantes) a las Comisiones Evaluadoras, que las instan a mostrarse abiertas y sensibles a la pluralidad de trayectorias por fuera del monocultivo maximizador de papers38. Todo esto se aplica con mayor intensidad, si cabe, en el mundo de las ciencias sociales y en especial en el de la antropología, en las cuales pese a una larga historia y tradición en contrario, sus practicantes suelen muchas veces minimizar o esconder sus contribuciones “aplicadas”, máxime si tienen algún tipo de relación con el sector privado, fons et origo de toda contaminación. Así las cosas la incertidumbre para alguien que, como quien escribe, ha optado por hacer ambas cosas a la vez no puede menos que verse multiplicada.

Como quiera que sea, mi peculiar experimento sigue su curso. Qué tan viable haya de resultar enfrentado a la realpolitik de la práctica profesional de la ciencia en la Argentina contemporánea y en la trayectoria concreta de un investigador proveniente de la antropología social que le ha dado la espalda a la corriente principal de su (sub)disciplina es una pregunta que solo podrá responderse en el futuro y en forma retrospectiva. Sean cuales fueren los desarrollos ulteriores, confiamos en que la presentación de estos resultados preliminares (con todas sus limitaciones) hayan contribuido y sigan contribuyendo a una reflexión informada acerca de los alcances y posibilidades de nuestras competencias de base antropológica fuera de sus cotos habituales, familiares y esperables de despliegue.

Agradecimientos

Además de las decenas de personas que acompañaron, orientaron, estimularon e hicieron posible el sinuoso proceso aquí reconstruido (y que son demasiado numerosas no solo para nombrarlas sino siquiera para evocarlas con alguna pretensión de exhaustividad) quiero agradecer muy particularmente su aliento, acompañamiento, lecturas, sugerencias y comentarios a Analía Menéndez, Carolina Álvarez Ávila, Cecilia Ferraudi Curto, Daniel Míguez, Daniela Andres, Gianfranco Bianchi, Gloria D'Alessio, José Garriga, Julieta Quirós, María Soledad Córdoba, Marina Moguillansky, Melina Fischer, Micaela Venezia, Oscar Filevich, Sergio Visacovsky, Silvina Merenson, Teresa Politi, Valeria Priotti y Yanina Faccio (enumerados por estricto orden alfabético para evitar la ambigüedad de las jerarquizaciones arriba mencionadas). Como de costumbre, ni mi reconocimiento ni mi mención de sus nombres implica que estén o hayan estado de acuerdo conmigo ni con los acontecimientos que resultaron en este paper: por más que muchos de éstos no hubieran tenido lugar de no mediar nuestro diálogo, la responsabilidad definitiva por su forma final es exclusiva responsabilidad mía (en muchos casos en oposición explícita a sus sensatos y prudentes consejos).

Recibido 26 de mayo de 2024. Aceptado el 2 de noviembre de 2024

* Gabriel D. Noel es Antropólogo (UNLP), Doctor en Ciencias Sociales (UNGS), e Investigador del CONICET en el Laboratorio de Neuroingeniería (LabNIng) del Instituto de Tecnologías Emergentes y Ciencias Aplicadas de la Universidad Nacional de San Martín (ITECA/ECyT-UNSAM). Se desempeña asimismo como Profesor Titular de la Licenciatura en Antropología Social y Cultural en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (EIDAES-UNSAM). Contacto: gnoel@unsam.edu.ar

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  1. 1 “Chanta” es en la Argentina urbana una expresión del lunfardo que refiere a una persona que presume una competencia, una solvencia, un conocimiento o una capacidad que no posee, y que exhibe con fines de engaño o en aras de halagar su vanidad.

  2. 2 La idea de “colaboración” no está del todo ausente en el campo de las ciencias sociales, pero reviste un sentido distinto y refiere específicamente a la producción de conocimiento en cooperación y diálogo con actores de fuera del campo académico (la mayor parte de las veces, “nativos”). Agradezco a Carolina Álvarez Ávila esta observación.

  3. 3 Quisiéramos dejar en claro que no se trata aquí de criticar una modalidad de trabajo que ha dado y sigue dando muy buenos resultados.

  4. 4 Quisiera aclarar en beneficio de aquellas personas no familiarizadas con el peculiar mundo de la antropología argentina –y que pudieran por tanto pensar que exagero– que el lenguaje religioso que estamos utilizando no es un exceso retórico ni un recurso meramente alegórico: son los propios antropólogos (y esto no solo en sus fueros privados) los que hablan del trabajo de campo como una experiencia de conversión (siguiendo la referencia maestra en Lévi-Strauss, 1992), o de la etnografía como una ascesis sobre la base de la cual se mide una pureza ya no de origen, sino de ejercicio. Para mayor inri, todas estas alegaciones, imputaciones y recusaciones de pureza tienen lugar –recuérdese– entre personas que se supone leyeron a Mary Douglas (2007)… o incluso a Anna Tsing (2023).

  5. 5 Más aún, en ocasiones los equipos de investigación preceden a los problemas: un grupo de personas con interés en trabajar juntas “forman equipo” y comienzan la búsqueda de algún problema interesante que pueda ser abordado provechosamente a partir de la suma de sus habilidades combinadas.

  6. 6 El propio Boas fue de hecho el primero y el último de los antropólogos en realizar contribuciones significativas en los cuatro campos, y aun cuando podían encontrarse hasta la mitad del siglo XX practicantes de la disciplina que combinaban aportes o formación en más de uno, esta situación se ha vuelto progresivamente más rara. Al mismo tiempo la “antropología cultural” y sus cognados en otras tradiciones (“social”; “sociocultural”) se han expandido hasta alcanzar un estatuto de sinonimia con la “antropología” a secas, que funciona a menudo como sinécdoque de aquellas.

  7. 7 Como lo ha señalado Mary Douglas con una claridad meridiana (Douglas, 1986) estos procesos de reforma, luego de un breve período de entusiasmo inicial, son eventualmente sepultados por las formas institucionalizadas del recuerdo y del olvido. Consecuentemente, al cabo de un periodo más o menos corto, la disciplina vuelve al business as usual y estos reclamos permanecen marginales o simplemente se extinguen hasta el próximo revival.

  8. 8 Current Anthropology cuenta con más de sesenta años de existencia, es financiada por la mayor fundación contemporánea de fomento al conocimiento antropológico –la Wenner-Gren Foundation– y publicada por la Universidad de Chicago.

  9. 9 Tomado de: https://www.journals.uchicago.edu/journals/ca/about el 31 de mayo de 2024.

  10. 10 Para una discusión contemporánea sobre esta cuestión, véase Forrest-Blincoe y Forrest (2022).

  11. 11 Otras Universidades han optado por circunscribir la formación a una única orientación, como es el caso de la Universidad Nacional de Misiones o la Universidad Nacional de San Martín que imparten titulación exclusivamente en Antropología Social y Cultural. Para un panorama más completo (aunque algo desactualizado) de la formación antropológica en Argentina, véase Bartolomé (2007).

  12. 12 Es en virtud de este trayecto, así como de la ya mencionada inscripción de la carrera en una Facultad de Ciencias Naturales, que subsiste entre los antropólogos formados en la Universidad de Buenos Aires una atribución muy habitual de “biologicistas” y “cientificistas” (sea lo que sea que signifique esto último) a sus colegas de La Plata, incluso - o especialmente - a quienes optan por la antropología sociocultural, que suelen ser tratados con cierto escepticismo.

  13. 13 Aún cuando existen en muchas de esas instituciones profesionales que se desempeñan en la subdisciplina.

  14. 14 Así como de algunas de sus derivaciones ulteriores como la kinésica (Birdwhistell, 1970 y 1971).

  15. 15 A esto deben agregarse nociones básicas de sociolingüística, etnolingüística, etnografía del habla y pragmática de la comunicación, acerca de las cuales no nos detendremos por ser irrelevantes a los fines de nuestra exposición.

  16. 16 Los detalles de mi trayectoria de posgrado han sido reseñados en Noel (2021b).

  17. 17 Lejos de constituir una excepción, esta tendencia a construir ex nihilo objetos o conceptos desde un campoignorando vastas tradiciones previas en otras disciplinas resulta un fenómeno relativamente habitual. Para un ejemplo particularmente claro - el de la “memética” - véase Bloch (2001) y Kuper (2001).

  18. 18 Un resumen un tanto desprolijo de estos primeros pasos y hallazgos puede encontrarse en una entrevista realizada en el marco del podcast Una Idea, disponible en: https://podcasters.spotify.com/pod/show/nicolas-spagnuolo/episodes/5---Gabriel-D--Noel---Investigador-en-laboratorio-de-neuroingeniera-e2jdi9p/a-ab8e6d9 (consultado el 31 de mayo de 2024).

  19. 19 Una vez más, no se trata de una epidemia de casos de amnesia anterógrada, sino de esas formas institucionales de la memoria y del olvido a las que ya hemos hecho referencia (Douglas, 1986).

  20. 20 Apenas hace falta aclarar que “antropólogo” está siendo utilizado aquí (al igual que en los párrafos inmediatamente siguientes) en clave de sinécdoque para “antropólogo social” o “sociocultural”, en el sentido ya mencionado.

  21. 21 Como nota de color, luego de la impotencia y el hastío suscitado por varios meses de oír una y otra vez los mismos paralogismos, decidí responder a ellos en bloque, mediante la escritura de una suerte de manifiesto deliberadamente condescendiente e irónico que llevó el kantiano título de “Sobre un cierto tono esencialista adoptado acríticamente en Antropología”. Si bien por razones obvias el texto permanece inédito, el mismo fue enviado a modo de respuesta automática ante todas aquellas interpelaciones que se resistían o me denegaban por principio la posibilidad de devenir otra cosa que lo que ellos pensaban que debía ser y seguir siendo.

  22. 22 Para más detalles, véase https://evaluacion.conicet.gov.ar/procedimiento/ (consultado el 31 de mayo de 2024).

  23. 23 La condición de “recién llegado” a un nuevo tema, campo o subdisciplina, asimismo, suele despertar suspicacias e incluso resistencia activa por parte de los ‘establecidos” en él, quienes no suelen ver con buenos ojos la intromisión en un terreno que consideran suyo. Agradezco a Julieta Quirós el énfasis en este punto.

  24. 24 El listado completo de Comisiones y Grandes Áreas puede encontrarse en https://convocatorias.conicet.gov.ar/wp-content/uploads/sites/3/GRANDES-AREAS-DEL-CONOCIMIENTO.pdf (consultado el 31 de mayo de 2024).

  25. 25 Asimismo, y consciente de las limitaciones de esta base de adscripción disciplinar, el propio CONICET ha incorporado algunas estrategias híbridas, como la modalidad de convocatoria “Temas Estratégicos” (establecida a partir del año 2010), que articula el mecanismo de selección para el ingreso sobre la base de problemáticas específicas de naturaleza interdisciplinaria. Aún así, sigue siendo cierto que varias de estas líneas guardan afinidad electiva con disciplinas específicas, y que en cualquier caso la adscripción de los investigadores sigue siendo en último término disciplinaria (Sarthou, 2023).

  26. 26 A la hora de una postulación o una presentación en CONICET, el primer paso implica seleccionar una “disciplina científica” y, dentro de ella una “disciplina desagregada”, un “campo de aplicación” y una “especialidad”. Una de las soluciones a la que podemos recurrir quienes pertinazmente queremos desarrollar actividades de naturaleza interdisciplinaria implica completar los últimos registros con categorías residuales como “Antropología-Varias”, “varias ciencias”, “varios campos” o - en el último caso en el que la opción es abierta - “práctica interdisciplinaria de la disciplina”. Quienes quieran disfrutar del efecto entre irónico y cómico de este procedimiento pueden consultar mi perfil en el buscador de CONICET, en https://www.conicet.gov.ar/new_scp/detalle.php?id=33291&keywords=noel%2Bgabriel%2Bdavid&datos_academicos=yes (consultado el 31 de mayo de 2024).

  27. 27 Los investigadores pueden especificar la Comisión Evaluadora disciplinar a la que quieren someter su informe reglamentario. Los cambios no son demasiado frecuentes, y suelen tener lugar en el ámbito de comisiones más o menos vecinas dentro de una misma Gran Área y entre las cuales puede suponerse que los estándares y criterios de publicación, evaluación y referencia son mayormente equivalentes y recíprocamente legibles.

  28. 28 Cabe aquí una aclaración: si bien originalmente la mencionada comisión llevaba por nombre “Antropología e Historia” y su primer componente abarcaba los cuatro campos repetidamente mencionados, eventualmente la especialización y la divergencia también señaladas impulsaron la necesidad del cisma. Por consiguiente, se creó una nueva comisión de Arqueología y Antropología Biológica y escindida de Historia (y transmigrando al plural adoptado de “Filo”) la comisión de Ciencias Antropológicas usufructuó la sinonimia habitual entre la denominación genérica y la antropología sociocultural.

  29. 29 La justificación y el plan de trabajo correspondientes pueden consultarse en https://www.academia.edu/105432662/_Le_structuralisme_aujourdhui_Plan_de_Trabajo_CONICET_ (consultado el 31 de mayo de 2024).

  30. 30 Salvo en el caso explícito y muy habitual de contribuciones comparables y responsabilidades compartidas en el que se utiliza el recurso al orden alfabético.

  31. 31 Lo cual, como se ha señalado más de una vez, tiene completo sentido en el marco de la peculiar geopolítica del conocimiento y en especial el efecto deletéreo de las formas de ignorancia asimétrica reconocidas por Dipesh Chakrabarty (2000), qvv. Ribeiro y Escobar (2008).

  32. 32 A exclusivos fines de exhaustividad, enumero en passant algunas otras cuestiones que tuve que aprender en mi transición a mi nuevo campo a otro. Los papers se leen (y se escriben) comenzando por las figuras y las tablas y sus pies (a partir de lo cual un lector competente debería ser capaz de entender el contenido completo sin necesidad de recurrir al texto). Las contribuciones a revistas tienen editores individuales y los referatos se prolongan indefinidamente hasta la plena satisfacción de todos los evaluadores (en lugar de la única ronda con revisita del evaluador o, más frecuentemente del editor que suele ser la norma en ciencias sociales). La evaluación es muchas veces anónima solo de un lado (los evaluadores saben quién escribió el texto que están evaluando) y solo temporalmente (al momento de la publicación la identidad de los evaluadores es revelada), se pagan cantidades siderales (estamos hablando literalmente de miles de dólares) para publicar en modo open access. A veces no existe otra opción, con lo cual toda la operación se transforma en una forma elaborada de chantaje. Aunque en ocasiones existe la alternativa de sepultar el paper detrás de un paywall que lo volverá ilegible para cualquier persona alojada fuera de una institución próspera del primer mundo, nadie escribe libros excepto un puñado de figuras legendarias, en muchos casos pertenecientes a una mítica Edad de Oro perdida en el pasado.

  33. 33 A los fines de ilustrar esta afirmación, se recomienda consultar la sección correspondiente a los Proyectos del propio Laboratorio: http://www.labning.com.ar/#investigacion (consultado el 31 de mayo de 2024).

  34. 34 Las Horas de Investigación forman parte del Programa de Formación por Créditos y tienen por objetivo ofrecer estancias breves en equipos/proyectos de trabajo, de un semestre de duración, a estudiantes promediando la carrera, con el fin último de ponerlos en contacto con potenciales directores para sus tesinas de grado.

  35. 35 Se trata de Cecilia Cruz Molina (proyecto “Enfermedad de Parkinson”), Emma Coso Kordon (proyecto “Ataxia”), María Sol Sayago (proyectos “Infarto Agudo de Miocardio” y “Cardiopatías Congénitas”) y Rodrigo Ruiz Menna (proyecto “Relleno Capilar”). Las tres primeras realizan su trabajo de tesina bajo mi dirección y el último bajo la de la Dra. María Soledad Córdoba. La descripción de los proyectos y los equipos completos puede consultarse en http://www.labning.com.ar/#investigacion (consultado el 31 de mayo de 2024).

  36. 36 A los fines de no multiplicar las referencias baste con mencionar dos presentaciones colectivas (una de ellas publicada en un volumen colectivo por Springer) en ocasión del XXIV Congreso de Bioingeniería y XIII Jornadas de Ingeniería Clínica (SABI Estudiantil) del año 2023 y la obtención de varios premios en el Concurso IB50K para tecnoemprendedores del Instituto Balseiro en el mismo año.

  37. 37 Aún cuando en campos con un énfasis inherentemente aplicado como la Ingeniería o la Medicina, esta relación en ocasiones se invierte, existe amplia evidencia de que la jerarquización asimétrica está lejos de desaparecer. Como han señalado en entrevistas públicas varios de los responsables por muchas de las tecnologías desarrolladas durante la pandemia de COVID-19 de los años 2020 y 2021 (en especial el exitosísimo barbijo Atom Protect, desarrollado conjuntamente por la UBA, la UNSAM, CONICET y la empresa Kovi), sus informes reglamentarios con frecuencia le “bajaban el precio” a sus contribuciones sustantivas a tecnologías comercialmente disponibles que salvaron literalmente miles de vidas a la vez que reclamaban una mayor producción de papers (Córdoba et al, 2022).

  38. 38 Esta política de evaluación reconoce como hito fundamental la adhesión explícita de CONICET a la declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación (DORA) en 2021 y su apoyo en el mismo sentido al Manifiesto de Leyden sobre indicadores de investigación. La declaración puede consultarse en https://sfdora.org/read/read-the-declaration-espanol/, el manifiesto en http://www.leidenmanifesto.org/ y el documento de CONICET sobre criterios de evaluación en https://convocatorias.conicet.gov.ar/wp-content/uploads/sites/3/3-CRITERIOS-DE-EVALUACION.pdf (consultado el 31 de mayo de 2024). Agradecemos a Melina Fischer las referencias.

Revista Ensambles Otoño 2024, año 11, n.20, pp. 75-98
ISSN 2422-5541 [online] ISSN 2422-5444 [impresa]

Gabriel D. Noel

REVISTA ENSAMBLES AÑO 11 | Nº 20 | otoño 2024 | investigaciones en borrador PP. 75-98 |