Avisos

Revista Ensambles convoca al envío de artículos para su nuevo Dossier repensar el trabajo humano:

 

Asistimos a un debate persistente y de larga data acerca del trabajo, que interpela su “normalidad”, en particular en sociedades latinoamericanas, donde la “tipicidad” que es medida de las transformaciones en curso distó de concretarse.

 

Uno de los hilos de estas discusiones se remonta a mediados de los años noventa, cuando el concepto mismo de trabajo fue puesto en debate y, con él, su función naturalizada en el ordenamiento de la sociedad. Debate enmarcado en la realidad de un mundo que, desde la crisis del EBK y del fordismo, había sufrido enormes transformaciones. La imposición de cambios en la organización del trabajo, de flexibilizaciones en el empleo y de reducción de puestos en la producción tuvo su correlato en el rápido incremento del número de trabajadores desocupades en diversos países europeos, lo cual dio lugar a diagnósticos que presagiaban un mundo capitalista con cada vez mayores desigualdades. El libro de J. Rifkin, El fin del trabajo, fue quizás la primera y gran advertencia, casi apocalíptica, de este posible futuro para el mundo. Si el trabajo ya no podía ser la fuente de bienestar había que preguntarse sobre qué fundamentos se había construido el aserto que ponía al mismo como principal y casi único estructurador social. Entonces, el texto de D. Méda, El trabajo un valor en vías de desaparición, pudo ser, en aquel momento, una guía adecuada para encaminar el debate. También, la discusión planteada por A. Gorz, acerca de la necesidad de reducir el tiempo de trabajo, era un condimento de relevancia a esa discusión. En las sociedades latinoamericanas se registraron revitalizaciones de la vieja discusión de la informalidad, acaso porque la mentada “redundancia” del trabajo humano para la producción no se expresaba de forma unívoca en el aumento del desempleo, sino en el peso creciente y bajo nuevas formas a antaño de ocupaciones autocreadas por imposición de las necesidades y del mandato de trabajar a cualquier precio y en cualquier condición.

 

La posterior recuperación del empleo en Europa y la rápida adaptación de las sociedades a las nuevas premisas del neoliberalismo, en torno a la forma de trabajar y de ser empleade, terminaron por diluir dicho debate. Mientras en la América Latina del nuevo siglo, la llamada “marea rosa” promovió una oleada de reformas laborales y sociales que parecían revertir parcialmente las encaradas en la década previa, encarnando una promesa de futuro sostenida en la recuperación del empleo perdido y de su lugar estructurante de la integración social. A través de estos vaivenes, las transformaciones neoliberales de la producción y del trabajo continuaron su curso. Las políticas destinadas a debilitar los lazos de los trabajadores y trabajadoras con un empleo estable, a tiempo completo, con garantía de acceso a la seguridad social, sindicalizado y con salarios que permitían cierto bienestar continuaron desarrollándose y multiplicando el número de desocupades y trabajadores empobrecides y, de ese modo, el inconformismo y la decepción respecto a lo que el trabajo podía ofrecer.

 

Ya ingresando en la segunda década del siglo XXI, la incorporación de tecnologías cada vez más sofisticadas a la producción y la consiguiente automatización de muchas tareas, pasó a constituirse en otro factor de posible expulsión de mano de obra, con lo cual la alarma respecto a lo que el trabajo no podría hacer volvió a encenderse. El artículo de C. Frey y M. Osborne sobre El futuro del trabajo le daba color a esta alarma con estadísticas que aseguraban que la automatización pondría en riesgo al 47% de los empleos en Estados Unidos. Si bien investigaciones posteriores pusieron en duda este porcentaje, el nuevo debate que encaminó gran parte de las discusiones, congresos, publicaciones fue acerca del futuro del trabajo.

Un nuevo jalón de la discusión tuvo lugar por un acontecimiento inesperado. En 2020, la pandemia detuvo al mundo y, sin dudas, hizo que gran parte de la humanidad pusiera en cuestión muchas de las seguridades y preceptos de futuro que, hasta entonces, parecían conducir y ordenar la vida, entre las cuales el trabajo continuaba ocupando un lugar fundamental. En países europeos y americanos, se registró un nuevo fenómeno, conocido como “la gran renuncia”. Hecho que, aun consistiendo en decisiones individuales de abandonar sus empleos para ir la búsqueda de mejores condiciones de vida en otras actividades, no necesariamente consideradas como laborales, fue quizás un ejemplo del hastío que muches sentían en sus trabajos anteriores. En otra dirección, la renovada visibilidad de actividades esenciales para la vida, realizadas en condiciones de precariedad y sin suficiente reconocimiento, mostró que “el trabajo” (los trabajos) sigue teniendo centralidad. En este sentido, especialmente en países latinoamericanos, cobraron especial relevancia las luchas por el reconocimiento y la protección de formas autónomas de trabajo, algunas de ellas autogestivas en las llamadas “economías populares”, en un escenario de “cierre” en el acceso a empleos protegidos y bien remunerados. Simultáneamente, en estos procesos también habita la “conversión emprendedora” (Gago, 2021), a través de la que los valores del emprendimiento permean los mundos populares y las políticas sociales, postulando al emprendedorismo como solución frente a la crisis del trabajo formal asalariado. Simultáneamente a estos procesos de transformación del trabajo y de destrucción de sus “estatutos”, se ha visibilizado la crisis de los cuidados (Fraser, 2020) implicada, que multiplica las presiones sobre las capacidades sociales para hacer frente a la crianza, el mantenimiento de los hogares, las comunidades y las relaciones sociales en general.

 

Así, nuevamente, el “trabajo” está puesto en cuestión. La normalidad que parecía asegurar ya no es tal. La organización de la vida, no sólo en tanto la correspondiente a la economía doméstica sino también respecto de los tiempos, los espacios y las rutinas de la vida cotidiana ya no puede ser sostenida por el trabajo, de la misma forma en que lo hacía el “empleo normal”, estable, a tiempo completo, con seguridad social, sindicalizado. Algunas voces lo consideran hoy el privilegio de una minoría. Junto con ello, se plantea la pregunta sobre si, además, ha devenido menos deseable o elegido. La visibilidad de otros modos de “ganarse la vida” desnaturaliza la “normalidad del trabajo” en múltiples direcciones: la relación entre tiempo de trabajo y de ocio, entre lugares públicos y privados para trabajar y producir, el horizonte de permanencia, los arreglos familiares, la proyección de gastos de los hogares. Y en ocasiones, las formas heredadas de pensar y experimentar el trabajo se convierten en un escollo para comprender estas dinámicas.

Una serie de preguntas pueden dar lugar a distintos análisis o indagaciones acerca del presente y futuro del trabajo: ¿qué lugar asume ahora el trabajo (o los trabajos) en nuestras vidas? ¿es posible indagar formas de trabajo distintas al empleo clásico evitando su inmediato agrupamiento como a-típicas o precarias? ¿cuál es la normalidad del trabajo normal? ¿es normal ocupar parte de la vida en el trabajo? ¿puede seguir siendo el trabajo el principal ordenador de la vida? ¿cuánto tiempo diario es conveniente trabajar? ¿por qué toda actividad productiva tiene que ser denominada como trabajo?

Estas y otras cuestiones posibles pueden constituir disparadores para retomar o reabrir el debate sobre el trabajo (actual y futuro). La revista Ensambles se propone como un espacio posible para el mismo, convocando a la presentación de artículos referidos a alguna o algunas de las problemáticas planteadas hasta aquí.

 

Fecha para el envio de artículos: 1 de mayo de 2024

Publicación estimada: primer semestre de 2024